EL IMPEDIMENTO DEL PECADO
"Vuestras faltas os separaron a
vosotros de vuestro Dios, y vuestros pecados le hicieron esconder su rostro de
vosotros para no oír" (Is 59,2).
Reflexión
Los obstáculos para la adoración pueden
resumirse en una palabra: ‘pecado’ porque es esto lo que nos aparta de Dios.
El
pecado, todo pecado, aun el más pequeño, es algo que se interpone entre el
hombre y Dios, produciendo una separación o ruptura según su gravedad.
Y puesto
que la adoración es inseparable de la presencia de Dios y su santidad, el
pecado es el enemigo final de la adoración.
De aquí se deduce que cualquier
persona que quiera entregarse a la adoración, deberá tener como objetivo
prioritario en su vida luchar con todas sus fuerzas contra el pecado en todas
sus formas, en palabras de la Escritura: "hasta
llegar a la sangre" (Hb 12,4).
La vida del cristiano es por definición la
vida de un hijo de Dios, en la que su relación verdadera lleva el sello de la
intimidad, de la comunión en el amor y de la presencia de la vida divina en él,
cosa que no puede suceder cuando damos cabida al pecado.
La naturaleza del
hombre es pecadora, como nos recuerda Juan:
"Si decimos: ‘No hemos pecado’ le hacemos mentiroso y su Palabra no está
en nosotros" (1 Jn 1,10).
Pero la obra de redención de Cristo y la
nueva vida que recibimos por el Espíritu lo cambian todo hasta el punto de que
Pablo dice: "Consideraos muertos al
pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rm 6,11).
Así pues, admitir su condición de pecador es
el primer requisito para un adorador; el segundo, luchar contra el pecado con
todas sus fuerzas.
Cuando hemos admitido esta realidad, nos vemos a nosotros
mismos como lo que somos –pecadores-, pero al mismo tiempo levantamos nuestros
ojos a quien nos libera del poder del pecado –Cristo-, y nos acogemos a su
misericordia y al poder redentor de la cruz y de la sangre con las que tenemos
que tratar nuestro pecado.
Por una parte,
"Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los
nuestros, sino por los del mundo entero" (1 Jn 2,2). Y por otra, su
sangre "nos purifica de todo
pecado" (1 Jn 1,7).
La actitud correcta de un adorador es
acercarse a la adoración sin conciencia de pecado, pero con conciencia de
pecador, levantar el corazón a Dios "rico
en misericordia" (Ef 2,4) y decirle como David: "Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura
borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame. Pues mi
delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti
sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,3-6). Y luego esperar a que el Santo le revista con las vestiduras de su santidad y le permita adorarle.
Palabra
profética
Visión: Al empezar la adoración, un ángel ponía su mano sobre nuestros
hombros y nos introducía por una puerta grande que se abría ante él.
Al otro
lado de la puerta había un pasillo ancho. Íbamos avanzando acompañados del
ángel, y a medida que avanzábamos por el pasillo, iban cayendo nuestras
vestiduras oscuras.
En la pared estaban escritas estas palabras:
humildad, pecado, alabanza.
Al pedir luz al Señor sobre su significado, nos da
a entender que sólo podíamos avanzar por ese pasillo en humildad,
reconociéndonos pecadores, pequeños y pobres, y en alabanza, porque ésta nos
empujaba hacia adelante.
Luego éramos purificados por la sangre de
Cristo mientras se escuchaban estas palabras: "Es el único camino, es la
única manera de llegar hasta mí".
A medida que avanzábamos, quedábamos
despojados de todo lo nuestro, y el ángel ponía sobre nosotros vestiduras
blancas antes de llegar ante el Trono de luz, de resplandor y de gloria del
Padre.
Había personas que, en lugar de hacer el
recorrido por el pasillo, intentaban dirigirse directamente hacia el Trono,
pero eran rechazados al llegar allí, porque no estaban vestidos adecuadamente
y, como en la parábola del banquete, eran arrojados fuera por no ir vestidos
con las vestiduras apropiadas.
Al pedir luz al Señor sobre su significado, nos da a entender que sólo podíamos avanzar por ese pasillo en humildad, reconociéndonos pecadores, pequeños y pobres, y en alabanza, porque ésta nos empujaba hacia adelante.
ResponderBorrarLuego éramos purificados por la sangre de Cristo mientras se escuchaban estas palabras: "Es el único camino, es la única manera de llegar hasta mí".
A medida que avanzábamos, quedábamos despojados de todo lo nuestro, y el ángel ponía sobre nosotros vestiduras blancas antes de llegar ante el Trono de luz, de resplandor y de gloria del Padre.
Había personas que, en lugar de hacer el recorrido por el pasillo, intentaban dirigirse directamente hacia el Trono, pero eran rechazados al llegar allí, porque no estaban vestidos adecuadamente y, como en la parábola del banquete, eran arrojados fuera por no ir vestidos con las vestiduras apropiadas.