martes, 4 de agosto de 2015

Un joven especial.

 
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Un personaje llamado Dante (como conocí a mi esposo, desde mi punto de vista)

 
Definitivamente no era mi tipo.

Una mujer promedio suele tener un ideal de hombre, y en mi caso particular, esperaba que sea rubio, fornido, de ojos azules y con un claro llamado pastoral. Y obviamente este muchacho no reunía ninguna de esas condiciones.

Extremadamente delgado, (y demasiado extrovertido para mi gusto) seguía observándome de manera profunda mientras decía con total soltura que yo era la mujer con la que compartiría el resto de su vida.

La primera vez que lo vi, no significó nada para mi, pero por alguna razón, parecía tener algo misteriosamente encantador.

Ahora que lo pienso, quizá fue su seguridad, o su mirada profunda lo que terminó de enamorarme.
-Lo que te digo es a nivel profético – se atrevió a decirme con una sonrisa franca- vas a casarte conmigo.
-Pero esto es una locura –conteste contrariada- apenas te conozco y ni remotamente me enamoraría de alguien como tú.
-Eso es un detalle, tarde o temprano me convertiré en tu esposo.
-Ni aunque estuviese loca.

-Te conocí hace cuatro años, en la campaña de Carlos Annacondia, en aquel momento dejé pasar mi oportunidad porque era demasiado tímido, pero espere mucho tiempo para volver a encontrarte y no puedo dejar de decirte lo que siento.
-¡No puedo creer que esto me este pasando!

-Créelo. ¿Nunca te gusto saber con quién ibas a casarte? Bueno, ahora lo sabes.

Vas a pasar el resto de tu vida conmigo.
Debo reconocer que toda mujer desea ser admirada y que un hombre diga que pierde la cabeza por una, es todo un halago.

Pero este individuo había ido demasiado lejos. Demasiado rápido para cualquier mujer, principalmente cuando la persona que te lo dice no encaja dentro de los ideales que te has armado durante toda tu adolescencia.

¿Sabes exactamente de lo que hablo? Planificaste tu ministerio para transformarte en un pastor local y Dios termina enviándote de misionero a Indonesia.

Estudiaste gran parte de tu vida para recibirte de abogado y en menos de un año, el Señor hace añicos tu diploma para transformarte en un evangelista.

Pensabas que solo tendrías dos hijos, y nacen seis. Querías ser músico y terminas liderando a la juventud. Querías pasar desapercibido como un gris empleado y acabas dando conferencias por el mundo. Soñabas con ser ama de casa y dedicarte a la crianza de tus niños y terminas siendo profesora en la Universidad, o viceversa.

Creía que iba a casarme con un hombre centrado y con un ministerio clásico, y Dante Gebel irrumpe descaradamente y sin previo aviso en mi apacible vida.

Mis amigas del seminario mantenían la opinión que una mujer que estudia en el Instituto Bíblico debería casarse con un hombre que también este cursando allí.
-Es mucho mejor si comparten el llamado – decían con cierto aire místico.

Teóricamente tenían razón, un hombre que estudia en un seminario bíblico es lógico que tiene una perceptibilidad bastante clara del futuro a la que otros ni siquiera pueden aspirar.

El tema es que Dante no solo nunca había estudiado, sino que tampoco reunía las condiciones que se suponía que debía tener para enamorarme.

Sin embargo, por alguna razón desconocida había logrado intranquilizarme y quitarme el sueño.

Aunque nos habíamos conocido fugazmente hacia cuatro años atrás, apenas yo lo recordaba. Pero ahora, no solo me decía que me amaba, sino que se dedicó a hablarle a todos los conocidos en común para que me dijeran que el sería el hombre con el que terminaría casándome.

Me envió flores, escribió cartas de amor que parecían libros de texto, y hasta me ofreció un empleo para poder costear mis estudios en el instituto bíblico.
-Es un buen muchacho –decía mi madre para tratar de disimular un explicito “no lo dejes escapar”.
Pero algo no estaba marchando bien.

Por alguna razón sentía que Dios no estaba “respetando” lo que yo tenía planificado, y sin querer, me estaba enamorando de alguien muy diferente a lo que esperaba y tenía en mente.

