jueves, 6 de agosto de 2015

Nos da conocimiento íntimo de Dios.


EFECTOS DE LA ADORACIÓN 

Nos da conocimiento íntimo de Dios

 
 
 
 
 


    

    Por mucho que nos esforcemos los hombres para alcanzar el conocimiento íntimo de Dios, nada conseguiremos, si el Señor no viene en nuestra ayuda. Dios hace esta promesa a su pueblo: “Les daré corazón para conocerme, pues yo soy el Señor, y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a mí con todo su corazón” (Jr 24,7).

  Dios nos da corazón para conocerlo porque quiere la intimidad con los hombres y, cuando somos capaces de aceptar el corazón que él modela para nosotros, se produce necesariamente el encuentro que pretende, por la sencilla razón de que se hace irresistible.

   El problema surge cuando preferimos mantener nuestro corazón de carne, en el que no hay entrada para la luz y el conocimiento íntimo de Dios.

     Cuando el verdadero adorador se postra en adoración, se va haciendo realidad día a día el deseo de Pablo para los Efesios: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios” (Ef  3,17-19).

     Y es que el Espíritu Santo tiene entonces una buena oportunidad para darnos “un corazón nuevo” [...] y “un espíritu nuevo” (Ez ,36,26)

Testimonios – Palabra profética

    De pequeña me gustaba hacer puzzles y disfrutaba especialmente cuando quedaban pocas piezas que encajar.

    Cuando terminaba, me quedaba un buen rato mirando el resultado final, cómo cada pieza tenía un lugar único reservado para ella, y solo al ocuparlo, el conjunto era totalmente armonioso. 

   Mi descubrimiento de la adoración ha sido como situar una pieza del puzzle en su sitio, especialmente reservado para ella.

    Estar a los pies del Rey de la Gloria es aprender que ése es mi sitio, el lugar en el que todo está en orden: Dios está en lo más alto ,ocupando el Trono, y yo estoy abajo, ocupando mi lugar de criatura dependiente totalmente de la gracia de mi Dios.

    Y es allí, a sus pies, donde encuentro todo lo que mi corazón anda buscando: el amor, la paz, la vida... Cuando tienes la suerte de conocer al Señor, descubres que todo lo que buscas está en él. Y la adoración es un lugar privilegiado para experimentarlo.

     El amor que he recibido en la adoración no es un sentimiento, sino conciencia de la gracia misericordiosa de Dios que, conociendo mi pecado, me reviste con vestiduras de santidad para que pueda entrar en su santa presencia.

    Si acaso puedo entrar en el "lugar santísimo", es por pura gracia y misericordia suyas, no por mis afanes. Delante de la santidad del Señor, mi pecado queda tan patente, que es imposible acercarse a su trono si él no me purifica con su sangre.

    Entiendo ahora un poco mejor aquello de que "no se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia" (Rm 9,16).

    El amor derramado desde el trono de gracia, es algo así como la fuente que sale del Templo y describe Ezequiel: un torrente de gracia que todo lo vivifica, lo sana, lo renueva (Ez.47,1ss). 

     He entendido también que la adoración es una gran ayuda para la conversión.

    Para mí, que soy autosuficiente y soberbia, la mejor medicina es la de estar a los pies del Santo, donde el Señor va haciendo su obra de santificación en mi naturaleza pecadora, sin yo saber cómo.

    Es ahí donde encuentro la fuerza para luchar después contra el pecado que nos asedia, pero con su fuerza, no con la mía.

     Adorar a Dios es para mí experimentar que todo lo que vivimos aquí abajo es insignificante y relativo comparado con la grandeza de Dios; es darse cuenta de que todo pasa, pero Dios es eterno; es descubrir que él es el Señor y  empezar a tener un mínimo anticipo de lo que será la eternidad.

    Adorar a Dios ha supuesto también tener una nueva conciencia de Iglesia, una Iglesia unida, centrada en Cristo. Cuando estoy en adoración me siento verdaderamente Cuerpo de Cristo, unida a tantos que en muchos lugares de la tierra están elevando su incienso de adoración al que está sentado en el trono: consagrados y laicos, católicos y protestantes, jóvenes y mayores...

    Pero además he descubierto una Iglesia triunfante, la celestial, la de todos los que nos han precedido y se unen a los ángeles para proclamar día y noche que nuestro Dios es Santo.

1 comentario:

  1. Adorar a Dios es para mí experimentar que todo lo que vivimos aquí abajo es insignificante y relativo comparado con la grandeza de Dios; es darse cuenta de que todo pasa, pero Dios es eterno; es descubrir que él es el Señor y empezar a tener un mínimo anticipo de lo que será la eternidad.


    Adorar a Dios ha supuesto también tener una nueva conciencia de Iglesia, una Iglesia unida, centrada en Cristo. Cuando estoy en adoración me siento verdaderamente Cuerpo de Cristo, unida a tantos que en muchos lugares de la tierra están elevando su incienso de adoración al que está sentado en el trono: consagrados y laicos, católicos y protestantes, jóvenes y mayores...

    Pero además he descubierto una Iglesia triunfante, la celestial, la de todos los que nos han precedido y se unen a los ángeles para proclamar día y noche que nuestro Dios es Santo.

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