jueves, 10 de septiembre de 2015

LA RENOVACION CARISMATICA


La Renovación Carismática
 


 

 


1.- Introducción

2.- Así comenzó

3.- Una reunión de oración

4.- Seminario de iniciación

5.- Retiro de Efusión

6.- Renovación y compromiso

7.- Espiritualidad de la Renovación

8.- La Renovación en la Iglesia actual

 

 

1.- INTRODUCCIÓN

 

Un día del mes de diciembre de 1976 viajaba en tren de Ávila a Madrid. A mi lado se colocó una chica joven.

No tardamos en entablar conversación y hacer las presentaciones de rigor. Ella se llamaba Maravillas. Era sevillana, y se comunicaba con facilidad y soltura. Estudiaba por aquel entonces en Madrid.

 

Yo le dije que era sacerdote dominico y que estaba de profesor en el convento de los Dominicos de Alcobendas. Le expliqué que en ese momento ejercía también el cargo de Prior y que tenía bajo mi custodia unos 120 frailes, la mayoría jóvenes profesos en camino hacia el sacerdocio.

Pronto se me hizo claro que a ella le interesaba el tema religioso. Al poco tiempo me hizo una pregunta inesperada: -¿Conoces la Renovación carismática?

-Algo he oído hablar de ella, le respondí sorprendido; y entre los frailes de mi convento hay dos jóvenes que asisten regularmente a los grupos; pero la verdad es que nunca me he preocupado demasiado por conocer qué hacen allí y de qué se trata la cosa.

Entonces ella, con mucha simpatía y, yo diría que con dulzura, pero con una enorme firmeza me dijo: "Ve, ve a la oración. Es necesario que vayas".

Durante varios días medité sobre el asunto y me di cuenta que las palabras de la chica me habían tocado.

Me entraron ganas de ir, pero a la vez me afloraron varios prejuicios inconscientes que actuaban sobre mí como frenos. Eran tres principalmente:

- Emocionalismo.

Tenía la sensación difusa de que en esos grupos había un exceso de sentimentalismo y de actitudes extrañas que yo no podía asumir. ¿Quién no ha visto alguna película en la que un pastor conjura como un energúmeno al demonio y le conmina a salir del poseso?

Siempre he creído que la acción del Espíritu está revestida de una gran sobriedad, equilibrio y armonía.

Evocaba y me venían a la imaginación esas asambleas, que había visto también en el cine, en las que la gente oraba con sonidos extraños, gesticulaba con sus cuerpos y adoptaba actitudes semi-extáticas que a mí me repelían.

La sospecha de ser una secta, un gueto, un grupo segregado y, por lo tanto, peligroso, actuaba poderosamente en mi inconsciente.

- Americanismo.

Yo sabía que estos grupos procedían de Norteamérica. Acerca de esta procedencia bullían en mi interior una serie de prejuicios.

Estaba dispuesto a aceptar cualquier novedad técnica o científica que procediera de U.S.A. pues les creía preparados para ello. Pero en el orden cultural y religioso: ¿podía venir algo bueno de allí? Me parecía que teológica y pastoralmente no habían contribuido gran cosa ni al desarrollo del Concilio ni, en general, a la evolución de estos temas. ¿Podría yo, pues, sacar algún provecho con asistir a esos grupos de procedencia norteamericana?

- Protestantismo.

Algo hay en el inconsciente que me ponía en guardia ante el talante protestante.

En mí también existía ese algo. Ni siquiera el haber estado varios años conviviendo con protestantes había mitigado este rechazo, que estaba ahí.

Además el ecumenismo es una teoría incipiente al no haber llegado aún al pueblo todo. Yo sabía que estos grupos estaban emparentados con el protestantismo pentecostal, dos nombres que encrespaban los nervios de mi espíritu.

 
* * *

 
A pesar de que las palabras de Maravillas fueron dichas con autoridad y de que el recuerdo de la chica me motivaba para volverla a ver y, sobre todo, para ver si la realidad se correspondía con las cosas tan bonitas y tan ponderadas con las que ella me describió en el tren los grupos de oración, a pesar de ello, la pereza me retraía de dar el paso.

Pero algo se movía dentro de mí. Por otra parte, yo no sentía necesidad alguna de cambiar mi vida.

Humanamente me sentía realizado y, más o menos, fui alcanzando las metas que, al menos en el inconsciente, me iba proponiendo.

No tenía tampoco ningún trauma especial, ni ninguna de esas carencias o pobrezas trágicas que te obligan a clamar desde el fondo de ti mismo.

Y no es que fuera insensible a las cosas de Dios, ni dejara de sentir celo por su gloria. Creo que era un fraile normal. Más tarde, sin embargo, se me hizo claro que en aquel entonces yo tenía un Dios muy apañadito, que apenas me inquietaba, pues le tenía muy domesticado por la razón.

A mis 40 años me encontraba suficientemente tranquilo y satisfecho.

Me pasaba algo semejante a la Samaritana del capítulo cuarto de San Juan. No tenía necesidad de otra agua. ¿Para qué un agua nueva? ¿No bastaba con el agua del pozo que nos dio Jacob, del cual habían bebido generación tras generación, ellos y sus ganados?

Ese agua era buena y, aunque no le saciaba del todo la sed, pues necesitó el consuelo de seis maridos, le daba seguridad. Era una fe muerta, pero sagrada.

Un poco más adelante en el mismo Evangelio, Jesús tuvo que desenmascarar las seguridades religiosas de otro grupo de judíos que, apoyados en su tradición, rechazaban la posibilidad de una conversión o cambio en sus vidas: "No fue Moisés, les dice Jesús, quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo" (Jn. 6,32).

Jesucristo, y menos crucificado, no atrae los intereses humanos de nadie. Pero yo sin darme cuenta iba identificando mis deberes religiosos con mis intereses, y esto me daba la seguridad de ser un hombre religioso y respetable; por eso me iba apegando cada vez más a las cosas tal como estaban.

Y entonces en vez de abrirme a lo nuevo, a una gracia nueva que me sacara de mi atonía, me iba creando un dios a mi imagen y semejanza e iba creciendo en mí el celo contra el vicio y el error de los que pensaban distinto de mí.

Esta puede ser socialmente una conducta correcta y digna de alabanza, en lo que cabe, porque crea según ese orden personas íntegras y legales, sólo que se puede vivir así año tras año, sin tener nada que ver con Jesucristo.

Y aunque tu mente se llene de "santos" pensamientos, tu corazón se endurece, y al final te encuentras con que eres un perfecto cristiano y un perfecto ciudadano, incluso lleno de buena voluntad, pero sin aquella caridad y misericordia que puedan poner en peligro tus seguridades.

Sin embargo, todo es gracia. Yo nunca hubiera salido de aquí si no hubiera sido por una gracia especial de Dios.

El único mérito, si lo hay, es tener el corazón abierto y sencillo, que también es gracia. En mi caso, yo me alegro de que fuera suficiente la conversación con una chica simpática en un tren, para lanzarme a una aventura espiritual que ha troquelado mi alma como se troquela una moneda con la efigie de un rey o de un personaje famoso.

* * *

Pasadas unas semanas, terminábamos un día de comer en el gran refectorio de Alcobendas, poblado de hábitos blancos. Era miércoles.

De repente me percaté de que los dos jóvenes carismáticos del convento cuchicheaban entre sí: -¿De qué hablan? les pregunté acercándome.

-Nada, me respondió uno. Estábamos quedando en la hora para ir juntos a la oración.

-¿A qué hora salen?

-A las 7, me dijeron.

-Perfecto, contesté, yo voy con ustedes.

 A las 7. 30 de la tarde daba comienzo la oración en el grupo Maranatha de Madrid. Calculo que habría en aquella sala unas 150 personas. Maravillas no asistió, ni la he vuelto a ver jamás en mi vida. Sólo conservo un sentimiento claro de aquel día: fueron dos horas de oración y se me hicieron cortísimas.

Al salir me junté de nuevo con los dos jóvenes que, por ser guitarristas, habían estado con la música separados de mí. Julio Figar me preguntó: -¿Qué te ha parecido?

-Me ha gustado, respondí, yo vuelvo.

 El caso es que llevo 18 años volviendo. Y nunca, a no ser por fuerza mayor, he dejado pasar un miércoles sin ir a la oración. Es más, por aquellas mismas fechas iniciamos en el convento el grupo de la "Rosa de Sarón" con el cual me identifiqué profundamente durante varios años, hasta que me trasladaron a otros lugares.

Lo que he recibido en estos años lo llevo grabado en mi alma. Pero es de eso, precisamente, de lo que quiero hablarles en este librito.

Hace unos meses viajé con varias personas a dar un retiro a los grupos vascos que se reunían en Loyola.

Fui durante un rato protestando porque no había en la Renovación española un libro que fuera apto para que las personas nuevas se enteraran un poco de qué se trata la Renovación, y de cuáles son sus contenidos de mayor garra y novedad.

Me dirigía, sobre todo, a una mujer que es de la Coordinadora nacional. Ella se sorprendió de mi perorata y en un momento dado me cortó el discurso y, mirándome, me dijo: "escríbela usted". Me quedé perplejo. Nunca había pensado en tal cosa. Sin embargo, allí mismo supe que, al menos, lo iba a intentar.

Y en esto estoy. Les aseguro -me refiero a los nuevos- que no voy a hablar como un sabio.

Primero, porque no lo soy; y, en segundo lugar, porque mi oficio actual, que es el de párroco de una parroquia del centro de Madrid con unos 20.000 feligreses, no me lo permite.

Les voy a hablar como un testigo, que me parece mucho mejor. De esta forma puedo utilizar un lenguaje fácil y sencillo que me salga del corazón.

Espero que no se me note demasiado la "deformación profesional" que ha podido causar en mí el estudio de una larga carrera de teología abstracta, en un lenguaje extraño, apto sólo para iniciados.

Creo que la Renovación tiene también el cometido de romper con un tono y un lenguaje curial y escolástico y de casta, con el que se suelen expresar las cosas del Espíritu.

 
2.- ASÍ COMENZÓ
 

El día 9 de Marzo de 1897 el Papa León XIII sorprendió al mundo con la publicación de la encíclica "Divinum illud munus", verdadera y auténtica "suma teológica" sobre el Espíritu Santo.

Con ella, de algún modo, le consagraba el nuevo siglo. Además hizo obligatoria para toda la Iglesia la novena al Espíritu Santo como preparación anual a la fiesta de Pentecostés.

Sin embargo, nadie recuerda a este Papa como el Papa del Espíritu Santo, sino como el Papa de la "Rerum novarum", otra encíclica suya en la que expresa las preocupaciones de la Iglesia por las cuestiones sociales, dando inicio de esta forma a la doctrina social de la Iglesia. Marx y Engels, creadores del marxismo, que es una especie de "cristianismo" laico y ateo, habían lanzado al mundo el grito famoso con el que acaba el "Manifiesto comunista", pregón programático de la nueva "religión": "proletarios de todos los países, únanse".

Eran las nuevas tendencias, a las que había que discernir y hacer frente. En esta tarea se empeñan, impulsadas por el Espíritu, no sólo la Iglesia Católica, sino también las grandes confesiones protestantes.

Pero el Señor no quiere que su Iglesia se polarice demasiado en una línea, pues la haría estrecha y determinista. Por eso suscitó, por aquella misma época, otras corrientes, no contrarias a la anterior, pero sí complementarias.

Entre las iglesias protestantes hubo una que apenas entró en la discusión de los temas sociales, tan acuciantes, y siguió predicando a un Jesucristo escueto, con mucha garra pastoral y fecundidad misionera.

1 de Enero de 1901

El movimiento espiritual del que vamos a hablar parece haber surgido, más o menos simultáneamente, en diversas partes de la tierra, especialmente en Armenia, Gales, India y USA.

No se puede considerar patrimonio exclusivo de ninguna confesión religiosa. La corriente principal y mejor constatada, sin embargo, fue la que apareció en una pequeña y pobre iglesia protestante a la que acabamos de hacer referencia. Es la Iglesia Metodista.

Es ésta una iglesia escindida del Anglicanismo hacia el año 1729.

Este cisma no se hizo por rechazo, sino por afán de reforma y de acercamiento sencillo del culto y de los grandes dogmas al pueblo cristiano.

Es por esto que quizás se  ha comparado el movimiento metodista al franciscanismo. Sus promotores, en especial John Wesley, un hombre de entraña mística y de una predicación muy imaginativa y cercana al pueblo, conservaron siempre un gran respeto por la Iglesia madre Anglicana.

El nombre de metodistas les fue impuesto por burla, pues hacían gala de seguir un método adaptado a las buenas costumbres de las que nos habla la Biblia.

Los fieles metodistas se extendieron por varios países del mundo anglosajón, aunque nunca llegaron a ser muy numerosos.

Sucedió en la noche de fin de año de 1900. Un grupo de estudiantes celebraban una asamblea de oración en Topeka, Kansas. La presidía el joven pastor metodista Charles F. Parham. Le pedían al Espíritu Santo que les enviara los mismos dones que había otorgado a los apóstoles en el cenáculo.

Una chica, llamada Inés Ozman, sintió el impulso de salir al centro de la asamblea. Rogó al pastor que le impusiera las manos e invocara sobre ella la efusión del Espíritu Santo, como se hacía en tiempo de los apóstoles.

El pastor, en un primer momento, se quedó perplejo, pero al fin condescendió. "En aquel momento, refirió la joven, me sentí como arrastrada por un río en crecida y como si un fuego ardiese en toda mi persona, mientras que palabras extrañas de una lengua que jamás había estudiado me venían espontáneas a los labios y se me llenaba el alma de una alegría indescriptible". Seguidamente los demás estudiantes y el propio pastor Parham recibieron los mismos dones.

La noticia se difundió. De todas partes acudía la gente para recibir lo que se llamó "el bautismo en el Espíritu" y "el don de lenguas".

En 1906 ya era un auténtico fenómeno religioso muy extendido. Las iglesias protestantes, sin embargo, no supieron acoger esta movida religiosa que parecía convulsionar sus cimientos. La hostilidad se hizo general.

El diario New York American escribe irónicamente en su número del 3-12-1906 con motivo de un acontecimiento pentecostal: "La fe proporciona a esta secta un nuevo idioma para convertir al Africa.

Todas las noches experimentan un milagro. Los líderes del movimiento son casi todos negros".

Excomulgados por sus iglesias y, aun en contra de su voluntad, los primeros carismáticos no tuvieron más remedio que integrarse en una iglesia nueva que se llamó la Iglesia Pentecostal.

MOTIVOS DE DISCREPANCIA

La historia del pentecostalismo en los años que siguieron se hizo turbulenta. Hubo entre ellos y con las demás iglesias nuevas divisiones y enconadas luchas y disputas teológicas. Cayeron en un gran desprestigio.