Seguramente, si conoces a mi esposo en la actualidad, estarás pensando que solo una necia pensaría en rechazarlo (principalmente cuando sientes el vivo deseo de servir a Dios) pero Dante no era el hombre que tú conoces ahora. Permíteme que te de una pequeña descripción de mi aventurado “príncipe”.

La primera vez que tengo memoria de haberlo notado fue cuando llego a nuestra tradicional congregación como parte de un equipo evangelistero.

El se dedicaba a cantar los coros y dirigir las reuniones de avivamiento. Por alguna razón desconocida vestía camisas estridentes y floreadas al mejor estilo caribeño, pantalones blancos y zapatos al tono y cuando aun no se conocía nada acerca de la renovación de alabanza y adoración, el hacia saltar y bailar “escandalosamente” a toda la congregación.

Estaba a millas de distancia de lo que se suponía que debía ser un joven centrado y tradicional. Por si todo fuera poco, cantaba canciones seculares a las que les había cambiado la letra para hacerlas cristianas y mas pegadizas.

Un tanto desgarbado, bailaba sin pudor detrás del pulpito mientras que a la mayoría parecía caerles simpático. Nunca había pasado siquiera por la acera de un seminario bíblico, pero hablaba con la espontaneidad de quien parecía saberlo todo. Sin empleo fijo, solo se dedicaba a cantar en el equipo evangelistero que lo había reclutado para tal fin.

Y para colmo de males, apenas terminó el servicio se acerco a mí y me dijo que estaba absolutamente seguro que yo sería su esposa en poco tiempo. Así de fácil, sin eufemismos ni indirectas.
-Vas a casarte conmigo. –dijo con la misma naturalidad de quien pregunta la dirección de una calle.

Pude haberlo ignorado o rechazado en el primer intento, pero ambiguamente, algo me llamaba poderosamente la atención. El era libre, en el más amplio sentido de la palabra.

El hacía y decía todo lo que en algún lugar de mi alma yo ansiaba hacer. Aunque mas tarde comprobaría que tenia una vida íntegra, el había logrado quitarse cualquier mínimo vestigio de religiosidad pacata de encima, y lo disfrutaba.
No tenía nada pero soñaba con todo.

Ni siquiera tenía empleo pero me aseguraba que si yo aceptaba ser su novia, el conseguiría el mejor puesto en una gran empresa de un día para el otro (de hecho así fue, transformándose en el gerente de ventas más joven de la firma).

No había estudiado en el seminario pero parecía no conocer limitaciones de ningún tipo; tenía una relación  singular con el Señor que lo hacía diferente.

Y lo más sorprendente es que lograba hacerme enfadar dado que no estaba interesada en enamorarme de alguien tan poco “convencional”.

De hecho, todas mis amigas y compañeras de seminario me pronosticaron que de continuar frecuentándolo, terminaría en la peor de las ruinas.
-No tiene el llamado de Dios.
-Es un payaso, ¿notaste como se viste?
-No posee estudios teológicos.
-Ese muchacho va a arruinar tu futuro y tu ministerio.
-No es recomendable para una chica como tu.
-Es demasiado excéntrico…no se lo ve normal.
-Te mereces otra cosa, alguien mucho mejor.

Afortunadamente no las escuché y dejé que mi corazón decidiera por si mismo. Con el pasar de las semanas, no solo estaba enamorada de los pies a la cabeza, sino que además tenía la completa y plena seguridad que Dios estaba en el asunto, aun cuando no coincidía con lo que había planificado gran parte de mi vida.

No hubo profetas ni apóstoles confirmando mi decisión. Tampoco vellones que sirvieran como señales que iba por buen camino. Ni hablar de un saludable consenso a la hora de aprobar mi noviazgo.

Solo la seguridad que Dios estaba planificando algo demasiado grande como para que en ese momento lograra comprenderlo en su totalidad.

A los siete meses nos casamos y a partir de ese entonces no nos detuvimos nunca. Decenas de miles de jóvenes de todas partes del mundo han oído un mensaje distinto. Cada estadio, por imponente que fuera, se vio colmado con miles de personas que han visto con asombro, lo que Dios puede hacer con gente sencilla que se pone en sus manos.

