sábado, 1 de agosto de 2015

Los pecados le hicieron esconder su rostro de vosotros para no oír" (Is 59,2).


EL IMPEDIMENTO DEL PECADO

 
 
 
 
 



"Vuestras faltas os separaron a vosotros de vuestro Dios, y vuestros pecados le hicieron esconder su rostro de vosotros para no oír" (Is 59,2).

 

Reflexión

Los obstáculos para la adoración pueden resumirse en una palabra: ‘pecado’ porque es esto lo que nos aparta de Dios.
 
El pecado, todo pecado, aun el más pequeño, es algo que se interpone entre el hombre y Dios, produciendo una separación o ruptura según su gravedad.
 
Y puesto que la adoración es inseparable de la presencia de Dios y su santidad, el pecado es el enemigo final de la adoración.
 
De aquí se deduce que cualquier persona que quiera entregarse a la adoración, deberá tener como objetivo prioritario en su vida luchar con todas sus fuerzas contra el pecado en todas sus formas, en palabras de la Escritura: "hasta llegar a la sangre" (Hb 12,4).
    

La vida del cristiano es por definición la vida de un hijo de Dios, en la que su relación verdadera lleva el sello de la intimidad, de la comunión en el amor y de la presencia de la vida divina en él, cosa que no puede suceder cuando damos cabida al pecado.
 
La naturaleza del hombre es pecadora, como nos recuerda Juan: "Si decimos: ‘No hemos pecado’ le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros" (1 Jn 1,10).
 
Pero la obra de redención de Cristo y la nueva vida que recibimos por el Espíritu lo cambian todo hasta el punto de que Pablo dice: "Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rm 6,11).

Así pues, admitir su condición de pecador es el primer requisito para un adorador; el segundo, luchar contra el pecado con todas sus fuerzas.
 
Cuando hemos admitido esta realidad, nos vemos a nosotros mismos como lo que somos –pecadores-, pero al mismo tiempo levantamos nuestros ojos a quien nos libera del poder del pecado –Cristo-, y nos acogemos a su misericordia y al poder redentor de la cruz y de la sangre con las que tenemos que tratar nuestro pecado.
 
Por una parte, "Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero" (1 Jn 2,2). Y por otra, su sangre "nos purifica de todo pecado" (1 Jn 1,7).
    
La actitud correcta de un adorador es acercarse a la adoración sin conciencia de pecado, pero con conciencia de pecador, levantar el corazón a Dios "rico en misericordia" (Ef 2,4) y decirle como David: "Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame. Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,3-6).

Y luego esperar a que el Santo le revista con las vestiduras de su santidad y le permita adorarle.

Palabra profética

Visión: Al empezar la adoración, un ángel ponía su mano sobre nuestros hombros y nos introducía por una puerta grande que se abría ante él.
 
Al otro lado de la puerta había un pasillo ancho. Íbamos avanzando acompañados del ángel, y a medida que avanzábamos por el pasillo, iban cayendo nuestras vestiduras oscuras.

En la pared estaban escritas estas palabras: humildad, pecado, alabanza.
 
Al pedir luz al Señor sobre su significado, nos da a entender que sólo podíamos avanzar por ese pasillo en humildad, reconociéndonos pecadores, pequeños y pobres, y en alabanza, porque ésta nos empujaba hacia adelante.

Luego éramos purificados por la sangre de Cristo mientras se escuchaban estas palabras: "Es el único camino, es la única manera de llegar hasta mí".
 
A medida que avanzábamos, quedábamos despojados de todo lo nuestro, y el ángel ponía sobre nosotros vestiduras blancas antes de llegar ante el Trono de luz, de resplandor y de gloria del Padre.

Había personas que, en lugar de hacer el recorrido por el pasillo, intentaban dirigirse directamente hacia el Trono, pero eran rechazados al llegar allí, porque no estaban vestidos adecuadamente y, como en la parábola del banquete, eran arrojados fuera por no ir vestidos con las vestiduras apropiadas. 
 
 
 
 

1 comentario:

  1. Al pedir luz al Señor sobre su significado, nos da a entender que sólo podíamos avanzar por ese pasillo en humildad, reconociéndonos pecadores, pequeños y pobres, y en alabanza, porque ésta nos empujaba hacia adelante.


    Luego éramos purificados por la sangre de Cristo mientras se escuchaban estas palabras: "Es el único camino, es la única manera de llegar hasta mí".



    A medida que avanzábamos, quedábamos despojados de todo lo nuestro, y el ángel ponía sobre nosotros vestiduras blancas antes de llegar ante el Trono de luz, de resplandor y de gloria del Padre.


    Había personas que, en lugar de hacer el recorrido por el pasillo, intentaban dirigirse directamente hacia el Trono, pero eran rechazados al llegar allí, porque no estaban vestidos adecuadamente y, como en la parábola del banquete, eran arrojados fuera por no ir vestidos con las vestiduras apropiadas.

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