Durante cincuenta años se sumieron en una semioscuridad y dejaron, por tanto, de ser un peligro digno de ser tomado en cuenta. Todo el mundo creía que el ciclo pentecostal había llegado a su fin. Daba la impresión de que aquella semilla que tan pujante brotó en el grupo de jóvenes de Parham se había muerto para siempre.

La novedad de la irrupción pentecostal fue imposible de asumir en un principio. Podemos mencionar varios factores de discrepancia, entre otros muchos. Para los primeros pentecostales, siempre hubo dos cosas innegociables: el bautismo en el Espíritu y el don de lenguas.

En efecto, para la mayoría de los protestantes, incluidos los pentecostales, el bautismo cristiano tiene como dos momentos: el bautismo de agua, que produce la regeneración y el bautismo del Espíritu, que otorga la plenitud del Espíritu Santo.

Lo que sucede es que en las iglesias tradicionales estos dos momentos se fundían en un solo acto y, de esta forma, era bautizada la gente sin que se urgieran más estos temas.

Pero al sobrevenir la experiencia carismática, en la iglesia Pentecostal se diversificaron estos actos. Ello produjo innumerables disputas e incomprensiones.

Por otra parte, el don de lenguas siempre fue tomado por los de fuera como un fenómeno incómodo y embarazoso, que si desapareciera evitaría problemas, puesto que para ellos más que de provecho servía de confusión.

Más que causar un efecto positivo causaba escándalo y daba a las reuniones pentecostales un tinte esotérico, como si fuera una secta de iniciados extáticos y extravagantes.

De ahí nacían, igualmente, las frecuentes acusaciones de fanatismo, de fundamentalismo, de emocionalismo y de poco aprecio a la razón, incluso a la razón teológica.

No les ayudó nada tampoco su sectarismo y su rechazo de todas las iglesias institucionales. El rechazo hacia la Iglesia Católica era visceral.

También fueron motivos de contradicción el subjetivismo, la interiorización religiosa y el misticismo en los que incurrían los pentecostales, cosas todas ellas, según sus críticos, contrarias a la tradición protestante.

Como es sabido, para los católicos siempre ha habido dos fuentes de revelación: la Escritura y la Tradición.

Los protestantes, sin embargo, sólo admiten una fuente de revelación, que es la Biblia. A ella acceden mediante la inspiración privada y el libre examen.

Estas cosas, aunque sean personales, no sujetas a magisterio, son siempre objetivas. No podían aceptar el subjetivismo pentecostal, como si hubiera una revelación pública y otra privada. Frases, como por ejemplo: "el Señor me ha dicho", no podían ser asumidas.

ACOGIDA EN LAS IGLESIAS PROTESTANTES

Debido a estas y otras muchas contradicciones la semilla pentecostal pareció, en cierto momento, que podía desaparecer. Pero no fue así.

Al contrario. Durante estos cincuenta años de oscuridad y silencio fue madurando y, a pesar de la injuria y el escándalo de los hombres, hacia los años 60 sus rebrotes se hicieron de nuevo incontrolables.

Y ahora no era ya momento de excomuniones, sino que las iglesias no pudieron eludir el hacer un nuevo discernimiento.

Pero ya habían cambiado muchas cosas en esas iglesias; el mundo también era otro.

La rigidez puritana de principios de siglo había pasado; dos cruentas guerras mundiales habían relativizado muchas cosas; y una filosofía nueva, personalista y vivencial había abierto la posibilidad de un mundo de experiencias nuevas.

A pesar de los conflictos mencionados, las iglesias tuvieron que enfrentarse al hecho de que muchos de sus fieles iban siendo tocados por la experiencia carismática.

Aún más: bastantes pastores participaban en grupos de oración y habían experimentado igualmente un cambio profundo en sus vidas. Por ello, aunque aún no se hayan apagado las disputas ni se hayan eliminado totalmente las incomprensiones, las iglesias llamadas "históricas" han dado su aprobación a la espiritualidad pentecostal.

En la Iglesia Episcopaliana fue a partir de 1958; la Luterana USA en 1962; la Presbiteriana también en el 62; y lo mismo ha sucedido en algunas comunidades ortodoxas.

Desde este momento se empieza a descubrir la parte positiva de toda esta movida espiritual. Ahora es valorada la capacidad evangelizadora de la nueva corriente espiritual; su novedad y frescura de cara a los jóvenes y alejados; la vitalidad en los cultos y celebraciones; la revalorización de la oración y lo sobrenatural en un mundo materialista y práctico; y, de una manera especial, la capacidad ecuménica de este nuevo movimiento.

Fieles de todas las confesiones participan juntos en grupos de oración: ¿No será que el Espíritu Santo quiere construir la unidad desde las bases, desde el pueblo?

EN LA IGLESIA CATÓLICA

Dados estos antecedentes, no es de admirar que este movimiento espiritual apareciera inevitablemente en la Iglesia Católica.

Sin embargo, cuando esto tuvo lugar causó una sorpresa casi general. Siempre había existido una profunda hostilidad hacia el Catolicismo por parte de las Iglesias Pentecostales, el cual, según ellas, era la suma y compendio del formalismo y organización aniquiladores del Espíritu.

Por otra parte, la mayoría de los católicos nunca habían tomado en serio a los pentecostales por su aparente emotividad y fanatismo.

 

Nadie, pues, imaginaba la rápida aceptación con que fue acogida la espiritualidad pentecostal en la Iglesia Católica. La verdad es que se ha extendido con mucha mayor rapidez en ella que en todas las demás iglesias, y la oposición ha sido mucho menos intransigente. Observadores pentecostales han comentado sorprendidos la facilidad con que los católicos han aceptado el "bautismo en el Espíritu". La jerarquía católica se ha mostrado más abierta y favorable al movimiento que la de las demás iglesias.

 

Pero también en la Iglesia Católica habían cambiado muchas cosas. Había pasado Juan XXIII con su lema: "valoricemos lo que nos une y dejemos lo que nos separa".

Había pasado un concilio, el Vaticano II, que abrió las puertas y ventanas de la Iglesia de par en par y realizó una apertura sin precedentes a la modernidad, al progreso, a la tolerancia, a los derechos humanos y, en general, a las realidades terrenas, cosas todas ellas asumidas en una síntesis poderosísima bajo la acción del Espíritu.

Fue un concilio sin condenas, un concilio de aperturas, de tolerancia del pluralismo religioso, de anhelos ecuménicos.

Ya no hay herejes ni cismáticos, sino hermanos separados, entre los cuales pueden darse también "la fe, la esperanza, la caridad, la vida de la gracia y otros dones interiores del Espíritu Santo".

En la apertura de dicho concilio Vaticano II, el Papa Juan invocó al Espíritu Santo pidiéndole: "Renueva en estos días tus maravillas, a la manera de un nuevo Pentecostés".

SE ENCIENDE EL FUEGO

En la Universidad del Espíritu Santo de Duquesne, en Pittsburgh, USA, hay un grupo de cristianos inquietos.

Son agentes de pastoral dentro de la misma Universidad, pero están desilusionados y un tanto desmoralizados, sobre todo, por la ineficacia e infecundidad de sus esfuerzos y trabajos.

Sin embargo, están en actitud de búsqueda y de encuentro. Cae en sus manos un libro que se ha hecho famoso: "La cruz y el puñal".

Es una especie de autobiografía de un intrépido pastor, David Wilkerson, el cual habla de su apostolado entre las pandillas de jóvenes delincuentes y drogadictos de Nueva York.

Entre estos jóvenes se habían realizado auténticos milagros con signos visibles de una presencia fuerte y viva del Espíritu Santo. Allí se relataba algo distinto, allí se percibía una eficacia y una fecundidad superiores a los puros dones y categorías humanos.

La lectura de este libro fue para ellos una revelación.

Decidieron orar los unos por los otros diariamente la secuencia del Espíritu Santo: "Ven, Espíritu divino". Pedían que se derramara sobre ellos la misma fuerza y el mismo fervor que habían experimentado los primeros cristianos.

Sucedió a principios del año 1967. Después de algunos meses de perseverar en esta oración y en estos deseos encontraron suficiente humildad para pedir a algunos neopentecostales que oraran sobre ellos a fin de recibir el bautismo en el Espíritu.

Los efectos fueron inmediatos y prodigiosos.

Los frutos del Espíritu se derramaron copiosamente: se sienten invadidos por una fuerza nueva; perciben un profundo sentimiento de paz; se regocijan con una alegría inexpresable; sienten la necesidad casi impulsiva de dar testimonio.

Y lo que es más importante: experimentan en sus propias vidas la realidad poderosa y santa del Espíritu, que les lleva a descubrir a un Jesús vivo, resucitado, señor de todas las cosas. Perciben como un cambio cualitativo en su propio ser, cambio que se expresa también a través de varios dones carismáticos: don de lenguas, profecía, curaciones.

Demasiado fuerte para asimilarlo de inmediato.

Dentro de la paz y sobriedad del Espíritu que, de por sí, nunca hace perder la armonía y el equilibrio, se sienten gozosos, pero desconcertados y un tanto perdidos. ¿Qué está sucediendo? ¿Es esto un nuevo Pentecostés?

Pero no era un momento adecuado para pararse a teorizar lo que estaba pasando. Había que apurar la experiencia hasta el final. Y, sobre todo, había que dar salida a la urgencia de comunicación, de compartir con otros, algo que en su fuero interno sabían que era auténtico, oro de ley.

Programan pronto un retiro, que se hizo famoso, al cual asistió mucha gente nueva, y en el que de nuevo percibieron la presencia viva del Espíritu Santo. Pasaron un fin de semana en oración como sumidos en una atmósfera ultraterrena.

La experiencia se extiende rápidamente como un fuego. El 4 de Marzo de 1967 un joven estudiante de Duquesne comunica estos sucesos a un asombrado pero reticente auditorio de la Universidad de Notre Dame, en South Bend. También aquí acuden a los pentecostales que, en un encuentro de oración, oran por ellos, repitiéndose los mismos acontecimientos con los mismos resultados.

En pocos meses se propagó la noticia por diversas regiones de USA, saltando inmediatamente sus fronteras en todas las direcciones.

NACIÓ EN AMÉRICA, PERO NO ES AMERICANA

Ni la propaganda de la coca-cola; ni la publicidad de la hamburguesa; ni la estrategia de los VIPS; ni el espectáculo de Michael Jackson; ni las intrigas de la CIA; ni el marketing de una multinacional; ni la acción de las películas del Oeste han sido vehículo para que la Renovación haya llegado, rincón por rincón, hasta los confines del planeta.

El Espíritu Santo no ha necesitado la influencia americana para "colonizar" espiritualmente al mundo. Viene de América, pero no es americana.

Y entonces se preguntará alguien: ¿por qué nació en América?

He aquí una cuestión insoluble. Los designios de Dios son inescrutables. No se pueden dar ni razones de conveniencia. De todas formas es sorprendente que haya nacido en USA, pues las cosas de Dios suelen brotar en la debilidad, la pobreza y la impotencia. Sin embargo también en EE UU hay pobrezas.

Desde el principio se trató de descalificar al movimiento pentecostal a causa, según decían, de su origen humilde en una iglesia negra. Muchos comentaristas e historiadores piensan que el mismo ambiente que dio origen al Negro Spiritual, al Jazz y a los Blues, produjo también el movimiento pentecostal.

La verdad es que desde el principio hubo adeptos de ambas razas, aunque también está constatado que en el inicio la mayoría de los líderes y el gran impulso se realizó por medio de comunidades de gente de color.

Y, ¿por qué en el Protestantismo? No lo sabremos jamás, como tampoco sabremos por qué el Hijo de Dios nació en una cueva en Belén.

Tal vez era el sitio más pobre y por eso lo escogió. De esta forma hasta los mendigos que duermen en la calle, los desheredados, los emigrantes y desterrados, se pueden identificar con él. Si hubiera nacido en un palacio, los pobres jamás hubieran pisado sus umbrales.

La Renovación no tuvo ni patria ni sitio en la posada. Nació en la Iglesia Metodista, pero fue expulsada de ella y de las demás iglesias protestantes. Tuvo que construirse su propia chabola. ¿Si hubiera nacido en la Iglesia Católica, la aceptaría todo el mundo?

Hay muchos que consideran a esta iglesia demasiado poderosa, demasiado prepotente. En cambio, naciendo donde nació, y creciendo como creció, a la Iglesia Católica y a todos nosotros nos sirve de ejercicio de pobreza y de reconciliación. Y hay que reconocer que en este tema nuestra Iglesia Católica ha alcanzado auténticas cotas de catolicidad y de aceptación de los demás.

Hablando de un tema semejante San Pedro dijo un día en casa de un pagano: "Verdaderamente Dios no hace acepción de personas, sino que el hombre que le teme, sea de la nación que sea, le es grato" (Hch. 10,34).

Este fuego no hace, pues, referencia a ninguna nación, a ninguna ideología, a ninguna cultura, ni lengua ni raza ni color.

NO FUE PROGRAMADA NI TIENE FUNDADOR

A ningún consejo de pastoral o reunión de planificación, a ningún capítulo general o comisión teológica se le ocurrió jamás un programa de acción o evangelización en el que se incluyera como acción prioritaria un "bautismo en el Espíritu".

Ninguna pastoral de conjunto ha incluido en sus planes la oración en lenguas, la profecía o las curaciones.

Todos sentimos la necesidad de una nueva evangelización, "con nuevos métodos, nuevas expresiones y nuevo ardor" pero, ¿quién es capaz de actuar algo concreto que cambie vidas, que haga descubrir a un Jesucristo vivo y poderoso y que llene nuestras actuaciones de carismas y de una acción poderosa del Espíritu?

La única planificación que puede haber, para que lo dicho suceda, es la oración en la que se clama por esos dones y esa venida del Espíritu.

Y él, como el día de Pentecostés, nos ha sorprendido una vez más. Y está ahí. La cuestión ahora es reconocerle y secundar sus planes. Cada uno en el lugar donde perciba su llamada.

Para la Renovación esto no es tan sencillo, pues el Espíritu no se vale en ella de las mediaciones ordinarias por las que suele actuar.

Aquí no hay un fundador, ni se puede decir que sea un movimiento. Por eso, no tiene una teología especial, ni un centro espiritual, ni un programa de acción, ni unos objetivos concretos.

No trata de reformar la oración, ni la liturgia, ni abrir cauces a la Palabra de Dios, ni está llamada a unos compromisos sociales concretos.

Es una re-novación de lo que siempre fue, una puesta a punto, una vitalidad renovada. Nadie dirige los pasos de la Renovación. La única referencia instintiva que hace el carismático es al Espíritu Santo.

Él es el fundador, el motor, el que programa, el que señala cadencia y ritmo. Por ello, la actitud más auténtica es la de la escucha, viviendo siempre la provisionalidad de lo que tenemos. En la Renovación nunca hay nada terminado, porque el Señor es nuevo cada día.

 3.- UNA REUNIÓN DE ORACIÓN

Los tres capítulos que siguen, como en general todo el libro, están escritos con un amor y atención especial a los que van dando sus primeros pasos en la Renovación carismática.