En poco tiempo, Dante se convirtió en un excelente orador y en uno de los ministros más relevantes de la juventud predicándole a millones de personas en todo el mundo, a través de las cruzadas, la radio, los libros y la televisión.

Hoy en día, es un líder reconocido internacionalmente y con un ministerio que cada día crece a pasos agigantados, por encima de la tradición.

Indudablemente, Dante Gebel es un increíble hombre de Dios y tuve la dicha de haberme casado con el. Desde aquella primera vez, nuestro amor ha ido creciendo diariamente, y debo reconocer que todavía tiene esa enorme y misteriosa capacidad de sorprenderme y de quitarme el sueño.

Y muchas veces pienso que ninguna mujer debe sentir tanto amor por un hombre como el que yo siento por el.

He logrado descubrir en Dante a alguien con un gran sentido del humor y una gran capacidad para soñar con cosas imposibles para lograr concretarlas en poco tiempo, siempre le digo que en estos años, jamás he podido aburrirme, cada día es una nueva aventura y eso llena de una interesante adrenalina nuestro matrimonio.

Se que todo lo que pueda decirte sonará completamente subjetivo, proveniente de una mujer enamorada hasta los huesos, pero aun así, correré el riesgo: Dante tiene un corazón que muy pocos llegan a conocer, es capaz de darlo literalmente todo si eso fuese vital para servir mejor al Señor.

Por si fuese poco, es un increíble esposo, camarada de la vida, amante, excelente padre y un eterno niño que le cree cualquier cosa al Señor, por difícil o ridícula que parezca. “No dejamos de soñar porque nos ponemos viejos, nos ponemos viejos porque dejamos de sonar”, suele decir con la misma sonrisa franca que lo conocí.

Todos los días de mi vida, agradezco haber seguido aquello que me dictaba el corazón y haber desoído a las personas y las situaciones que intentaban desanimarme.
 
En estos años de ministerio nos hemos topado con infinidad de personas que podría tener mucho más de lo que han logrado. Ministerios que debieron haber estallado en el ámbito espiritual y en el tiempo perfecto de Dios, pero que pasan una eternidad encerrados en el depósito de la “espera de confirmación”.

Pereza disfrazada de perfeccionismo. Temor de arriesgarse decorada con ciertos toques de “prefiero estar seguro antes de emprenderlo”.

Miseria donde debería haber riqueza. Talentos enterrados en lugar de multiplicación. Y siempre es el mismo común denominador: el temor envuelto de una sagrada excusa.
La Biblia dice que el hombre que mira las nubes no sembrara, y mucho menos podrá acceder a la siega.

En otras palabras, se pierden millones de cosechas por aguardar el clima ideal que por lo general nunca llega.

La amas con la vida y deberías decírselo, pero esperas a tener un cómodo departamento con varios muebles y un automóvil decente antes de arriesgarte.

Deberías comenzar a predicar pero no te animas hasta tanto no cuelgues tu título teológico en la pared.

Podrías emprender ese negocio pero necesitas que un coro de ángeles aparezca en la noche y te confirmen que estas invirtiendo bien.

Tenías derecho a unas merecidas vacaciones, pero no recibiste un llamado telefónico de tu líder opinando que hacías lo correcto o no tuviste un sueño revelador que te quitara la culpa por descansar.

Pudiste haberle dicho que si al hombre de tus sueños, pero lo dejaste ir esperando que los planetas se alinearan.

Quizá eso fue lo que más me enamoro de mi esposo. Estaba seguro de correr cualquier riesgo. No tenía nada pero estaba dispuesto a intentarlo todo.

Sabía que todo estaba por hacerse, y alguien debía ser el pionero, y esa ha sido nuestra filosofía de ministerio en estos años. No puedes pasar por la vida esperando el momento ideal, a veces, simplemente hay que arriesgarse por un sueño.

El Señor no puede utilizar a personas que piden garantías antes de emprender un negocio, un ministerio o creer en un llamado. No estoy diciendo que tengas que aventurarte a casarte o que audazmente emprendas algo que quizá no sea de Dios.

