Cómo
llegar a ser invencibles
Los españoles consideraban "invencible" la escuadra enviada contra Inglaterra por su rey, Felipe II, en 1588.
Sin embargo, sabemos que sufrió el más pavoroso revés, aunque más
por fuerza de los elementos de la naturaleza, que del enemigo.
Baste decir que
de las 130 naves sólo retornaron 53 al puerto de La Coruña.
La afamada
"Armada Invencible" es una notoria y clásica ilustración de que no
todo lo que lleva nombre de "invencible" prueba serlo en la realidad.
Otro muy recordado caso toma enormes
proporciones. Me refiero al trágico hundimiento del gran Titánic.
Nadie pensaba
que algo así podría suceder. Sus constructores lo habían proclamado
"insumergible". Tenía compartimentos estancos, que podían cerrarse
automáticamente desde la cabina de control.
Cualquiera de ellos podía inundarse
completamente, sin poner el barco en peligro. El sentimiento de seguridad en el
Titánic era tal, que alguien declaró: "Ni Dios mismo puede hundir este
barco". ¡Cuánta arrogancia!
Pero poco antes de la medianoche del 14 de
abril de 1912 ocurrió el choque. La mayoría de los pasajeros a bordo del
Titánic, casi ni lo sintieron.
No fue más que una pequeña sacudida, sólo una
vibración. Y cuando sucedió, muy pocos captaron el peligro. La orquesta tocaba
música alegre mientras el barco comenzaba a hundirse.
No mucho después, los sobrevivientes
observaban horrorizados desde los botes salvavidas, cómo el Titánic se
inclinaba más y más hasta quedar suspendido en posición vertical. Luego, el
enorme trasatlántico desapareció, arrastrando 1.500 almas a su helada tumba.
Ciertamente, la historia no escasea en
incidentes que ilustran la fragilidad de las cosas que muchos consideraban
indestructibles.
La vida puede ser muy difícil. A todos nos
sacude, nos tira y nos jala, nos azota continuamente, nos propina dolorosos
golpes insospechados.
No sabemos qué nos depara a cada momento; tal pareciera
que en cualquier instante podemos ser privados de lo que más valoramos.
Las cartas que recibimos de muchos
radioescuchas cuentan las gestas de dolor que les ha tocado vivir; de pérdidas
amargas; de madres que han perdido hijos; de esposos que han sufrido el rechazo
y abandono de un cónyuge amado.
Quizás usted, amigo lector, ha quedado sin
trabajo en estos días. Hay padres que sufren la frialdad espiritual de un hijo
o una hija. La vida nos puede, aparentemente, desposeer de algo o alguien
amado. Con fuerza huracanada, en un fatídico momento puede barrer con nuestras
más caras esperanzas.
Sin hundirnos en el pesimismo, y sin
desagradecer los muchos momentos de gozo y felicidad que con frecuencia
experimentamos, cabe también señalar que la trama de nuestra existencia es como
un campo minado, sobre el cual basta un mal paso y la seguridad que pensábamos
tener se torna en mil pedazos.
¿Habrá algo que podamos adquirir que nos
permita salir airosos de cualquier dificultad o tragedia, con aplomo y
entereza?
El apóstol San Pablo nos indica que hay sólo
un ingrediente, un elemento en todo el universo que es capaz de hacernos
espiritualmente invencibles.
Algo que si el ser humano logra recibirlo en su
interior, le permitirá hacer frente a la vida con un poder indestructible.
En su epístola a los efesios, San Pablo les
comunica lo mucho que él ha orado por ellos para que reciban en su corazón este
elemento aglutinante.
Escuchemos su ruego: "Por esta razón me pongo de
rodillas delante del Padre. Le pido que de su gloriosa riqueza les dé a
ustedes, interiormente, poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios, y que
Cristo viva en sus corazones por la fe.
Así ustedes, firmes y con raíces
profundas en el amor, podrán comprender con todos los creyentes cuán ancho,
largo, profundo y alto es el amor de Cristo. Pido, pues, que conozcan ese amor,
que es mucho más grande que todo cuanto podamos conocer, para que así estén
completamente llenos de Dios" (Efesios 3,14-19, versión Dios Habla Hoy).
Notemos que hay algo que nos hace estar
"completamente llenos de Dios"; y quien está completamente lleno de
Dios no puede ser removido, ni derrotado.
Algunos piensan que un conocimiento general de
las cosas celestiales y de Dios basta. Sin embargo, no es el mero cielo ni una
creencia general en Dios lo que nos puede fortalecer así. Recordemos que en el
cielo mismo hubo una rebelión en la cual la tercera parte de los ángeles
participaron.
Aparentemente éstos, aunque estaban en la misma presencia de
Dios, no habían comprendido ni recibido este elemento.
Con razón, la cruz de Cristo reveló algo que
no sólo sirve para la salvación de nosotros los pecadores, sino que también fue
necesario para que los seres no caídos pudieran ser fortalecidos. ¿Qué es?
En
el pasaje mencionado anteriormente, San Pablo lo describe como "el amor en
Cristo".
El apóstol asegura que sólo cuando hemos comprendido ese amor,
recién estaremos "llenos de Dios". En otras palabras, no se puede
conocer a Dios separado de su amor. Conocer el amor de Dios en Cristo Jesús es
entender el verdadero carácter de Dios: su irreductible esencia.