Me refiero a esas personas que acaban de entrar y quieren enterarse no sólo de las ideas teológicas que la Renovación pone en juego, sino de la vida que hay en ella y la que puede comunicar.

Para describir esta vida y llegar al fondo del mensaje, me ha parecido que la fórmula mejor no es teorizar, sino contar historias reales con su escenificación natural.

Todo lo que van a leer, pues, en estos capítulos, son historias reales que, por otra parte, expresan lo que gran parte de los carismáticos hemos experimentado también.

Naturalmente, se han cambiado los nombres y parte de las circunstancias. Para aquellos momentos, en especial los testimonios, en los que es más fácil identificar a la persona real protagonista de los hechos, se han pedido los permisos necesarios.

-Hola. Buenas tardes. ¿Eres nuevo?

-Sí. Vengo por primera vez.

-¿Quieres que te acompañe?

-Bueno...

-Me llamo Marta, ¿sabes? Soy del grupo que llamamos aquí de acogida. Tenemos el encargo, entre otros, de acompañar a los que vienen a la oración por primera vez, para que no se sientan solos y perdidos. De todas formas eres libre. Si quieres estar solo, puedes hacerlo.

-No. Prefiero que me acompañes.

-¿Cómo te llamas?

-Llámame Paco.

 Marta conduce a Paco hacia una sala amplia, donde se encuentra ya mucha gente reunida. Hay animación. Algunos colocan las sillas en círculos concéntricos. Fuera de eso, apenas se ven preparativos que indiquen lo que se va a hacer allí. -¿Por qué se abrazan y besan tanto? pregunta Paco. ¿Hace mucho que no se ven?

-No. Desde el martes pasado, respondió Marta. Tenemos la reunión de oración todos los martes del año.

-Pues da la impresión de que no se ven desde hace un siglo.

-Sí. Aquí es así. ¿Te parece raro?

-No. Pero es curioso que se alegren tanto al encontrarse.

-Hay mucha convivencia, sugiere Marta, y eso engendra cariño. Además hay una experiencia de fe muy compartida.

* * *

La sala se iba llenando poco a poco. Se esperan unas doscientas personas. Hay gente de todas las edades. Un grupo de jóvenes afinan sus guitarras.

En otros corros se charla animadamente. Paco lo observa todo, al parecer muy interesado. Es un chico joven que, como más tarde confesó, tiene personalmente inquietudes religiosas. Además es catequista de confirmación en una parroquia  y le atrae el tema de una experiencia viva del Espíritu Santo.

Pero lo que le ha movido de verdad a hacer esta experiencia es una persona a la que él quiere mucho y que le viene motivando desde hace tiempo. -¿Todas estas personas forman parte de un mismo grupo de oración?

-Sí, respondió Marta. Somos un grupo o comunidad, que nos reunimos todos los martes, como te he dicho. Hay más grupos, no sé cuantos, pero muchos. Este nuestro se llama "Agua viva".

-Ah. ¿Tienen un nombre?

-Sí. El nuestro hace referencia al agua, como símbolo del Espíritu Santo, que da vida, renueva y hace crecer las plantas.

-Bueno, y la sesión de hoy ¿de qué se trata? dijo Paco con creciente interés. ¿Me puedes explicar un poco?

-Hoy es una reunión de oración. Siempre es como la que vas a ver hoy, menos los primeros martes de mes, que tenemos la celebración de la cena del Señor o Misa. Viene a durar unas dos horas. La primera hora la dedicamos íntegramente a la oración de alabanza.

-No sé bien qué es eso, dijo Paco, pero bueno, continúa.

-Después durante media hora escuchamos una enseñanza. Suele hablar una persona a la que se le ha encargado previamente, e incluso se le ha dado el tema.

La media hora final se dedica a lo que llamamos testimonios. Es una forma de compartir la fe y la gracia de Dios que actúa en nuestras vidas. Algunos testimonios impactan mucho. Finalmente nos tomamos de las manos y rezamos o cantamos un padrenuestro.

-¿En todos los grupos hacen lo mismo? inquirió Paco.

-No conozco muchos, respondió Marta. Pero creo que sí. En todos se hacen las mismas cosas. Claro que a veces hay grupos pequeñitos o de principiantes que, a lo mejor no tienen guitarras, o no hay nunca enseñanza porque no tienen quién las dé.

Pero, más o menos, todos tienden a completar el esquema que te he dado. En todo caso en el nuestro se hace así.

-Sólo otra pregunta, añadió Paco: ¿Quién dirige todo esto?

-Los grupos eligen, cada cierto tiempo, un equipo de personas encargadas de llevar adelante esta tarea. Se le llama el equipo de discernimiento.

En la Renovación, sin embargo, no funcionan las cosas por democracia, sino por carismas. Por eso, más que una elección es un discernimiento.

* * *

Cada vez había más gente en la sala y las conversaciones subían de tono. No se veía a nadie que pudiera poner orden en aquella algarabía. A Paco esto le mosqueaba un poco. ¿Cómo es posible, se decía a sí mismo, que dentro de unos momentos esté esta gente en oración?.

Pero no quería caer en prejuicios. Se había prometido a sí mismo que iba a ir con una actitud abierta, pasara lo que pasara.

Ya habría tiempo de hacer una reflexión más sosegada. Por otra parte, no veía ni una imagen, ni un cuadro, ni un símbolo religioso, aparte de los que decoran ordinariamente la sala. ¡No me explico cómo se pueda crear una presencia de Dios en esta marabunta! Queriendo salir de sí mismo, se dirige de nuevo a Marta: -¿Qué clase de gente suele venir aquí?

-Hay de todo, respondió Marta. Aquella de amarillo, por ejemplo, es peluquera. En aquel grupo de señores hay un cura, un médico y un jubilado que si te descuidas te encaja una aventura de cuando estaba en el frente. Ese otro que coloca sillas es un taxista. Hay señoras de "sus labores" etc.

-¿Y esos que están en sillas de ruedas?

- En los grupos carismáticos, contestó Marta mirándole a la cara, siempre verás gente enferma, sencilla, pobre. Los mismos que rodeaban a Jesús.

Donde hay gratuidad siempre encontrarás a los pobres. Aquí, no sólo tienen derecho a estar, sino a hablar y a intervenir como cualquier otro.

-Pero esto tendrá sus inconvenientes, ¿no?

-Sí, arguyó Marta, pero tiene muchas ventajas evangélicas.

-Según esto, ¿cómo preparan la oración?

-No olvides que se trata de una oración de alabanza y ésta para ser sincera ha de ser espontánea. Es como si preparas una elogio o un piropo, perderían mucho de su gracia. Por eso todo lo que veas y oigas durante dos horas va a ser espontáneo.

Mucha gente pasaba y les saludaba. Paco se extrañaba de que nadie subrayara su condición de novato. Para la mayoría era como un amigo de toda la vida. De repente, una sombra de preocupación se manifestó en su cara: -¿Sabes Marta? Me está entrando un poco de miedo. Me temo algún contagio.

-Tal vez quedes contagiado, pero no como tú temes. De todas formas, no te preocupes. Es todo muy sencillo, sonrió Marta con dulzura.

* * *

Y dio comienzo la oración. Paco no podía disimular. A pesar de todos sus propósitos, estaba a la defensiva. Sonaron algunas canciones semifestivas que fueron atrayendo la atención de la gente. Se levantó un señor como de unos 50 años.

Era el encargado de dirigir la oración. Las palabras que salieron de sus labios eran de invitación. Apelaba a la interioridad, a la escucha, a hacer presente al Señor, que nos había convocado a todos un martes más. Jesús el Resucitado, continuó diciendo, el que vive para siempre está vivo en medio de nosotros.

Él preside esta oración y, mediante su Espíritu, nos va a hacer saborear los bienes de arriba. Terminó su exhortación dirigiéndose personalmente al Señor con una oración espontánea: "Envíanos, Señor, tu Espíritu, que penetre en nuestros corazones. Que sea Él quien te alabe verdaderamente desde nuestro interior. Que clame Él con gemidos inefables. Danos tu presencia y que ésta, tu comunidad, prorrumpa en alabanzas".

En aquel momento vibraba el silencio. Sin previo aviso, suenan las guitarras, esta vez en plenitud de oración, y entonan una canción:"Espíritu Santo de Dios, ven sobre mí".

La gente se mete dentro de sí. Cierra los ojos. Interioriza la canción. A Paco le impresiona la metamorfosis que se está obrando allí. Doscientas personas charlando y saludándose como se hace a la puerta de un teatro y, de repente, la atención de todos se concentra en un punto interior como si hubieran sufrido un encantamiento. ¿Qué artista genial se ha hecho presente en el alma de todas estas personas?

A Paco se le aflojaron los músculos. Nadie se preocupaba de él. Ni siquiera Marta que también había entrado en oración con una enorme libertad.

Es como si estuviera solo. La asamblea se le hizo espectáculo y pudo observar a todos, sin que nadie le viera a él. Cantaban con los ojos cerrados.

Parecía que todos habían entrado en contacto interior con Jesús resucitado. Miró a Marta, y la encontró bella, interior, relajada. La paz de la asamblea prendió también en su alma.

 * * *

Pero su sorpresa no había llegado al colmo. Al terminar la última estrofa la gente inició una extraña armonía, que no era boca cerrada, no repetía la melodía de la canción, sino que creaba una nueva, sin letra, poderosa, multiforme.

Cada uno cantaba lo que le salía del alma. A veces la armonía se espesaba, se hacía densa y estallaba casi en júbilo y en grito. Marta se percató del estado de ánimo que podía tener Paco y acercándose a él le sugirió al oído: -Esto que oyes se llama canto en lenguas.

La cascada de voces seguía densa. A veces aflojaba ligeramente, pero pronto volvía a elevarse el tono, como porfiando por llegar al techo del júbilo.

Así durante varios minutos. San Agustín, un día, explicó muy bien lo que estaba sucediendo: "Dios mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle: no te preocupes por las palabras como si éstas fuesen capaces de expresar lo que le deleita a Él. Canta con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón.

En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.

El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras.

Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos" (Sermón 1 al salmo 32). La tradición cristiana ha visto, de esta forma, en el canto en lenguas, la forma suprema de la alabanza y la ha llamado "oración de júbilo" o "jubilatio".

La poderosa armonía de la asamblea se iba haciendo cada vez más fluida y en un punto inició un descenso casi en picada, se hizo débil en todas las gargantas y se posó con suavidad como el vuelo de una paloma. -Alucinante...  musitó Paco.

* * *

A Marta no le dio tiempo a acoger estas impresiones de Paco. Al término del canto en lenguas no entró el silencio, sino que la asamblea prorrumpió en una cascada de aclamaciones a voz en cuello, en las que predominaban frases como éstas: "Gloria a ti, Señor. Bendito seas. Aleluya, aleluya.

Tuyo es el poder, la gloria, el honor y la alabanza". De cada boca salían palabras distintas, pero todas a una. Expresiones diversas, pero un sólo grito. Incluso algunos daban palmas, otros levantaban los brazos y otros vitoreaban con fuerza.

Al lado de Paco un hombre gritaba con fuerza: "que te aplaudan los ríos y te aclamen los montes, Señor". Marta suavizó el entusiasmo con el que estaba orando, pues presentía que Paco estaba un poco perdido ante tanta intensidad:

-Esto que escuchas ahora se llama oración de aclamación, susurró al oído de Paco. Es como si hubiera entrado un personaje muy famoso y muy querido en la asamblea. Sin duda la gente le aclamaría. -Sí, pero aquí no ha entrado nadie, acentuó Paco un poco incómodo.

-Es que ya está dentro, sentenció Marta. Pero esto es un secreto.

-Sin duda que tiene que haber un secreto, aceptó Paco. O ustedes están locos o tiene que haber un secreto.

-¿Por qué no intentas entrar un poco en oración? Es la única forma de captar ese secreto, insinuó Marta haciendo ella un ademán de invitación.

 Paco cerró los ojos e hizo un esfuerzo interior para conectar con algo. Pero no era el momento oportuno. La poca oración que había hecho en su vida fue siempre en situaciones de quietud y de silencio.

Y aun así, apenas había logrado algo más que rezar, es decir, recitar una serie de oraciones con la intención de pedirle algo a Dios. Pero no tenía experiencia de una oración íntima, secreta, nacida del corazón.

Más que con la oración había intentado acercarse a Dios siendo coherente y honrado, y ganándose la paz del alma con una dedicación y entrega a los demás.

En la oración nunca había encontrado jugo. Se sentía vacío por dentro y la propia vaciedad le horrorizaba si en algún momento quería entrar dentro de sí. Por eso, a pesar de la invitación de Marta no pudo concentrarse.

Mientras tanto, seguían las aclamaciones y los vítores. Algunas personas daban la impresión de estar en trance. La mayoría, sin embargo, gritaban con fuerza pero dentro de una gran sobriedad y equilibrio.

Es cierto. Ninguna de estas formas de orar está fuera de la Palabra de Dios, aunque sean tan distintas de lo que estamos acostumbrados a oír en nuestras iglesias.

La oración comunitaria actual es demasiado hierática, anodina y estereotipada. La falta de vibración en nuestras celebraciones no está ayudando mucho a la causa del evangelio. A veces da la impresión de que no nos motivan ni las propias palabras que salen de nuestros labios.

En otros tiempos con más fe y menos complejos, no era así. El Espíritu se sentía menos bloqueado y podía hacer maravillas y crear auténticas celebraciones comunitarias. Cuando se tiene una experiencia viva y salvadora de Dios, la respuesta lógica es un grito de clamor y de alabanza: "Dichoso el pueblo que sabe aclamarte" (Sal.89,15).

De nuevo: "Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo" (Sal. 47,2) Y en otro lugar: "En su templo un grito unánime: "¡Gloria!" (Sal. 29,9).

* * *

Al término de las aclamaciones sobrevino un silencio. Se percibía densidad en la atención. La gente estaba como a la escucha. Paco agradeció estos momentos de quietud.

Necesitaba un descanso. Sin embargo, la asamblea seguía viva. Jesús, el Resucitado, seguía derramando su energía, es decir, su Espíritu sobre todos los presentes.

No se veía a nadie encauzando ni dando ningún tipo de indicaciones sobre la oración, por lo que eran imprevisibles los derroteros por los que en adelante discurriría.

El equipo de música entonó otra canción. Era un estribillo: "Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". Lo repitieron varias veces con gran suavidad.

Se notaba que el pueblo saboreaba estas palabras y las encontraba jugo. Paco lo encajaba ya todo sin pestañear, pero no pudo reprimir su curiosidad: -¿Por qué la repiten tantas veces? preguntó dirigiéndose a Marta.

-Porque esta canción en este momento está ungida, y la gente la saborea como un manjar. En estas celebraciones la unción es un elemento esencial.

-¿Qué significa unción?