Hablo que por lo general, el actuar y el proceder Divino disiente totalmente de nuestros planes. Todo lo que podamos planificar suele ser diametralmente opuesto a lo que Dios tiene en mente, porque los caminos del Señor nunca coincidirán con los nuestros.

Y porque son diferentes, sentimos que perdemos el control y es exactamente allí cuando exigimos garantías. El tema es que muchos no logran hacer nada, porque esas garantías nunca terminan en llegar.

Claro que pude haberme equivocado al casarme con mi esposo.
¿Y si mis amigas de toda la vida tenían razón?
¿No debería esperar unas dos o tres prudentes re confirmaciones?
¿No debería contar con una consensuada aprobación de los demás?

Solo sabía que cada vez que iba a orar, independientemente que estaba enamorada, el Señor me daba la tranquilidad que solo un capitán puede darle a un marinero asustado.
-Todo está bajo control –me decía como un susurro al alma.

Honestamente, era la primera vez en mi vida que conocía el significado de la verdadera paz. Esa que uno puede sentir en la peor de las tormentas o en medio de cualquier crisis. El saber que detrás de cualquier gran ola, se divisa un atisbo de la calmada orilla.

Aun cuando estábamos recién casados, muchos en la congregación me observaban con cierto desdén. Dante tenía una flamante responsabilidad en la empresa que no le permitía ni siquiera congregarse regularmente, y eso despertaba más de un comentario.
-Finalmente la hija del pastor Antonio se equivocó al casarse con ese joven –decían por lo bajo. Y hasta alguien no dudo en hacérmelo notar. Mis amigas  sonreían dejando entrever un irónico “te lo dijimos”.

Pero en nuestras oraciones íntimas, el Señor seguía manteniendo que todo estaba bajo su control Divino. Y en menos de tres años, estábamos predicándole a miles de personas y viendo como Dios era fiel en cada detalle. De un tímido programa radial, el Señor nos puso ante cincuenta mil jóvenes en uno de los estadios más grandes de nuestro país, y las invitaciones a todo el mundo no tardaron en llegar.
 
Desde chica acaricié la idea que pastorearía una iglesia local, hasta que el Señor nos hizo conocer el Reino. Obviamente que no fue fácil, no todo lo que tuvimos que vivir con mi esposo fue un lecho de rosas, pero aun así, valió la pena escuchar a mi corazón en el momento oportuno.

Lo que sucede es que tenemos una idea del éxito que por lo general, es muy distinta a la de Dios. En muchas ocasiones hemos recitado “Encomienda a Dios tu camino y confía en El; y El hará” (Salmo 37,5), pero no nos gusta demasiado cuando finalmente El se pone a hacer.

El verdadero éxito es lograr que el Señor te ponga su sello de aprobación.

El apóstol Pablo y el rey David parecieran ser los dos extremos en la escala del concepto mundano del éxito, por momentos el primero llegaba a vivir en el peor de los abismos de la pobreza, mientras que David era nada menos que un potentado rey de la Nación.

Los dos tuvieron éxito, pero no aquel que la mayoría conoce como tal. De hecho, Dios ha calificado como fracasos a muchos hombres de éxito.

Sólo podemos desconfiar de lo que sentimos, cuando todo coincide con lo que planificamos en nuestra propia naturalidad, cuando parece que Dios necesita de nosotros para saber que hacer con nuestro futuro.

Pero si de pronto sientes que ya no estas al control del timón de tu vida, es porque tarde o temprano llegarás a un puerto seguro. Cuando te parece que ni siquiera has podido decidir lo que harás con tus sueños, es cuando hay muchas posibilidades que finalmente logres concretarlos.
 
Hace poco una de aquellas amigas de la juventud me envió una carta muy sincera. En ella mencionaba que ella fue una de las que había desconfiado y criticado mi decisión indeclinable de casarme con Dante, pero que con el tiempo se dio cuenta que no pude haber estado mas acertada.

No hay nada mejor que cuando compruebas que el Señor esta al timón de tu vida. Lo que suceda luego, es simplemente una consecuencia obvia de dejarse llevar por El, aunque eso parezca insensato y escandaloso.


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