¡Que Amor Incomparable!
Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba,
Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios. (Romanos 8,15-16).
A la par que se mantiene la ley de Dios, y se vindica su justicia, el pecador
puede ser perdonado.
El más preciado don que el cielo tenía para conceder ha sido dado para que Dios “sea justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3,26).
Por este don, los hombres son levantados de la ruina y degradación del pecado, para llegar a ser hijos de Dios.
Dice Pablo: “Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos, Abba, Padre” (Romanos 8,15).
Con el apóstol Juan os invito a mirar “cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3,1). ¡
Qué amor, qué amor incomparable, que nosotros, pecadores y extranjeros, podamos ser llevados de nuevo a Dios y adoptados en su familia!
Podemos dirigirnos a él con el nombre cariñoso de “Padre nuestro”, que es una señal de nuestro afecto por él, y una prenda de su tierna consideración y relación con nosotros.
Y el Hijo de Dios, contemplando a los herederos de la gracia, “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2,11). Tienen con Dios una relación aún más sagrada que la de los ángeles que nunca cayeron.
Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a generación por medio de los corazones humanos, todos los manantiales de ternura que se hayan abierto en las almas de los hombres, son tan sólo como una gota del ilimitado océano, cuando se comparan con el amor infinito e inagotable de Dios.
La lengua no lo puede expresar, la pluma no lo puede describir. Podéis meditar en él cada día de vuestra vida; podéis escudriñar las Escrituras diligentemente a fin de comprenderlo; podéis dedicar toda facultad y capacidad que Dios os ha dado al esfuerzo de comprender el amor y la compasión del Padre celestial; y aún queda su infinidad.
Podéis estudiar este amor durante siglos, sin comprender nunca plenamente la longitud y la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su Hijo para que muriese por el mundo. La eternidad misma no lo revelará nunca plenamente.
Sin embargo, cuando estudiemos la Biblia y meditemos en la vida de Cristo y el plan de red! ención, estos grandes temas se revelarán más y más a nuestro entendimiento.
Y alcanzaremos la bendición que Pablo deseaba para la iglesia de Efeso, cuando rogó: “El Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para su conocimiento; alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál sea la esperanza de su vocación, y cuáles las riquezas de la gloriade su herencia en los santos, y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos” (Efesios 1,17-19
El más preciado don que el cielo tenía para conceder ha sido dado para que Dios “sea justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3,26).
Por este don, los hombres son levantados de la ruina y degradación del pecado, para llegar a ser hijos de Dios.
Dice Pablo: “Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos, Abba, Padre” (Romanos 8,15).
Con el apóstol Juan os invito a mirar “cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3,1). ¡
Qué amor, qué amor incomparable, que nosotros, pecadores y extranjeros, podamos ser llevados de nuevo a Dios y adoptados en su familia!
Podemos dirigirnos a él con el nombre cariñoso de “Padre nuestro”, que es una señal de nuestro afecto por él, y una prenda de su tierna consideración y relación con nosotros.
Y el Hijo de Dios, contemplando a los herederos de la gracia, “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2,11). Tienen con Dios una relación aún más sagrada que la de los ángeles que nunca cayeron.
Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a generación por medio de los corazones humanos, todos los manantiales de ternura que se hayan abierto en las almas de los hombres, son tan sólo como una gota del ilimitado océano, cuando se comparan con el amor infinito e inagotable de Dios.
La lengua no lo puede expresar, la pluma no lo puede describir. Podéis meditar en él cada día de vuestra vida; podéis escudriñar las Escrituras diligentemente a fin de comprenderlo; podéis dedicar toda facultad y capacidad que Dios os ha dado al esfuerzo de comprender el amor y la compasión del Padre celestial; y aún queda su infinidad.
Podéis estudiar este amor durante siglos, sin comprender nunca plenamente la longitud y la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su Hijo para que muriese por el mundo. La eternidad misma no lo revelará nunca plenamente.
Sin embargo, cuando estudiemos la Biblia y meditemos en la vida de Cristo y el plan de red! ención, estos grandes temas se revelarán más y más a nuestro entendimiento.
Y alcanzaremos la bendición que Pablo deseaba para la iglesia de Efeso, cuando rogó: “El Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para su conocimiento; alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál sea la esperanza de su vocación, y cuáles las riquezas de la gloriade su herencia en los santos, y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos” (Efesios 1,17-19
Sin embargo, cuando estudiemos la Biblia y meditemos en la vida de Cristo y el plan de red! ención, estos grandes temas se revelarán más y más a nuestro entendimiento.
ResponderBorrarY alcanzaremos la bendición que Pablo deseaba para la iglesia de Efeso, cuando rogó: “El Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para su conocimiento; alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál sea la esperanza de su vocación, y cuáles las riquezas de la gloriade su herencia en los santos, y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos” (Efesios 1,17-19