-Es parte del secreto del que te he hablado. Imagínate un picaporte que funciona mal, explicó Marta. Si le echas un poquito de aceite queda suavizado, ungido, y entonces da gusto abrir la puerta.

-¿Quieres decir que el Espíritu Santo ha puesto un poco de aceite en esta canción?

-Exactamente, asintió Marta. La unción es una experiencia sobrenatural. La perciben los que van ya entendiendo el lenguaje del Espíritu. La unción engendra todos los carismas.

Si el Espíritu Santo pone un poco de aceite en las palabras de un predicador, te llegan ungidas y penetran muy hondo, como el aceite. Si pone aceite en un sufrimiento, lo vives con una fuerza especial que no procede de ti.

Carismático en algún sentido significa ungido. Una oración, como ésta, es carismática cuando está ungida.

-A mí esto me suena a nuevo.

-La Iglesia desde siempre ha conocido este misterio, explicó Marta. En varios de sus sacramentos pone un poquito de aceite en la frente o en las manos de los que los van a recibir.

* * *

En aquel momento terminó la canción. Se percibía mucha unción en la asamblea. De repente una señora gorda y bien configurada se arrancó con voz fuerte en una plegaria personal. Paco se asustó un poco, pues la tal señora estaba inmediatamente detrás de él. "Señor, dijo la mujer, te doy gracias porque has estado toda la semana conmigo. Siempre estás conmigo. Sólo tú y yo sabemos, Señor, lo que estoy sufriendo. No te alejes nunca de mí".

A Paco le llegó esta oración y otras varias que siguieron en un tono semejante. La asamblea se distendió mucho durante bastantes minutos. Se notaba que algunas personas pugnaban por meter su oración particular.

A veces se atropellaban un poco unas a otras y hablaban dos o tres casi a la vez. Paco se relajó. En este tipo de oración se encontraba más a gusto. Dirigió a Marta una mirada de complacencia, pero esta le respondió con una mueca indescifrable: -¿No te agrada esto? preguntó Paco.

-No del todo.

-¿Y eso?

-Mira, las oraciones personales son importantes porque transmiten una acción genuina del Espíritu y la experiencia concreta de salvación en la historia de una persona y, como por un efecto de diapasón, de los demás, pero tal como se suceden hoy no me están gustando. No hacen comunidad.

-Y ¿por qué me siento yo a gusto con ellas? dudó Paco.

-Porque tienen mucho de razón y mucho de sentimiento y en este terreno humano tú te sientes bien. Sin embargo, a mí hoy no me llegan ni con Espíritu ni con unción.

 Marta tenía razón. Aunque haya muchas personas juntas orando, esto no quiere decir que siempre salga de ellas una oración comunitaria.

Uno tiene que dejar de lado sus estados de ánimo del momento, su protagonismo y sus pequeños o grandes problemas personales o domésticos.

Si hay muchas personas que lanzan su intervención desde sí mismas, sin tener en cuenta a los demás, habrá un sinnúmero de oraciones yuxtapuestas, pero no habrá oración de la comunidad. Y el efecto inmediato es la caída de la unción y el enfriamiento de los corazones.

Sin embargo, si en las intervenciones personales se atiende a la línea que va llevando el Espíritu, si se escuchan los unos a los otros, si uno se deja inspirar por las oraciones de los demás, si lo que interesa es el Señor y su acción en la comunidad, poco a poco va subiendo la unción y pronto se vuelve a experimentar que la oración la lleva el Señor, y el pueblo quedará sanado, consolado y fortalecido y se hará grande la unidad en los corazones.

Esto vale no sólo para las oraciones individuales sino también para la música, la predicación y los testimonios.

Si el ministerio de música canta las canciones guiado por criterios estéticos, sentimentales o de moda, sin atender al ritmo y línea que marque el Espíritu, serán canciones sin unción y enfriarán la alabanza.

Lo mismo en la predicación y en los testimonios.

Estos últimos deben de estar fundamentalmente motivados por la oración y la predicación del día, aunque hayan sucedido hace tiempo. Si están desconectados de ella, aunque sean claramente del Señor, rebajarán el efecto comunitario de la oración.

Los jóvenes de música quebraron la serie de oraciones individuales con una canción destinada a aunar de nuevo a todos los espíritus en una alabanza más comunitaria. De nuevo se creó un clima de relativa interioridad.

Después de la canción hubo un intento de aclamación que no culminó. Se creó seguidamente un silencio un poco forzado. De en medio del silencio surgió una voz fuerte: "Pueblo mío, te amo. Ábrete a la acción de mi Espíritu.

Entrégame tus preocupaciones, tus ansiedades, tus problemas, que te roban la paz e impiden una comunicación transparente conmigo.

Yo soy el señor de todos tus agobios. No dejes tampoco que tu corazón caiga en la trampa de los ídolos, que vacían tu espíritu de mi presencia y ahogan la alabanza en el umbral de tus labios.

Vuelve a tu amor primero. Ámame con el mismo ardor con el que se ama a la esposa de la juventud. Deja que mi Espíritu realice en ti un camino poderoso, santo, profético. Te he elegido para que seas mi instrumento y comuniques mi salvación a otros hijos que hoy no están aún en el redil. Pero déjate salvar tú primero..."

Paco inquirió con los ojos a Marta y ésta susurró en voz baja: -Es un profeta.

-¿Un profeta? ¿Como Jeremías?

-No sé. San Pablo habla de ellos. Creo que dice que son muy importantes para guiar al pueblo.

El hombre que dirigía la oración invitó a la asamblea a estar unos minutos en silencio para acoger el mensaje.

Siempre se debe hacer cuando se proclama una palabra profética o una lectura bíblica.

Las palabras habían causado gran impacto en la asamblea pues ésta penetró en un silencio profundo.

 San Pablo, en efecto, habla mucho del carisma profético y, en un sentido amplio, deseaba que todos tuvieran el don de profecía. En las primeras comunidades cuando aún no había leyes ni estructuras, la palabra profética conducía al pueblo y le trasmitía órdenes del Espíritu. Su misión era la de descubrir los misterios de la Escritura; la de exhortar, animar y corregir al pueblo; y, a veces, la de leer en los corazones y anunciar el porvenir. Bernabé y Pablo fueron enviados a la misión evangelizadora en obediencia a una palabra profética, atribuida al mismo Espíritu Santo (Hch. 13,1-4).

Más tarde al proliferar las costumbres, las estructuras y las leyes se fue apagando la inspiración y unción profética. San Ireneo terció en esta lucha, que ya era fuerte a finales del siglo II, diciendo que no debemos desechar en la Iglesia la práctica profética con el pretexto de que haya falsos profetas.

 * * *

Después de varios minutos de escucha en silencio se fue iniciando un murmullo de aclamación. Poco a poco se fue haciendo denso. El pueblo estaba muy motivado por la palabra del profeta y, al fin, se desató en una auténtica aclamación.

El ministerio de música reforzó la alabanza entonando la canción: "Alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor".

En ciertos momentos la alabanza tiene que estallar en música para poder expresarse con toda la fuerza. Gran parte de la asamblea se puso en pie cantando con los brazos en alto. Un bello espectáculo. Marta estiraba sus brazos cuanto podía.

En esa postura sonrió a Paco, que también se había levantado, invitándole a hacer lo mismo. Paco le devolvió la sonrisa, pero no levantó los brazos. Se sentía ridículo.

Le pesaban como plomo. Sin embargo, le parecía normal que los demás lo hicieran. Esto le dio más rabia y se reprochó su incapacidad de hacerlo. Se consoló pensando para sí mismo: ¿Será también esto parte del secreto?

Al terminar el canto, que culminó con palmas y aclamaciones, todos se sentaron de nuevo. Un hombre alto, de edad avanzada, quedó en pie, con su Biblia en la mano en actitud de leer.

El reloj marcaba una hora transcurrida totalmente en la alabanza. Con esta oración el pueblo, que se siente amado y salvado, ha respondido a la acción salvadora de Dios.

Las diversas formas de hacerlo pueden variar según esquemas culturales o idiosincrasias, pero conservando siempre unas constantes que son netamente humanas.

Éstas son: la alegría, la fiesta, la celebración, el gozo.

Todas estas cosas engendran una serie de expresiones corporales innatas y espontáneas que van desde el baile a la adoración y se expresan en los más variados gestos.

La alabanza no es sólo una forma de orar sino un estilo de vivir.

El hombre que alaba es un ser positivo, optimista, tolerante, paciente, esperanzado, caritativo.

Y es que la alabanza coloca al hombre en el mismo corazón de Dios, fuente de todas las sabidurías. Y ahí no le pides nada sino que le bendices porque existe, porque es bueno, por su inmensa gloria.

El hombre de edad avanzada, que quedó de pie con su Biblia en la mano, proclamó con voz potente: "Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; broche de mis palabras: Él lo es todo. ¿Dónde hallar fuerza para glorificarle?

Él es más grande que todas sus obras. Con vuestra alabanza ensalzad al Señor cuanto podáis, que siempre estará más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis que nunca acabaréis. ¿Quién le ha visto para que pueda describirle? ¿Quién puede engrandecerle tal como es? Mayores que éstas quedan ocultas muchas cosas. El Señor lo hizo todo y dio a los humildes la sabiduría" (Si. 43,27-33).

 * * *

El mismo señor, de unos 50 años, que inició la oración, se dirigió de nuevo a la asamblea: "Hemos terminado la hora de alabanza.

Ahora vamos a seguir atentos al Señor, escuchando lo que nos quiera decir por medio de la hermana señalada para darnos hoy la enseñanza.

Vamos a orar brevemente por ella". Le impuso las manos, mientras bastantes personas del pueblo hacían el mismo ademán desde lejos. Oró en estos términos: "Señor, hazte presente en el corazón de ésta tu hija, para que trasmita tu palabra a esta comunidad.

Vacíala de sus preocupaciones, de sus intereses, de su protagonismo, de todo aquello que pueda quitar transparencia a tu mensaje. A todos nosotros danos un corazón dócil, de escucha, para que no pongamos obstáculos a lo que hoy nos quieras decir".

Se levantó una mujer como de unos 38 años. Comenzó a hablar con mucha suavidad. Era casada y tenía dos niñas. Había hecho la carrera de Químicas y trabajaba en un laboratorio. El tema que le habían señalado era la misericordia de Dios.

No lo planteó de una manera teórica, partiendo de unos principios teológicos para llegar a unas conclusiones.

Al contrario, ella había percibido esa misericordia en su vida que en ciertos momentos estuvo rota y perdida. Sobre todo enfatizó que el Señor había librado su corazón del odio y del resentimiento, a pesar de que humanamente tenía motivos más que sobrados para vivir de ese odio y resentimiento.

Se encontraba limpia y eso la maravillaba. Ahí se le había hecho encontradiza la misericordia del Señor, pues todo lo atribuía a la acción de su Espíritu.

A Paco le encantó la media hora de enseñanza. Esta mujer no tenía un gran don de predicación, ni brillaba por las grandes ideas, pero en cambio tenía una gran transparencia y sencillez. -Me ha gustado esta mujer, dijo Paco. He encontrado en ella una paz y un equilibrio sorprendentes.

-A mí también, asintió Marta. La conocía del grupo, pero nunca la había oído dar una enseñanza.

-Le ha salido el alma por la boca.

-Sí. Ha estado muy ungida. En la Renovación la experiencia es la fuente de donde brotan todas las aguas.

-¿Aquí no se aplaude nunca? inquirió Paco.

-No. Y si alguna vez se hace, el que dirige suele llamar la atención para que todo el protagonismo revierta sobre el Señor. Él es el que pone el aceite, y si no existe esta unción la predicación y la reunión entera no es otra cosa que un afán puramente humano.

 A Marta le hubiera gustado explicar mejor las cosas a Paco. Pero en ese momento ya estaba alguien dando una serie de avisos sobre próximas celebraciones y retiros de otros grupos, a los que todo el mundo quedaba cordialmente invitado. Marta quería comentar a Paco que la predicación cristiana debe ser también renovada.

Se ha hecho demasiada catequesis y demasiada teología en los púlpitos, y éstas por naturaleza llevan un componente objetivo racional que pertenece explicar a los maestros.

Pero lo que hoy se necesita primordialmente no son maestros sino testigos. La gente hoy escucha más a los testigos que a los maestros, y si escucha también a los maestros es cuando son a la vez testigos. Testigos como lo eran los apóstoles.

No basta pasar el evangelio por la propia cabeza, hay que vivirlo y pasarlo por la propia historia. De esta forma uno anuncia su propio evangelio, es decir, el evangelio de Jesucristo vivido en sus propias circunstancias. Y se hace testigo y se le da al Espíritu Santo la posibilidad de llegar al fondo de todas las situaciones de los oyentes.

* * *

Al término de los avisos, el hombre que dirigía la oración introdujo, con unas palabras, a toda la asamblea en la última media hora de la reunión.

Este tiempo suele dedicarse a los testimonios. Advirtió a todos, como cosa ya sabida, que el testimonio debe ser corto, sencillo y que debía quedar patente en él la acción de Dios y no el protagonismo humano.

Añadió que nadie tenía derecho a callarse, por vergüenza, lo que había hecho Dios en su vida. Al contrario, debe ser publicado para gloria de Dios y edificación de la comunidad. El testimonio, concluyó, es una de las formas más bellas de compartir la fe.

En primer lugar se levantó un hombre que contó una extraña historia en la que difícilmente se vislumbraba la actuación de la fuerza o el poder de Dios.

Apenas ofreció interés de ninguna clase. Lo mismo ocurrió con el testimonio de una señora que se enredó con asuntos de su familia. En tercer lugar habló una chica de 28 años. Ésta sí llegó al corazón de la asamblea:

Comenzó diciendo que hasta ahora nunca había dado testimonio en público, pero que la charla la había motivado y dado fuerza para proclamar en voz alta la misericordia del Señor en su vida: "Llevo tres años en la Renovación.

Yo no tuve a Dios nunca como punto de mira. Me educaron cristianamente, pero me sirvió de poco. Me fui por mis caminos y, sin darme cuenta, me alejé tanto de Dios que entré en un pozo muy hondo.

En mi vida no había nada salvable: he sido alcohólica y tóxicodependiente, sin terminar nada en los estudios, sin trabajo, sin ideales. En estos tres años he ido intuyendo que el Señor nunca me ha dejado, ni siquiera aquellas noches que llegaba a casa borracha, vacía, rota y destrozada. Siempre me ha puesto a alguien que me ha protegido, pues yo muchas veces no sabía dónde me había levantado, ni con quién había estado, ni lo que había hecho.

Alguien me habló de venir aquí. El primer día oí que nadie viene por casualidad, sino que es el Señor el que verdaderamente nos conduce.

Pensé con burla para mis adentros: "te lo crees tú. Yo estoy aquí porque se lo he prometido a una persona que está harta de mis delirios, de mis borracheras y de mis vomitonas, y quiero darle un poquito de gusto".

