domingo, 2 de agosto de 2015

AYUNO


INTERCESORES CON CRISTO 

 
 
 




“Me devolvían mal por bien, me dejaban desamparado. Yo, en cambio, cuando estaban enfermos, vestido de sayal y afligido con ayunos repetía mi oración en mi interior” (Sal 35,12-13)

 

Interceder con con ayuno

 

En el profeta Isaías encontramos una poderosa promesa relacionada con el ayuno cuando dice: “¿No será éste el ayuno que yo elija?: deshacer los nudos de la maldad, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo. ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa?
 
¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente.
 
Te precederá tu justicia, la gloria del Señor te seguirá. Entonces clamarás, y el Señor te responderá, pedirás socorro, y dirá: ‘Aquí estoy’” (Is 58,6-9).

El Señor, en la palabra citada, no anula la necesidad de ayunar, aunque una lectura superficial pudiera sugerirlo.
 
Al contrario, presenta el ayuno como algo necesario, pero unido a una actitud de búsqueda de la verdad y la justicia, a un deseo verdadero de acercarnos más al Señor, y no como algo ritual o exterior.
 
El ayuno verdadero, querido por Dios, tiene entonces unos efectos poderosos. Dios derrama sus bendiciones, su sanación, y responde prontamente a la intercesión, al clamor de quien lo busca de esta manera.

Cuando ayunamos debemos tener en mente un motivo, un objetivo específico.
 
Pero el motivo más importante y urgente es la renovación o avivamiento espiritual personal, familiar, comunitario, de la nación, del mundo, la conversión de las naciones.
 
La gran historia de restauración de Jerusalén en tiempos de Nehemías comienza con un periodo en que este siervo de Dios se dedica intensamente a la oración y el ayuno: “Me respondieron: ‘Los restos del cautiverio que han quedado allí en la provincia se encuentran en gran estrechez y confusión.
 
La muralla de Jerusalén está llena de brechas, y sus puertas incendiadas’.  Al oír estas palabras me senté y rompí a llorar. Permanecí en duelo algunos días, ayunando y orando ante el Dios del cielo” (Ne 1,3-4).

El ayuno remarca que nuestro poder no se basa en medios o esfuerzos humanos, sino sólo en Dios.
 
Por ello, agudiza los sentidos espirituales para buscar más intensamente a Dios.
 
Además, dota de urgencia y persistencia a la oración.
 
El caso de la profetisa Ana es muy claro: “no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones” (Lc 2,37).
 
El ayuno tiene sentido en una vida de moderación, templanza y negación de uno mismo. Es una prueba de que estamos dispuestos a sacrificarnos a nosotros mismos por el reino de Dios.

Una determinación de interceder más intensa, o circunstancias de especiales dificultades, o la moción del Espíritu nos llevan a acompañar nuestra intercesión con un tiempo de ayuno.
 
Pero por encima de todo, antes de comenzar deberíamos tener claro si la razón de nuestro ayuno es el propio Señor, y si lo que nos mueve es realmente agradar a Dios.
 
Por eso, él preguntó en una ocasión: “¿Habéis ayunado de verdad por mí?” (Za 7,5).

Palabra profética - Testimonios:

Luchad con todas vuestras fuerzas contra el hombre viejo, contra todo lo que sea obstáculo para permanecer en mí.

Vuestra meta es la permanencia en mí; pero aún no habéis llegado a la sangre en vuestra lucha contra el pecado.

Cuando pongáis todo de nuestra parte, os asombraréis de las maravillas que yo haré. Sed austeros.

La austeridad será de gran ayuda para vuestra permanencia en mí. Tenéis que conseguir que todo lo que hay en vosotros de mundo y de carne sea sometido al Espíritu. 

Cuando verdaderamente seáis dóciles a él, vuestra intercesión brotará sola  y será agradable a mis oídos.


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1 comentario:

  1. Vuestra meta es la permanencia en mí; pero aún no habéis llegado a la sangre en vuestra lucha contra el pecado.



    Cuando pongáis todo de nuestra parte, os asombraréis de las maravillas que yo haré. Sed austeros.



    La austeridad será de gran ayuda para vuestra permanencia en mí. Tenéis que conseguir que todo lo que hay en vosotros de mundo y de carne sea sometido al Espíritu.



    Cuando verdaderamente seáis dóciles a él, vuestra intercesión brotará sola y será agradable a mis oídos.

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