EL HOMBRE, SOMETIDO A PRUEBA.
El diablo pecó por
propia iniciativa, pero el hombre lo hizo por instigación del Diablo
La narración que nos ofrece el
libro del Génesis acerca de la creación del hombre, dejando a un lado el ropaje
literario, nos presenta al hombre como un ser libre, inteligente y moralmente
responsable, al que Dios había creado a su imagen y semejanza, pues “dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra
imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de
los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las
sierpes que serpean por la tierra.
Creó, pues, Dios al ser humano a imagen
suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn 1,26-27).
Al
ser creado estaba libre de pecado, porque Dios no podría crearlo con naturaleza
pecadora; su persona tenía un cuerpo que le hacía semejante al mundo animal,
pero también un alma inmortal, que le colocaba por encima de todos los seres
creados en el mundo físico, dotada además de inteligencia y voluntad, y capaz
de elegir libremente; pero sobre todo, con un espíritu que le permitía la
intimidad con Dios en comunión de vida y amor y le hacía partícipe del mundo
espiritual situado en la cúpula de la creación.
La libertad del hombre, para que
se manifestase en plenitud y dejara de ser una posibilidad en el desarrollo de
la persona humana, debía ser puesta a prueba, como había sucedido con la
libertad de los ángeles.
Los hombres debían tener la oportunidad de poder
elegir entre la voluntad de Dios y la suya, entre someterse a Dios o intentar
vivir al margen de Dios, es decir, haciéndose autónomos y fijarse ellos mismos
los principios y normas de su existencia.
La ocasión para probarlo se presentó
cuando el Señor les dio una primera norma a cumplir, al poner la voluntad del
hombre frente a su voluntad cuando les dijo: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el
día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2,17).
Parece que la prueba no era tan
difícil cuando tantas posibilidades de comer frutos diferentes tenían.
Sólo
había uno del que no podían comer, pero el hombre siente tanta curiosidad por
lo prohibido...! Los ángeles rebeldes habían sido arrojados de la presencia de
Dios y probablemente vagaban por la tierra mientras la envidia les corroía.
Ellos habían sido privados de sus prerrogativas mientras el hombre, un ser
inferior a ellos, gozaba de la amistad y el beneplácito de Dios.
Así que
decidieron atacar para sacarlo de su posición y gozarse en su caída.
Sería una
doble victoria: sobre el hombre y contra Dios que lo había creado; en cierto
modo lo que pretendían era arrebatar a Dios la relación que tenía con el hombre
para someterlo ellos a su esclavitud. Y decidieron poner en marcha el plan.
El Diablo, camuflado en figura
de serpiente –ya había aprendido que la mejor técnica era el engaño- lanzó un
primer ataque muy simple, haciendo una pregunta aparentemente inocua, que
sirviera de gancho para iniciar la conversación.
Si lo conseguía, lo demás no
sería difícil; así que “dijo a la mujer:
‘¿Cómo es que Dios os ha dicho: ‘No comáis de ninguno de los árboles del
jardín?’ Respondió la mujer a la
serpiente: ‘Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del
jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte’” (Gn
3,1-3).
Es posible que para entonces, ya le habría pasado a Eva por la
cabeza más de una vez aquella prohibición y le habría picado la curiosidad,
pero se había limitado a respetar el mandato.
Su respuesta tal vez fue sincera,
pero no sabía con quién estaba tratando.
La conversación tomó un giro
cuando el diablo se jugó todo a una carta recurriendo a la mentira y el engaño:
“Replicó la serpiente a la mujer: ‘De
ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe
muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis
como dioses, conocedores del bien y del mal’ “(Gn 3,5).
¡El diablo
llevándole la contraria a Dios y queriendo dejarlo como mentiroso!
Esto,
tratándose de él, no es muy sorprendente, pero sí que resultó más que
sorprendente que Eva no detectara la verdad de la situación. ¿Tan obsesionada
estaba por comer del fruto prohibido y tanto le podía la curiosidad o la
ambición?
Quedaba sólo dar el último paso: “ Y como viese la mujer que el árbol era bueno
para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su
fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gn 3,6).
Detrás del acontecimiento se halla lo que se
ha llamado la prueba de la libertad.
Dios creó al hombre para que fuera dichoso y le dio el regalo de la libertad
para que voluntariamente le sirviera o no, le amara o no, se sometiera a él o
no, le adorara o no.
Y como la libertad necesita por naturaleza ser probada,
Dios sometió a prueba a los ángeles y después a los hombres con el siguiente
resultado:
El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad. Sucumbió a
la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza
lleva la herida del pecado original a partir del cual quedó inclinado al mal y
sujeto al error.
La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre se
equivocó y pecó libremente.
Al rechazar el proyecto del amor de Dios se engañó a sí mismo; se hizo esclavo del pecado y abrió la puerta a muchos otros males.
Al rechazar el proyecto del amor de Dios se engañó a sí mismo; se hizo esclavo del pecado y abrió la puerta a muchos otros males.
En realidad la historia de la Humanidad es, desde el principio, una sucesión de
males que alcanzan todas la áreas de la persona y la sociedad, nacidas del
corazón del hombre a consecuencia de un mal uso que hizo de su libertad.
Resumiendo:
-
hubo una prueba de su libertad
para ver si decidían obedecer y amar a Dios o rechazarlo.
-
en esa prueba tuvo un papel
importante Satán, el ángel caído, que hizo de tentador,
-
Adán y Eva no superaron la prueba,
-
y se produjeron las consecuencias
lógicas de la ruptura y todo lo que ésta conlleva.
En realidad la historia de la Humanidad es, desde el principio, una sucesión de males que alcanzan todas la áreas de la persona y la sociedad, nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso que hizo de su libertad.
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