Lo primero que recibí en esta comunidad fue amor. Y al amor, aunque fuera una pizquita, nunca me he negado. En la calle no he encontrado el amor jamás.

Allí sólo encontré mucha oscuridad, mucha decepción, mucho daño, mucho odio y enconamiento. Pronto me di cuenta de que la misericordia de Dios andaba por medio y empecé a sentirme mejor.

levaba muchos años bebiendo y haciendo de todo, pero logré estar unos días en casa sin salir. Me lo pasé muy mal. Todo eran temblores y me sudaban hasta las pestañas. Pero me fui tranquilizando al cabo de unos días. Con esta fuerza que iba recibiendo fui capaz de ir a un programa de rehabilitación de toxicómanos.

Ha sido largo y terrible. Pronto me darán el alta terapéutica, con lo que ya estoy sana y útil para la sociedad. Pero en lo que se refiere al Señor, yo sé que Él me sanó el primer día que entré aquí.

Mi vida ahora no tiene nada que ver con la de antes. Ahora está llena del amor de Dios y de los hermanos. Gracias a esto saco fuerzas para pronunciar un nuevo sí cada día. Nadie piense que ahora soy maravillosa.

No. Sigo con las mismas tendencias de siempre, a mi cuerpo le gusta lo de siempre: salir, beber, ser humana, no pensar en nadie, librarme de toda traba y hacer mi vida.

Pero yo ya sé que estas cosas se te presentan muy bellas y atractivas, pero al final te hunden en el infierno. Y no lo hago, porque el Señor ha permitido que yo elija seguirle a Él. Y en ello experimento y, eso es lo increíble, que el Señor me quiere. Y eso me hace vivir, me hace ir a trabajar, estar con mi familia y con vosotros, me hace abrir mi corazón absolutamente a todo. No me importaría que viniera alguien que me demostrara con toda clase de argumentos que Dios no existe; me daría igual.

Yo he sentido su amor tan real, tan físico, tan rompedor de toda mi vida y de todos mis esquemas, que no me haría mella. No me importa estar vulnerable, estar en tela de juicio. Lo único que me importa es Él, y que Él no me retire su mirada. Yo estaba muerta, pero Él resucitó en mí con todo poder y fuerza, y creo que por eso permitió que me sucediera lo que me sucedió. ¡Gloria al Señor!".

Al acabar el testimonio hubo un fuerte murmullo de agradecimiento al Señor por lo que acababa de oírse. Después hubo unos momentos de peticiones espontáneas. La gente pedía por diversas necesidades.

Finalizada esta oración de petición, sin más, el pueblo entero se levantó, se cogieron de las manos los unos a los otros, y se cantó el padrenuestro. Con ello se dio por finalizada la oración.

Paco hizo un gesto de agradecimiento hacia Marta. -¿Qué te ha parecido? preguntó ésta.

-No sé. No quiero simplificar. Me ha impactado, pero son demasiadas impresiones para asimilarlas de repente.

-Es natural, a casi todos nos ha pasado igual.

-Una cosa está clara para mí, añadió Paco. Si a la Iglesia se viene a celebrar la fe, ustedes verdaderamente la han celebrado. Pero yo no tengo esa fe. ¿Cómo la han adquirido?

-Ése es el secreto, concluyó Marta. Si vuelves, ten seguro que se te revelará.

 4.- SEMINARIO DE INICIACIÓN
 Una novela de Georges Bernanos: "Diario de un cura rural", nos cuenta la historia de un joven y humilde sacerdote de pueblo. Vivió unos años en su aldea atormentado por su inmadurez humana, su precario estado de salud y sus escrúpulos e inseguridad religiosa.
 
Por causa de su salud, hizo un viaje a la ciudad y visitó al médico que, después de algunos titubeos, le reveló sin ambages que padecía un cáncer ya casi en estado terminal.
 
El pobre sacerdote se hundió moralmente. Deambuló sin rumbo durante horas por las calles de la ciudad y, al fin, llamó a la puerta de un compañero de seminario que vivía en esa ciudad y que hacía años había abandonado el sacerdocio.

Allí le empezaron los sudores, los vómitos y los síntomas de una próxima muerte. Este trance se prolongó por varias horas. Su amigo llamó a un sacerdote de la parroquia más cercana, pero éste tardaba en venir.

Su situación se iba deteriorando por momentos y pidió a su compañero que le absolviera, cosa que éste hizo con cierta reticencia.

El joven cura rural cayó en una semiinconsciencia. Su amigo, en un momento determinado, se creyó obligado a expresarle el pesar que le producía el retraso del vicario de la parroquia que estaba a punto de privarle de los otros consuelos que la Iglesia reserva a los moribundos. "No pareció oírme, cuenta el ex-sacerdote, pero algunos instantes después su mano se posó sobre la mía, mientras su mirada me hacía señal de que acercara mi oído a su boca.

Pronunció entonces claramente, aunque con extraña lentitud, estas palabras que estoy seguro de transmitir exactamente: "Qué más da. Todo es ya gracia". Creo que murió inmediatamente".

 

* * *

 

A este pobre cura de pueblo le costó la vida entera llegar a descubrir la suprema de todas las sabidurías: todo es gracia. En ese momento huyeron de él todos los miedos las inseguridades, los escrúpulos.

Era hijo de Dios, pero no había disfrutado de ello. Lo sabía perfectamente en su cabeza, pero en su corazón seguía viviendo como un esclavo. Su lucha fue titánica y, al fin, fuera de su esfuerzo, se le reveló la gran verdad con la misma sencillez y gratuidad, con la que acude el sueño a los ojos de un niño cuando su madre le acuesta.

Este secreto se les revelará a todos los que busquen a Dios, a unos antes y a otros después. Todo según el designio y voluntad de Dios. La Renovación carismática aparece como uno de esos momentos y lugares donde Dios se digna revelar este secreto a muchas personas.

Por pura gracia, sin mérito alguno de parte de nadie. En ella muchos hemos perdido los miedos, las inseguridades, los escrúpulos. Hemos aprendido que las obras humanas, los esfuerzos, las violencias no salvan. Hemos conocido a un Dios que nos salva, no porque seamos buenos, sino porque Él es bueno.

Sin embargo, no nos engañamos: todo es gratuito, pero al "precio" de la sangre, de la vida. Parece imposible hacer concordar estos dos términos, pero el que lo vive sabe que no es difícil.

En efecto, una gratuidad total, un amor total, requiere por parte de la otra persona una entrega total. A este curita le costó una vida de oscuridad alcanzar la gran revelación; a otros se les revela antes y disfrutan de la libertad, de la alabanza, de la fraternidad; lo que no sea respuesta sincera el Amor lo irá devorando, porque la gratuidad es un fuego que lo consume todo.

La Renovación carismática está llamada a vivir a estos niveles. Este es su núcleo y vocación más íntima. Y aunque la experiencia de nuestra pobreza de cada día nos impulse a bajar la puntería, no debemos hacerlo, porque este tema es obra de la gratuidad, no de nuestro esfuerzo, aunque se nos requiera la vida.

Hay millones de personas en el mundo que testifican que ha sido en el Seminario de iniciación, sobre todo en el momento de la efusión del Espíritu, cuando se les concedió esta gran revelación: "todo es gracia": gracia es predicar, gracia perdonar, gracia es atender a los pobres, gracia es el martirio, gracia es el cielo y el amor de Dios, y lo que de esto no sea gracia es casi nada.

* * *

Paco siguió asistiendo todos los martes a la oración. No sabía bien por qué lo hacía, pues aunque se encontraba a gusto y habían desaparecido sus reservas del principio, la verdad es que no sentía nada especial.

Llegó a pensar que este tipo de oración no era para él. Sin embargo, se dio cuenta que conectaba con Marta y a través de ella con un grupo de jóvenes con los que tomaba un café después de la oración. No acababa de saber cuál era su punto de enganche con este grupo, pero se encontraba a gusto con ellos.

Un día de estos estando en el bar le dijo Marta: -¿Te has fijado en los avisos que han dado hoy en la oración?

-No sé. Tú dirás... respondió Paco.

-Han dicho que va a comenzar un seminario de las siete semanas.

-Y ¿qué es eso?

-Pues es como un breve cursillo, acomodado sobre todo, a las personas nuevas para que puedan ir penetrando en el núcleo del mensaje de la Renovación.

-Y ¿tú crees que me vendrá bien a mí?

-Sí, mira: tú sabes que aquí hay un secreto que se tiene que revelar. Es un secreto a voces, porque está abierto a todo el mundo. No es para una pequeña élite, ni trata de crear una aristocracia espiritual.

Es para los que lo desean, para los niños, para los que son abiertos de corazón. Yo creo que tú estás en buena disposición para hacerlo.

-No capto qué se me pueda ofrecer de nuevo en ese seminario, pero bueno, tampoco me opongo a hacerlo. ustedes, ¿lo han hecho? preguntó Paco dirigiéndose a un grupo de jóvenes que escuchaban la conversación.

-Sí, respondieron al unísono. Uno continuó: "cada uno hemos venido como hemos podido. Hemos buscado a Dios desde distintas situaciones personales. Al final, para llegar a algo, hemos tenido que hacer una opción personal muy concreta, que es Jesucristo, tal como lo hemos entendido aquí. Es una opción, una entrega, un bautismo.

El seminario te guía a este encuentro con la persona de Jesús. Se trata de someter tu vida, con la poca o mucha fe que tengas, al señorío de Jesucristo para poder experimentar su poder, su verdad y su bondad".

 Paco iba a replicar diciendo que él ya estaba bautizado y confirmado pero se detuvo por lo rotundo con que fueron pronunciadas estas palabras. Sin embargo no le molestaron, pues intuyó que no salían de ningún tipo de fundamentalismo o ideología opresora. No eran palabras sectarias ni rechazaban a nadie. Era la expresión de una profunda convicción personal.

A Paco le atraía la forma de ser de este grupo de jóvenes. Les encontraba auténticos y además como con una gran autonomía personal. Cada uno tenía su experiencia para contar. Le encantaba su naturalidad, su lenguaje, sus gustos y aficiones, no distintos de los de otros jóvenes pero sin ser esclavos de los tópicos que hoy fabrican pandillas cuyos miembros parecen hechos en serie, cortados todos por el mismo patrón, que se reúnen para no contarse nada, sin interioridad, sin experiencia alguna personal.

Ni los tóxicos, ni el alcohol, ni el sexo, ni la música, ni el rechazo a la sociedad eran los contenidos básicos de su conversación. Por otra parte tampoco les veía sometidos a otros tópicos de tipo religioso, como pueden ser los puritanismos, moralismos, religiosidad afectada y hecha de ritos. Se movían con una gran naturalidad en su lenguaje, en sus bromas, en sus discusiones y en sus afectos.

Una frase se le quedó grabada a Paco y con ella en el alma se marchó a su casa: "se trata de someter tu vida al señorío de Jesucristo". ¿Qué significan estas palabras? ¿Cómo puede hacerse tal cosa?

* * *

El martes siguiente Marta se fue con Paco y le confió a Paco: -Me han nombrado servidora de este Seminario.

-Y eso, ¿qué quiere decir?

-Que asistiré con ustedes las siete semanas. Siempre se nombra un grupo de personas más experimentadas para que puedan ayudar a los nuevos en diversos menesteres: unos dan las charlas, otros testimonios, otros se encargan de la música.

-Y tú, ¿de qué te vas a encargar? preguntó Paco con cierta ironía afectuosa.

-Yo de nada, de estar, de hacer bulto, de orar por ustedes.

-¿No me podrías adelantar algo de lo que se hace en un seminario?

-Sí, aunque otros lo podrían hacer mejor. Pero bueno, algo te puedo decir yo también. Cada una de las semanas tiene un tema alrededor del cual gira todo lo que se hace ese día: oración espontánea, charla y testimonios.

Los temas podrían considerarse los siete puntos fundamentales de la predicación o kerigma cristiano, tal como han sido anunciados en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Los cuatro primeros constituyen una preparación para un acto fundamental que se llama "bautismo" o efusión del Espíritu Santo.

En este acto se ora por cada una de las personas que lo pidan para que reciban el Espíritu Santo. En esta oración suele revelarse el secreto de que te he hablado tantas veces. Esta efusión es imprescindible para que se pueda acceder a la experiencia básica, no digo de la Renovación, sino del cristianismo, pues en realidad de lo único que se trata es de llegar a ser cristianos a fondo.

-Pero yo, dijo Paco, soy catequista de confirmación y en realidad preparamos a los chicos para un sacramento que lleva consigo una efusión del Espíritu Santo. ¿Dónde está la distinción entre lo que hago yo y lo que se hace aquí?

-Siempre he oído decir a los que dirigen los seminarios que no conviene iniciarlos preocupados por cuestiones teóricas. Los problemas, cuestiones o dificultades se discutirán al cabo de las siete semanas, momento en que ya se habrán solucionado por sí mismos gran parte de ellos.

Nos inculcan que hagamos el esfuerzo de entrar como los niños. No vamos a hacer un aprendizaje sino una experiencia.

En toda experiencia, pero más en una religiosa, se requiere ir libre de prejuicios, si no jamás te encontrarás otra cosa que tus propios pensamientos.

-Una última pregunta: los seminarios, ¿se hacen de la misma forma en todos los grupos?

-Creo que no. Unos grupos en vez de siete semanas lo hacen todo en los siete días de una semana. A veces cuando los grupos son pequeños y no hay mucha gente nueva, todo se hace muy resumido.

En ocasiones se unen varios grupos o cada uno se apaña como mejor puede. Lo que sí es fundamental son las catequesis básicas y la oración de efusión por las personas que lo requieran.

* * *

El jueves de esa misma semana comenzó el seminario. Se reunió un grupo de unas sesenta personas: cuarenta y cinco totalmente nuevas.

El resto eran los servidores, entre los que se encontraba Marta. Se notaba una cierta frialdad en el ambiente, propia de personas desconocidas. Las sillas estaban colocadas en semicírculos y sólo el más interior se cerraba completamente. Allí se colocaron los que iban a dirigir la oración y el que iba a dar la charla. Los demás se fueron sentando libremente donde mejor les parecía. Marta se sentó junto a Paco.

Se levantó una mujer y anunció en qué iba a consistir la sesión de ese día: se tendría en primer lugar media hora de oración, después una predicación, más tarde algún testimonio y, finalmente, habría una breve presentación de cada uno de los asistentes.

Ella misma introdujo la oración, a lo que el equipo de música respondió con una canción invocando al Espíritu Santo. Durante la media hora hubo, como de costumbre, aclamación, lenguas, intervenciones personales, canciones, todo ello en pura espontaneidad.

Sin embargo, apenas se percibía nada del calor y de la motivación que reinaba en la reunión general del martes. Sólo los quince servidores eran los que oraban en voz alta. El resto daba la impresión de que la cosa no iba con ellos. Para la mayoría, esa forma de orar era total novedad y una sorpresa agridulce. Daban la impresión no tanto de timidez como de recelo y de mantenerse a la expectativa.