Así lo expresa también San Juan: "Queridos
hermanos, debemos amarnos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el
que ama es hijo de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor.
Dios mostró su amor hacia nosotros al enviar a su Hijo
único al mundo para que tengamos vida por él. El amor consiste en esto: no en
que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a
su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran
perdonados" (1 S. Juan 4:7-10, versión DHH).
El amor de Dios en Cristo nos expone por
primera vez a una realidad cósmica que no encuentra punto de referencia, ni aun
en lo mejor de nuestras vidas.
No hay nada en ellas, por altruista y bueno que
sea, que se pueda comparar con la gloriosa realidad del amor de Dios en Cristo.
Notemos estas palabras del apóstol San Pablo: "Pues cuando nosotros éramos
incapaces de salvarnos, Cristo, a su debido tiempo, murió por los malos. No es
fácil que alguien se deje matar en lugar de otra persona.
Ni siquiera en lugar
de una persona justa; aunque quizás alguien estaría dispuesto a morir por una
persona verdaderamente buena. Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando
todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros" (versión DHH).
Este amor incondicional, que ama a "los
malos", es un amor que no reside naturalmente en nuestro ser. Amamos lo
bueno, lo bonito, lo agradable, lo que "nos cae bien".
Tomemos, por ejemplo, el amor romántico que el
poeta francés Stendahl denominó "amor cristalizado". El joven o la
señorita mira al objeto de sus afectos con los ojos de la infatuación y le
proyecta toda serie de valores y virtudes que él o ella sólo ven. Alguien ha
dicho que "novio" en muchos casos significa "no vio".
Los
enamorados ven lo que quieren ver y se enamoran tanto de lo que imaginan, como
también, por supuesto, de las virtudes reales que pueda poseer el objeto de sus
amores. También se abstienen de "ver" los rasgos desagradables de su
pareja, que resultan tan obvios para todos los demás.
Este amor de Dios, que tomó la iniciativa de
salvar a "los malos" sin esperar que éstos hicieran algo primero para
ser "buenos", es el amor divino que el agradecido creyente puede
recibir por la fe.
El que conoce cómo es amado por Dios se convierte en un poder
en este mundo, porque sabe que no puede ser desposeído de ese magno amor.
Estas
son las palabras sublimes del apóstol San Pablo: "En todo salimos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó. Estoy convencido de que nada podrá
separarnos del amor de Dios: ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los
poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios.
¡Nada podrá separarnos
del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor!" (Romanos
8.37-39).
Sí, el amor de Cristo es indestructible. Nada
ni nadie puede separarte del amor de Dios para ti en Cristo Jesús. Ni tú mismo
puedes hacer que ese amor desaparezca.
En una capital de Latinoamérica conocí un
profesor, catedrático y científico. Me dijo con cierto orgullo: "Yo soy
agnóstico".
No estaba preparado para la respuesta que Dios puso en mis
labios. Le dije: "Lo felicito por sus dudas". "¿Cómo?"
replicó un tanto sorprendido. "¿A qué dudas se refiere?"
Entonces le
dije algo así: "Usted ha dicho que es agnóstico. Según entiendo, el
agnóstico no cree que Dios exista, pero sostiene esa incredulidad con ciertas
dudas.
Si usted no dudara que Dios no existe, se hubiera declarado ateo. El
ateo está seguro que Dios no existe. Usted duda de la existencia de Dios, pero
también duda de sus dudas".
Entonces le hice un pedido que no esperaba.
"Dígame una cosa de la que usted no duda. Una realidad que sea ley
universal irrefutable".
Después de pensar un poco, su faz se iluminó y me
contestó como sigue: "Bueno, puedo hablarle de la primera ley de
termodinámica.
La primera ley de termodinámica presenta el carácter permanente
de la energía. La energía no puede ser ni creada, ni destruida". Me dijo
mucho más, pero esas palabras quedaron resonando en mi mente.
¡Qué interesante!
¡Así que en el universo material hay algo como la energía que no puede ser
creada ni destruida! Pues, mi querido profesor, yo conozco otra cosa que el
hombre no puede producir ni destruir. Me refiero al incomparable amor de Dios.
Ese amor de Dios en Cristo ya te ha
reconciliado, amigo lector; ya te ha hecho depositario de la gracia del
Salvador del mundo entero. No hay nada que puedas hacer para producir o
destruir ese amor.
Tengo que decirte que sí tienes en tus manos el poder de
rechazarlo, de despreciarlo. Te ruego que no lo uses. Permite que la gloriosa
realidad del amor de Dios llene por completo tu mente y tu corazón.
https://youtu.be/_s-BCe0nBm8
https://youtu.be/_s-BCe0nBm8
"Por esta razón me pongo de rodillas delante del Padre. Le pido que de su gloriosa riqueza les dé a ustedes, interiormente, poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios, y que Cristo viva en sus corazones por la fe.
ResponderBorrarAsí ustedes, firmes y con raíces profundas en el amor, podrán comprender con todos los creyentes cuán ancho, largo, profundo y alto es el amor de Cristo. Pido, pues, que conozcan ese amor, que es mucho más grande que todo cuanto podamos conocer, para que así estén completamente llenos de Dios" (Efesios 3,14-19, versión Dios Habla Hoy).