Al cabo de la media hora, la que dirigía la oración presentó a un sacerdote, al que se le había encargado dar las charlas. Lo iba a hacer él mismo todas las semanas.

Era un hombre maduro con cara relajada y sonriente. Oraron sobre él y comenzó la predicación:

"El tema de esta primera semana, comenzó diciendo, se puede formular de la siguiente forma: Dios te ama. Presentó el Seminario como una ocasión de evangelización: habéis venido aquí para ser evangelizados; para descubrir que el evangelio se puede hacer realidad en sus vidas. Citó a Juan Pablo II cuando dijo que cualquier reevangelización de los cristianos tiene que comenzar por creerse y experimentar esta frase: "Dios te ama".

Lo importante, continuó, no es que tú ames a Dios con tu esfuerzo, con tu sacrificio, con tus obras buenas... no; lo importante es que experimentes que Dios te ama a ti. Con lo primero puedes llegar a poco; con lo segundo entras en la verdad y se te abre un mundo de posibilidades insospechadas. Dios no es una conquista del hombre, sino una gracia y un don que se derrama bondadosamente sobre nosotros.

Este amor de Dios se ha manifestado en Jesucristo. Él es la revelación, el rostro de Dios hecho humano.

No tenemos otro Dios que el que se revela en Jesucristo. De esta forma Dios tiene ojos humanos, oídos, labios, corazón de hombre. Ya no está en medio de nosotros porque ha muerto, pero resucitado vive para siempre. Se nos hace presente mediante su Espíritu, que es santo y bueno y te ama.

Por eso el amor de Cristo consiste en experimentar que su Espíritu actúa en ti. De esta forma Dios se nos hace real y cercano. A esta experiencia los ha convocado este Seminario.

No te importe cómo estés hoy. Te ama aunque estés indiferente, aunque seas ateo, aunque estés lleno de pecado, aunque rechaces estas mismas palabras que oyes. Hoy te convoca y te dice: "tienes que nacer de nuevo".

Paco salió contento. Todo el desarrollo de la sesión se le había hecho familiar, pues se parecía mucho a la reunión del martes. No le creó ningún nuevo temor. Por otra parte, el grupo a través de las presentaciones le había caído simpático. -¿Qué te ha parecido el grupo? preguntó a Marta.

-Me ha gustado, contestó ésta. Me encanta que en un seminario haya viejos y jóvenes, hombres y mujeres, curas y monjas, ricos y pobres, gente dura y bloqueada, racionalistas empedernidos. Me ha impresionado también el matrimonio drogadicto. Me huele que al Espíritu Santo le esperan jornadas de mucho trabajo.

-Me ha gustado también el cura que habló. Tenía las ideas muy claras, insinuó Paco.

-Sí, pero a mí me ha llegado más su unción y la fuerza con la que hablaba.

-Cierto, parecía un testigo, asintió Paco. Daba la impresión de que vendía mercancía propia. Por cierto, Marta, tú que has oído estas cosas varias veces, ¿no te aburres?

-No. En primer lugar, porque son muy diferentes las personas que hablan y por lo tanto diversas las experiencias que transmiten. Pero sobre todo, porque no son ideas lo que aquí se presenta.

Los nuevos, al principio, se mueven todavía a nivel de ideas. El Espíritu Santo tendrá que cambiar esta perspectiva. Una predicación, si es auténtica, es un anuncio, que quiere decir lo siguiente: "si abres tu corazón, sucederán en ti las cosas que se te anuncian". La única respuesta válida a esta proposición, es la de la Virgen María: fiat, hágase en mí, según tu palabra. Esto es lo que significa evangelio, que es una buena noticia.

No es algo que tú tengas que realizar o cumplir, sino algo que se realizará en ti. En esto está el corazón de la gratuidad, palabra que tantas veces has oído aquí. Todo es gracia. Por eso yo no me aburro, porque siempre lo recibo como un nuevo anuncio, que siempre engendra algo nuevo en mí. Y todavía me faltan muchas cosas por dar a luz.

-Otra cosa con la que no acabo de estar de acuerdo, prosiguió Paco, es con el lenguaje que utilizan aquí. "El Señor lo quiere; lo que diga el Señor; el momento del Señor". ¿No meten a Dios más de la cuenta en todas las cosas? ¿No hay en ello una especie de fatalismo providencialista?

-Si vas conduciendo, contestó Marta, a 120 por hora en una curva que sólo admite 40, seguro que te das el golpe. Sería una malísima teología decir que Dios ha querido tu accidente.

No metemos, pues, a Dios en todas las cosas. Las realidades tienen su propia autonomía y sus propias leyes que hay que respetar. Pero el que tiene una visión de fe de la vida sabe que la última referencia de todas las cosas es Dios. Creemos que Dios tiene un plan sobre cada persona y sobre cada cosa, más allá de todo cálculo humano, aunque el hombre sea libre y cada uno de sus actos o sucesos se rijan por sus propias leyes. Por eso, el lenguaje que utilizamos es lícito, y así se hablaba en otras épocas de más fe que ahora.

* * *

Al llegar el siguiente jueves, Paco no encontró en la sala a Marta y le extrañó, pues es superpuntual. Conversó con algunas personas de entre los nuevos y se confirmó en su opinión de que había bastante gente despistada y otros, poco decididos a seguir adelante. Estos detalles le deprimieron un poco. Al cabo de unos minutos vio que Marta y un grupo de los servidores salían de una sala contigua. La presencia de Marta le hizo recobrar el ánimo: -¿Qué hacíais en esa habitación? preguntó.

-Estábamos orando, respondió ella.

 

-Oran mucho, ¿no?

 

-Sí, ya sabes que aquí todo se espera de arriba. Todo es gracia y por eso pedimos la actuación del Espíritu Santo. Le hemos pedido que ilumine las oscuridades, que dé paz a los corazones y que nos proteja contra toda perturbación del maligno.

 

-¿Piensan que el demonio puede perturbar la reunión? inquirió Paco con incredulidad.

 

-Cuando se vive la religión a nivel de mente apenas aparece el demonio, pero cuando se empieza a vivir a nivel de Espíritu se detecta su actuación con frecuencia. No olvides que el diablo es un espíritu, y que también una parte del ser del hombre es espiritual.

 Paco le confió a Marta la impresión pesimista que había sacado al hablar con la gente. Pero ella le respondió sin perturbarse: El Señor está trabajando. En ese momento el grupo de música acababa de entonar una invocación al Espíritu Santo y poco a poco se entró de llenó en la oración. El ambiente, de nuevo, parecía gélido y apenas se habían relajado los gestos en alguna cara. Sin embargo, también se veían bastantes personas sencillas con sonrisa en sus labios y ademanes de esperanza. Lo que era cierto es que nadie movía los labios, ni cantaba, ni hacía gesto alguno, a no ser el conjunto de los servidores.

 

La catequesis de esta segunda semana la formuló el sacerdote con estas palabras: "Jesús vive y es el Señor". Comenzó diciendo que "la resurrección de Jesucristo no la pueden ver los ojos de la carne, ni comprenderla la mente humana. Por eso no se puede decir que sea un hecho histórico. Pero aunque no sea histórico es un hecho real. Esta realidad sólo puede ser captada por la fe. Los sentidos y la razón tienen una barrera más allá de la cual no pueden captar nada.

 

Jesús resucitado es el primer habitante de una nueva creación. Se trata de unos nuevos cielos y una nueva tierra. Pero de esa realidad nadie conoce nada ni es capaz de conocer. Nosotros conectamos con ella mediante la fe. Esta fe no es una credulidad tonta como la de los duendes o las brujas, sino que es un don del Espíritu Santo, principio de un auténtico conocimiento y fuente de una bellísima experiencia. Los sentidos y la razón impregnados de la autenticidad de esta experiencia nos ayudan a formularla y a darle credibilidad.

 

El día de Pentecostés los apóstoles recibieron un copioso chorro de esta fe que les hizo ver que a Jesús, el crucificado, el mismo que había vivido entre ellos y había sido asesinado como un malhechor, Dios lo ha constituido Señor de ambas creaciones, Juez de la historia y único Nombre que se nos ha dado para salvarnos. Le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

 

Los que sometan su vida al señorío de este Jesús vivo y resucitado experimentarán, ya en esta vida, que Jesús toma en sus manos su defensa, pues hasta ahora todos hemos estado sometidos a otros señores, sea del otro mundo o de éste, que nos han llenado de miedo, de esclavitud, de odio y desesperación. El que someta su vida a Jesús, pasando por ese bautismo, por esa muerte, experimentará, ya en las cosas de este mundo, la liberación, la paz, el gozo y la capacidad de vivir para los demás, superando el egoísmo original con el que hemos nacido y nos destruye como hombres".

 

A Paco le impresionó esta catequesis. Vio con claridad que, si esto es verdad, la Iglesia no tiene otra razón de existir que la de proclamar a todas las generaciones que Jesús vive y es el Señor. "Pero me falta la experiencia, decía para sí mismo, lo creo pero me falta la experiencia". Estaba impresionado y empezó a notar que algo le ardía por dentro. Las guitarras al terminar la charla entonaron una melodía lenta y plena de unción: "El Señor, el Señor...resucitado de la muerte y es Señor. Cada lengua clamará que Jesús es el Señor". -Bella canción, dijo Paco.

-Ungida, superungida, contestó Marta, profundamente compenetrada con el texto que se cantaba. Es de las primerísimas de la Renovación. Algo así como si fuera su himno, pues expresa de lleno la intuición básica de su espiritualidad. Jesús no sólo es el Mesías, el Salvador, el Juez de la historia, es el Señor, es decir, Dios.

 

-Ahora entiendo mejor, agregó Paco, lo que me decías antes del demonio. Es el señor de muchas cosas de este mundo. Y entiendo también una frase que leí en un libro del Papa: que "hay diversos poderes que luchan por apoderarse del alma de este mundo".

 

-No pienses que yo tengo mucha experiencia de ello, se disculpó Marta. Pero sí me impresiona mucho la frase de San Juan cuando dice que este mundo está sometido al poder del maligno.

 

- Me siento mejor, Marta. Reza por mí.

 

-Lo seguiré haciendo, concluyó ella con cariño.

 

* * *

 

Durante toda esta semana Paco leyó con más atención el cuadernillo que le habían dado el primer día del Seminario. En este folletito están marcadas cada una de las semanas con el tema principal de la catequesis y una pequeña meditación, avalada por algunos textos de la Escritura, que el principiante debe escrutar cada uno de los días de la semana. Hasta este momento apenas le había prestado atención, pero en estos últimos días había hecho incluso algunos intentos de oración personal.

 

Una frase se le había incrustado, hacía ya tiempo, en el centro de su alma: "someter la vida al señorío de Jesús". No sabía qué hacer con este sentimiento que había hecho nido en el núcleo de su ser más íntimo. Estas palabras le hacían daño, pero un daño sabroso que no quería evitar. Le despertaban sueños de radicalidad, y toda su juventud se tensaba hacia algo difuso, anhelado e inalcanzable. Pero ninguna silueta nítida se perfilaba en su interior. Allí reinaba la oscuridad. Marta se dio cuenta de su lucha interior, sin embargo no acudió a solucionarle el problema. Sabía que no le amenazaba ningún mal. Era el Espíritu Santo que en algunos momentos se hace purgatorio. -¿Cómo estás? preguntó ella.

-No sé, contestó Paco. Algo está bullendo en mí, pero no sé si es para dar a luz o para tirar la toalla definitivamente.

 

-No te preocupes, para construir un edificio nuevo hay que derribar primero el antiguo.

 Se sentaron juntos cuando ya el grupo estaba invocando con un canto la presencia del Espíritu. A pesar de ser ya el tercer día que se reunían había todavía rostros de esfinge. Incluso algunos hacían gala de su poco entusiasmo. Otros en cambio se saludaban con más soltura. Un grupo se quejaba de que no hubiera un rato para poder discutir y exponer cada uno su opinión. Exigían algo así como una lluvia de ideas. Pero en este asunto los dirigentes se mostraban inflexibles.

 

Sin embargo, la alabanza hoy fue poderosa. Se percibía vibración. El Señor rompió muchos complejos que atenazaban incluso a los propios servidores. Para no agudizar el rechazo de algunas personas, se sofocaba la acción del Espíritu. Aunque este detalle en ciertas ocasiones puede nacer de una sana prudencia, en general al Señor le gusta la valentía con su pizquita de escándalo para los espíritus de cerviz dura. Aquí todo es gratuito y nadie debe nada a nadie, a no ser el amor de compartir los dones del Señor.

 

El sacerdote comenzó la enseñanza enfatizando las palabras que sirven de título a la catequesis de esta tercera semana: "Conviértanse a Jesús". "Tenemos ideas extrañas sobre la conversión, continuó diciendo. La unimos con una serie de propósitos, obligaciones, prácticas ascéticas, esfuerzo de voluntad. Prometo: "a partir de tal día me convertiré". Al final todo queda en una frustración más, no sólo por mi falta de voluntad, sino por falta de verdaderos objetivos. Y si por desgracia alguien se llega a convertir desde esos presupuestos, se convierte a sí mismo, a sus propias ideas de Dios, se radicaliza y se esteriliza, suponiendo que no se transforme en un peligroso activista. A todas estas conversiones siempre les acecha una gran frustración.

 

La conversión es a Jesucristo. Él es el único objetivo. Conocerle a Él y el poder de su resurrección. Pero, sin embargo, esto no está en manos de ningún hombre, ni en el esfuerzo de ninguna voluntad. Hoy, muchos hablan de Jesús de Nazaret, pero para hablar de este Jesús e, incluso para seguirle como a un líder, no se necesita tener fe. La conversión es a Jesús el resucitado, el que vive, el que está actuando en ti. Para convertirte a este Jesús, al que no puedes acceder ni por la razón ni por los sentidos, necesitas al Espíritu Santo, a cuya luz esplendorosa podemos conocerle y acogerle.

 

Por eso, en toda verdadera conversión el Espíritu te convencerá y te iluminará sobre tu pecado, no para castigarte sino para que te arrepientas. Y ¿cuál es tu pecado? Tener otros señores, seguir a otros ídolos, apagar tu sed en cisternas rotas, amarte a ti mismo y situar en ti tu propio cielo. De esta forma pierdes el eje de tu existencia y te privas de la experiencia de la fraternidad y le robas a tu vida todo sentido. El arrepentimiento consiste en entregar a Jesús todos estos ídolos, de la misma forma que Él requirió de la samaritana la entrega de sus maridos. De este modo queda toda tu vida sometida al señorío de Jesús. Y su Espíritu te irá llevando a vivir una vida cuyo modelo no va a ser otro que el hombre Jesús, el Jesús histórico que vivió entre nosotros y del cual nos hablan los evangelios. Dejarás de ser tú, pero caminarás por caminos de verdad, felicidad y gozo, incluso en las tribulaciones de la vida".

 

Al terminar la oración de hoy en el ambiente se cortaban diversas reacciones. Paco reaccionó con sorprendente suavidad. Se dirigió a Marta: -La verdad es que yo siempre he conocido y amado a Jesús, pero me da la impresión de que le he amado como parte de mi cultura. No le siento como el centro de mi vida, no la dirige, no unifica mis proyectos. Lo vivo todo desde mí, desde mi yo. Ahora caigo en la cuenta de que necesito conversión. Cerca de ellos se encontraba una chica joven. Había asistido los tres días, pero, siempre solitaria, no se la veía compartir con nadie. Según dijo el día de la presentación se llamaba Ruth, tenía 25 años, la misma edad que Paco y Marta y estaba casada. Había escuchado el desahogo de Paco. Marta le hizo un ademán de acogida con los ojos y ella se acercó: -Estoy mal, me estoy sintiendo muy mal.

-¿Qué te pasa? le dijeron los dos al unísono.

 

-Me está turbando el hecho de que Dios pueda ser algo real. Aquí se lo creen. Pero si Dios es real, ¿qué hago yo con mi vida? Yo no quiero ser alguien distinta de mí misma.

 

-Ése es mi problema, irrumpió Paco contagiado.

 

-Pero tú siempre has sido creyente, ¿no? le replicó Ruth.

 

-Sí, pero Dios, para mí, creo que no ha pasado de ser un concepto. Por eso no me ha dado nunca miedo, aunque me exigiera el cumplimiento de algunas cosas.

 

-No entiendo por qué no hay aquí un espacio para preguntas o para discutir las cosas como se hace en todas partes, añadió nerviosa Ruth.

 

-Te haría daño a ti la primera, dijo Marta con suavidad. Si entramos en discusión caemos en una dialéctica racional, en el juego de las ideologías, cada uno se quedaría con sus ideas y nadie recibiría nada nuevo. No te conozco, no sé cómo piensas, pero te puedo decir que para experimentar al Señor no hay otro camino que dejar a un lado las propias opiniones y sabidurías. Aquí venimos a escuchar al Espíritu Santo. Alguna vez en la vida hay que pasar por un poquito de humildad y de obediencia. Yo sentí al principio las mismas rebeldías que tú y al final resultaron ser puras fantasías. Por eso los dirigentes no ceden en esta cuestión; si lo hicieran vaciarían a la Renovación de sus contenidos más puros.

 

* * *

 

Era diciembre. Ya estábamos en pleno adviento. La gente entraba en la sala muerta de frío, frotándose las manos. Las calles de la ciudad, a pesar del esplendor de las luces y adornos navideños, estaban siendo barridas esta tarde por un viento del norte duro e incomodísimo. Uno a uno iban entrando como el que se siente perseguido. El frío se hizo disculpa para que todos se saludaran hoy con un poquito más de calor y confianza.

 

Marta y Paco coincidieron en los metros finales y entraron juntos en la sala. Allá en el fondo vieron a Ruth que les sonreía. Mientras se acercaban a ella, Paco se desabrochaba un anorak que parecía comprado en el país de las nieves y Marta jugaba con su bufanda en las manos. Paco, que se encontraba muy eufórico esta tarde, abordó a Ruth directamente bromeando: -¿De modo que tú no quieres ser alguien distinta de ti misma?

-No, respondió Ruth sonriendo.

 

-Pues aquí nos van a dar vuelta como un calcetín, amenazó Paco.

 

-Eso es lo que más me fastidia. Me van a dar vuelta. A mí estos poderes y fuerzas incontrolables me dan miedo.

 

-Pero entonces, terció Marta, ¿cómo se te ha ocurrido venir aquí?

 

-Es mi suegra la que tiene fe y es la que me ha empujado a venir.

 

-¿No me dirás que tú eres atea? bromeó Paco.

 

-Sí, lo soy y además de nacimiento. Claro que soy una atea muy especial, continuó Ruth suavizando; ni me preocupo ni sé nada de Dios pero rezo padrenuestros cuando voy al dentista. Pero, de verdad, lo que menos me apetece a mí ahora es tener una experiencia religiosa.

 

-Explícate algo más, le insinuó Paco.

 

-Pues mira: yo he nacido en una familia en la que no existía Dios. De niña no oí jamás pronunciar su nombre en mi casa. De ahí que yo me considere una persona naturalmente atea. Al casarme me han descubierto problemas de ovulación por una isquemia en las trompas de Falopio y, como consecuencia de ello, no puedo tener hijos. Esto me ha deprimido lo indecible y ha generado en mi corazón odio y rebeldía. Me encuentro sola, vacía, absurda y no le encuentro ningún sentido a mi vida.

 Alguien les estaba haciendo señas para que se sentaran pues iba a comenzar la oración. Paco tomó la mano de Ruth y se la apretó con cariño. Marta quiso decirle algo, pero ya no hubo posibilidad. Mejor, pensó para sí, dejemos que actúe el Señor.

 

El sacerdote enunció el tema de esta cuarta semana como una proclamación: "Y recibiréis el don del Espíritu Santo". "Con esto, continuó, culmina el kerigma o anuncio básico del cristianismo, el que proclamó Pedro a los judíos el mismo día de Pentecostés. Si se arrepienten del asesinato que han cometido en la persona de Jesús, -o de cualquiera de los pobres que han existido desde el principio del mundo- recibiran el don del Espíritu Santo. Estas dos cosas valen para todos los hombres de todos los siglos.

 

La predicación de hoy enfatizó el tema de ser niños delante de Dios. La conversión nos ha despojado de todos nuestros ropajes falsos con los que queríamos cubrir nuestra pobreza y desnudez nativas. Esto parece una actitud negativa, pero en realidad tiende a dejar al hombre en la más pura y limpia sinceridad delante de sí mismo y de los demás. El aceptar nuestra impotencia, nuestro pecado, nuestra incapacidad de librarnos del absurdo, de los odios y egoísmos de la vida no nos hace malos, sino pobres y niños. El niño necesita totalmente de su madre, y así todos debemos aprender lo que necesitamos de Dios.

 

El próximo domingo se va a orar por ustedes para que reciban el Espíritu Santo. Que nadie tenga miedo. Dios es más tú que tú mismo, te conoce mejor que tú mismo, te ama más de lo que te amas tú a ti mismo. Tu vida en el Señor está mucho más protegida y mejor guardada que en tus propias fuerzas. Algunos tienen miedo de lo que el Señor les pueda pedir. Tienen miedo a cualquier compromiso. Quieren ser libres. Pero, ¿qué vas a hacer con tu libertad estéril? Llénala de contenidos auténticos. De lo contrario esa libertad se te transformará en vacío, sin sentido, aburrimiento y absurdo".

 

A Ruth hoy le llegaron estas palabras. Sintió que le habían hecho una radiografía interior. Agradeció, no sabía bien a quién, que no las hubiera recibido como una amenaza. Por primera vez no le pareció beato y ridículo el lenguaje religioso. Se sentía extraña dentro de sí misma porque no le daban ganas de escapar corriendo. Al contrario, le encantaría quedarse con Paco y con Marta y charlar un rato. Pero, por desgracia, tenía que irse pronto.

 

Estaba ensimismada mientras dieron todos los anuncios y explicaciones sobre el retiro de efusión que se iba a celebrar ese mismo fin de semana. No se enteró de nada. Marta le repitió, de nuevo, el horario, el lugar y demás detalles necesarios para pasar juntos el sábado por la tarde y la jornada del domingo. -Entonces ¿es importante asistir a este retiro el fin de semana? indagó Ruth poco segura de sí misma.

-No sólo importante; yo diría que imprescindible, respondió Marta. Date cuenta de que todo lo que hemos hecho estos cuatro días es una preparación para recibir el "bautismo" o efusión del Espíritu Santo, que es la gracia básica de la Renovación.

 

-Bueno, bueno, aceptó Ruth. Voy a venir. Al menos mi suegra no se sentirá frustrada.

 En aquel momento alguien llamó a Ruth. Eran los que iban para su barrio, con los que viajaba todas las tardes en el coche de uno de ellos. Aunque con prisa, no quiso omitir el dar un beso a Paco y a Marta. Era la primera vez que lo hacía. Cuando quedaron solos Paco le dijo a Marta: ¿Sabes una noticia?

-No sé.

 

-Que viene mi novia al retiro, quiere asistir a la efusión del Espíritu Santo.

 

-¿Tu novia? preguntó ilusionada Marta.

 

-Sí. No habíamos hablado de ello. Es la persona que me ha empujado a venir aquí. Ella estudia en USA. En todas las cartas me repetía la misma cantinela. Llegó a parecerme una pesada, pero ahora se lo agradezco.

 

-Pero ¿viaja sólo por eso? preguntó asombrada Marta.

 

-No, viene por las Navidad, pero adelanta el viaje unos días.

 

-¿Tienes miedo que te condicione su presencia?

 

- No. Noto que hay una experiencia muy autónoma, muy mía, que está creciendo en mi interior. Ahora entiendo que el hecho de que querer recibir el "bautismo" en el Espíritu Santo entraña una opción radical por Jesucristo, como me dijisteis hace unas semanas en el bar. Estas cuatro semanas me han preparado para hacerlo y estoy dispuesto. Sé que esto quiere decir que acepto a Jesús como mi Señor y Salvador, y que por lo tanto tengo que someter mi vida a su señorío. Estoy sintiendo que es necesario un bautismo para mi evangelización, tal vez para la de otros muchos, tal vez para toda la Iglesia. Intuyo que no invalida al bautismo y confirmación sacramental, sino que, al contrario, los plenifica. Para recibir la plenitud de la gracia de Dios, de ordinario, tiene que haber un proceso liberador en lo humano, que los niños y jóvenes aún no han podido concluir. La gracia no ha tenido tiempo para hacer que ellos elijan y opten personalmente por Jesucristo.

 Marta le miró asombrada por el cambio que estaba presintiendo en él.

 

-Te estoy hablando desde la oscuridad, aclaró Paco. No veo nada, no siento nada, pero, eso sí, espero mucho de este retiro.

 

Paco se despidió de Marta con un abrazo muy cariñoso. Al cabo de unos pasos se volvió sonriendo hacia Marta: -Tú, ¿no tienes novio?

-Sí, respondió ella. Me caso en junio.

 

-No me lo habías dicho.

 

-No me lo habías preguntado.

 Poco antes de que doblara la esquina, Marta le gritó: -¿Cómo se llama ella?

-Mabel, respondió Paco con otro grito, mientras su mano dibujaba un adiós en el aire.

 

5.- RETIRO DE EFUSIÓN

 

A las cinco de la tarde ya había llegado mucha gente a la casa de ejercicios. A pesar de la reticencia de algunos, se prevee que la gran mayoría asistirán al retiro. Hacía frío. A través de los ventanales se veían caer, marchitas, las últimas hojas del otoño. Deambulaban por la galería: un sacerdote, varias monjas, matrimonios, grupos de jóvenes y algún solitario. Todos esperaban, después de inscribirse y de haber dejado sus pertenencias en la habitación, a que comenzara el primer acto del retiro.

 

Aparecieron Paco y Marta con otros jóvenes. Ruth no había llegado. La gente se saludaba con cierto cariño. A Paco siempre le llamó la atención que el grupo fuera tan heterogéneo. Tal vez lo que más le chocaba era la coexistencia pacífica e incluso cariñosa de los jóvenes con personas que, muchas de ellas, les doblaban sobradamente los años. Saludó al único sacerdote que estaba haciendo el Seminario, al que conocía de las clases de religión. Se llamaba Pablo. Conversaron un rato: -Aquí hay gente de toda especie, bromeó Paco.

-Es cierto, respondió Pablo. Está representado todo el pueblo de Dios.

 

-Pero lo que más me sorprende, continuó Paco, es la facilidad con que los jóvenes se integran en un conjunto en que hay también muchos mayores.

 

-Sí, da la impresión de que aquí no hay conflictos generacionales. Ya había pensado yo en ello, agregó el sacerdote. Tal vez sea porque aquí tienen poca cabida las ideologías y los intereses personales que tanto separan. Todos vamos en busca de una experiencia y, éstas, sobre todo las religiosas, no tienen edad.

 

-Es cierto, asintió Paco, las ideologías, las costumbres, las modas siempre tienen fecha de nacimiento y caducidad.

 

* * *

 

Siguieron paseando y conversando un rato. Marta, que ya había saludado a todo el mundo, se acercó a ellos para avisar que a las 5.30 tenían que reunirse en una sala destinada para ello. Le hicieron partícipe de su conversación, que había derivado a la presencia de curas y monjas en estos grupos. -A mí, como seglar, me parece extraño que haya aquí curas y monjas, dijo Paco. Sobre todo, me extrañan las monjas.

-Pues en todos los grupos encontrarás cantidad, advirtió Marta.

 

-¿Es que no tienen ellas sus propias comunidades, su carisma, su espiritualidad?, siguió reflexionando Paco.

 

-No sé, dijo el sacerdote, sin embargo, por lo que he podido ver en estos cuatro días, aquí se nos ha hablado de cosas anteriores a la división de carismas, funciones o vocaciones. Esto, lo mismo vale para el obispo, para el ama de casa, que para el portero.

 

- Sí, eso es verdad, asintió Paco.

 

-Yo he sentido, prosiguió Pablo, que el campo que la Renovación quiere regenerar es precisamente ése que es común a todo cristiano: el del Bautismo y la Confirmación, es decir, los dos sacramentos pentecostales por excelencia. La mayoría damos por supuesto que estando bautizados y confirmados ya no hay más que hacer. Pero está claro que aquí hay una asignatura pendiente. Por eso, nuestro cristianismo se queda raquítico. A mí, por lo menos, me está haciendo bien y no me extraña que le suceda lo mismo a las monjas. En su congregación seguro que les hablarán mucho de su carisma, sus normas y constituciones, pero poco de su bautismo.

 

-Por eso, terció Marta, he oído decir que, a veces, somos "buenos católicos" o "buenas monjas", pero poco cristianos.

 

-Sí, no me extraña que digan aquí, siguió el sacerdote, que de alguna forma necesitamos ser rebautizados. Porque si en el bautismo que recibimos no ha habido iluminación, no ha habido experiencia de que Jesús vive, jamás podremos llegar a la Eucaristía, que es la fuente de la caridad que nos hace verdaderamente cristianos.

 

* * *

 

Una mujer anunció el programa para toda la tarde: después de un rato de oración, habrá una charla y, al cabo de un breve descanso, se tendrá el acto penitencial y la intercesión. Finalmente se acabará el día con la eucaristía después de la cena.

 

Cuando se iba a iniciar la oración llegó Ruth con los acompañantes de su barrio. El rato de oración fue corto y sencillo, apenas una media hora. Acto seguido se tuvo la charla programada, cuyo tema, al menos en el grupo Agua viva, suele versar siempre sobre los dones y los carismas.

 

El sacerdote comenzó su charla buscando el sitio de la Renovación carismática dentro de un amplio esquema teológico del cristianismo. Con palabras distintas repetía el tema de la conversación que acabamos de escuchar entre Paco, Marta y el sacerdote asistente al Seminario. "La Renovación carismática, comenzó diciendo, nace de una fuerte experiencia bautismal. La finalidad de este retiro es recibir ese "segundo bautismo" que, ciertamente no es un nuevo sacramento, porque el Bautismo imprime carácter, pero que hoy se hace imprescindible para llevar a cabo una nueva evangelización de la Iglesia. Son millones los testigos que, a lo largo y ancho del mundo, pueden avalar estas palabras.

 

Alguno se preguntará la razón de esta práctica un poco novedosa y que introduce en la Iglesia la incomodidad de una exigencia nueva. A esto debería responder sólo el Espíritu Santo, que es el que ha suscitado la Renovación carismática y la urgencia de una nueva evangelización. Tal vez se deba a que hoy, en amplios sectores de la Iglesia y del mundo, hay una pérdida creciente de fe y una carencia grande de valores éticos y religiosos, que amenazan con degradar seriamente las relaciones entre los humanos. Se necesita una fe nueva, una mística nueva, una experiencia nueva de lo sobrenatural. Y esto pertenece de lleno al campo de acción del Bautismo.

 

Por eso, la Renovación se coloca en la onda del kerigma o predicación, que es el que engendra la fe. Es lo que han escuchado los cuatro primeros días del Seminario. Imaginen por un momento que no tienen fe, o tienen una fe transmitida, cultural, sin garra ni incidencia práctica en sus vida. Por el contrario, llevan una vida prácticamente pagana, aunque nadie quiera confesárselo a sí mismo. Entonces, ¿qué es lo que necesitan?: ¿Una catequesis? La catequesis supone la fe. ¿Una moral? La moral se basa también en unos principios religiosos. ¿Una ética? Se puede llevar una vida ética y moral sin tener nada que ver con Jesucristo.

 

Necesitan a Jesucristo, bautizarse en Jesucristo, sumergirse en Él, si quieren ser cristianos a fondo. Con este bautismo se recibe un don especial del Espíritu Santo que fortalece la fe, la esperanza y la caridad iniciales. Los sitúa, ya desde el principio, en una vida a nivel de los dones, dándoles una sabiduría y visión nueva de todas las cosas. De este bautismo nacen también los carismas básicos, que son como propiedades inmediatas que brotan de una presencia viva del Espíritu: un hablar nuevo, una oración nueva, una canción nueva, una visión profética nueva y una medicina nueva que se derrama sobre los bautizados en sanación y liberación.

 

Para ello hay que estar abiertos a la acción de ese Espíritu. Ése es el objetivo básico de este retiro: abrirnos a la acción del Espíritu. No basta con tener buena voluntad. A veces hay pecados y tendencias que se resisten a ser desalojados; otras veces nos encontramos bloqueos interiores, traumas, complejos, resentimientos, mecanismos de defensa a los que nos aferramos. No es fácil quedarse desnudos delante de Dios. No es siempre posible decir: "Señor, someto toda mi vida a tu señorío". Si uno no es dueño de su vida, si no te dominas a ti mismo, ¿cómo te vas a entregar? No podemos invalidar esta tentativa nueva de recibir los frutos del Bautismo".

 

 * * *

 

Ruth se hizo la encontradiza con Marta y Paco. Les saludó con cariño, pero se quedó un poco cortada por la presencia del sacerdote. Nunca en su vida había hablado con un cura. Habían iniciado el rato de descanso y se dirigieron a tomar un café. Ruth estaba muy viva y con ganas de comunicarse: -No he entendido ni una palabra de lo que ha dicho este hombre, dijo.

-A mí me ha gustado, añadió Paco, pero me he sentido como si me hablara de "Alicia en el país de las maravillas". Mi novia siempre se pone en una perspectiva semejante. Yo, claro, me paso los ratos discutiéndole todo. Ella ve cosas que yo no veo. Una de dos, o yo estoy ciego o ella se pasa de rosca.

 

-Entonces, si conocieras a mi suegra, te caías, replicó Ruth.

 

-Mejor, terció Marta, así vivírás un poco la esperanza. Es el Señor el que viene, es Él el que viene a ustedes. No tienen que hacer ustedes el camino para llegar a Él. Es Él el que está viniendo ya.

 

-Lo que yo necesito, confesó Ruth, es convencerme de que quiero que venga. Yo no sé si necesito a Dios. No sé siquiera si me interesa una experiencia con Él. Si me diera un hijo... pero me parece mucha cara pedírselo. Nunca le he hecho caso y cuando me viene la dificultad, acudo.

 

-Bueno, Jesús vino por los pobres, replicó Marta.

 

-Sólo le podemos reconocer en nuestras pobrezas, asintió Pablo, en lo que necesitamos ser salvados en cada momento. La vida y la fe son muy concretas. Yo no puedo saber que Dios es bueno conmigo a no ser que lo experimente en alguna de mis necesidades.

 

-Por eso, continuó Marta, tú le puedes pedir al Señor un hijo y cualquier otra cosa, aunque sea pequeñita, como un niño le pide a su padre.

 

- Sí, pero con qué cara, comentó Ruth.

 

-Porque,  aún no te sientes amada, no te sientes hija, concluyó Marta.

 

* * *

 

Después de hacer un momento de oración y cantar una canción el sacerdote explicó el contenido del acto siguiente: Confesión e intercesión. Enfatizó la necesidad del sacramento de la confesión antes de recibir la efusión del Espíritu: todo lo que está actualmente en nuestro consciente que puede ser obstáculo a la gracia ha de ser presentado y entregado al Señor en la confesión. Es inútil presentarse a la efusión, por ejemplo, con un odio al que no quieres renunciar. Ese odio bloqueará el camino a la gracia. Tú dices: es que no puedo dejar de odiar. Bien, vamos a ver: el dejar de odiar en ocasiones no está en manos del hombre, pero la gracia nos ayudará a pedir esa fuerza al Espíritu Santo. Eso es lo que se hace en la confesión, porque para Dios no hay nada imposible. De esta forma, a la vez que experimentas y te gozas del perdón de Dios, permites a Jesucristo entrar con su poder en el campo de tu pecado.

 

Pero además de los pecados conscientes hay un entramado de malicia en tu interior al cual tú no tienes acceso. Hay actitudes, tal vez trasmitidas de generaciones anteriores, que actúan en ti como un pecado original, que es un pecado de trasmisión. De repente, te encuentras odiando a una gente y sintiendo antipatía por otra sin saber bien por qué. Hay algunos que por trasmisión o por una herencia espiritual odian a la Iglesia y a los sacerdotes; otros, por lo mismo, no pueden soportar a los negros, o a los de derechas, o a los protestantes. ¿Tú conoces a algún protestante? Yo no. Entonces, ¿por qué les tienes antipatía? Pues no sé. Te viene de generación en generación. También se trasmiten inclinaciones hondas a la bebida, al juego, al sexo. Igualmente se trasmiten influencias del espíritu del mal. Tu abuelo, tal vez, fue espiritista. Todo esto tiene que ser sacado a la luz por la oración de intercesión y liberación, para que se dé una sanación interior, y pueda ser presentado después al sacramento de la confesión.

 

Nuestro pecado y el de otras personas, a lo largo de la vida, han podido dejar en nosotros huellas profundas que tienen que ser conocidas, aceptadas y sanadas en la intercesión. A este grupo pertenece la gama de traumas, resentimientos, complejos, manías, obsesiones, frustraciones, depresiones, taras de todo tipo y la multitud de mecanismos de defensa que engendran. Podemos citar algunas causas de estos males: sufrimientos en el embarazo, no haber sido deseados, falta de amor y acogida de pequeños, orfandades, abandonos, pobreza de nuestro hogar, rigidez en la educación, imposiciones, malos ejemplos y tratos, soberbias y egoísmos, ateísmos y agnosticismos, violaciones de todo tipo, soledades, menosprecios, defectos físicos, taras mentales...

 

Hay que presentar también en la intercesión y en la confesión toda clase de actividades y supercherías relacionadas con la brujería, la adivinación, el ocultismo, las cartas, el tarot, horóscopos etc., cosas todas ellas que nos parecen inocuas pero que infectan seriamente nuestro espíritu. Finalmente debemos llevar también a la intercesión situaciones conscientes y reales de la vida personal, familiar y social, cuya solución no depende ni de nuestra voluntad ni de nuestro esfuerzo, pero que están afectando a nuestra falta de paz, a multitud de apatías, omisiones, tristezas, depresiones, desamores, desmotivaciones y, a veces, a una pérdida seria de fe, esperanza y caridad. En la intercesión todas estas cosas hay que ponerlas bajo el señorío y poder de Jesucristo, no sólo para adquirir el equilibrio humano perdido sino también para experimentar al hombre nuevo y renovado, fruto escatológico de su resurrección. A veces el efecto de esta oración se percibe en el acto y la gente sale profundamente consolada.

 

* * *

 

Varios sacerdotes se repartieron por la sala para escuchar confesiones. Paco fue uno de los primeros en acercarse al sacramento de la penitencia. Ruth se dirigió a Marta: -¿Qué hago?

-¿Te da miedo confesarte? preguntó Marta.

 

-No sé, replicó Ruth. No lo he hecho jamás en la vida. No sé cómo se hace.

 

-Pero, ¿tú estás bautizada? se sobresaltó Marta.

 

-Sí, me bautizaron de pequeña. Pero fuera de eso nada.

 Marta se quedó perpleja. No sabía qué hacer. Cuando Paco finalizó su confesión se acercó a ellas. Marta le puso al tanto de la situación. Paco dijo sin inmutarse: -Esto se soluciona fácilmente. Voy a decírselo a Pablo. Él nos dirá lo que hay que hacer. En ese momento estaba confesando. Al término de una confesión, Paco se acercó y se lo comentó: -Nada más que pase este golpe fuerte de gente los veo, dijo Pablo. Al cabo de unos minutos se acercó y ellos le pusieron al tanto del tema. Miró con cariño a Ruth y tomándola de un brazo se retiraron a pasear por el jardín. Mientras tanto algunos seguían confesándose; otros acudían a los cuatro grupos de intercesión, los cuales se habían distribuido por distintas habitaciones. La mayoría seguía en oración animada por el grupo de música.

 

 * * *

 

Paco le consultó a Marta si debería presentarse a intercesión. No sentía gran urgencia en hacerlo. Él era un hombre tranquilo, equilibrado, de una familia normal. No había padecido conflictos ni familiares, ni religiosos, ni políticos. No detectaba en sí ningún trauma especial. El tema religioso era muy importante en su vida, pero más bien por tener un alma naturalmente buena y sensible para todo lo grande, lo bello, lo verdadero. Tenía muy desarrollado el sentido de la justicia. Una única carencia y un único temor le asaltaban de vez en cuando: el puesto de trabajo, abrirse paso en la vida al terminar su doctorado en Derecho.

 

Marta le respondió: -La intercesión es buena para todos. Pero, de momento, no hace falta que vayas. Deja el sitio para otros que tengan más necesidad.

-Entonces ¿qué hago para prepararme mejor?

 

-Nada especial. Seguir el retiro de una manera normal. Trata de convencerte cada vez más de que es Él el que viene. Él es el que hace la obra. Es Él el que te busca a ti y por eso te ha llamado y traído aquí.

 

-Parece sencillo, aceptó Paco, pero no lo es. No tengo experiencia de que Dios venga a mí. Siempre he tenido la sensación de que yo le he buscado a Él.

 Al momento se acercó Ruth. Venía sola y sonriente, pero con señales inequívocas de haber llorado. -¿Qué tal? preguntó Marta.

-Muy bien, dijo Ruth, el sacerdote ha sido un encanto, pero así y todo he tenido que hacer un esfuerzo terrible para mantenerme de pie. Creo que he quedado agotada de los nervios. Tenía una sensación difusa y extraña de que iban a violar mi interior. Pero me siento liberada. Es la primera vez en mi vida que me he mirado por dentro, que he examinado mi pasado, que me he juzgado a mí misma por causa de mis actos.

 

-A lo mejor te venía bien ahora ir a intercesión, insinuó Paco.

 

-No, replicó Marta. Tal vez sea todo esto demasiado fuerte.

 

-Me siento con fuerzas, dijo Ruth. Es otra aventura...

 Sin embargo, había mucha gente esperando para entrar a la intercesión. Como se hace individualmente y sin prisas, a veces es imposible satisfacer tanta demanda, incluso habiendo como aquí cuatro grupos. Se acercaba el momento de la cena. Mientras tanto pasearon un rato por la galería. Marta estaba a gusto con Ruth. La iba tomando con cariño de la mano: -Ruth, te veo bien, le dijo.

-¿Sí? replicó ésta.¿Bien? ¿De qué? Porque yo estoy como en un quirófano.

 

-Yo creo que va a suceder en ti algo importante, confidenció Marta. No tengo idea de lo que va a ser. Lo presiento. Sea como haya sido tu vida, alguien ha preservado tu corazón. Te veo sencilla y pobre de espíritu. Tienes una gran capacidad de acoger. No te veo endurecida, ni a la defensiva, ni contra nada.

 

* * *

 

Terminada la cena y el rato posterior de reposo, la gente se iba acercando a la capilla. No habría eucaristía sino un tiempo de adoración y, mientras tanto, seguirían las confesiones y los grupos de intercesión. Esta vez Ruth entró pronto en la habitación.

 

Allí se encontró con tres personas que iban a orar por ella. La acogieron sonrientes y, con mucha naturalidad, le indicaron que se sentara en una silla que estaba en el centro de la sala. Después de algunos saludos la invitaron a explicar sobre qué quería que se centrara la oración. Ruth contó un poco la trayectoria de su vida. A la vista de ello decidieron orar para que el Señor se le hiciera presente sin más. Él sabe mejor que nadie, le dijeron, para qué te ha traído aquí y cuáles son tus verdaderas necesidades.

 

Le impusieron las manos y oraron por ella. Al principio se sintió un poco confusa. Le pasaba por la mente que iba a sufrir algún tipo de conjuro o de magia. Sin embargo, algo fue captando su atención hacia dentro de sí misma. Sentía un calor hondo en el centro de su pecho que, poco a poco, derivó en una especie de paz interior. Se le fueron los miedos y las prevenciones. Estaba a gusto. Se daba cuenta que la oración le estaba haciendo bien. Se sentía amada por dentro, en un lugar donde hasta ese momento no le había llegado ninguna impresión ni ningún amor.

 

Una de las personas leyó de la Biblia: "¿Qué ves, Jeremías? Veo una rama de almendro en flor. Y dijo el Señor: Has visto bien. Así soy yo: un centinela para que mi palabra se lleve a cabo" (Jr. 1,11). La persona que había leído, muy ungida, le explicó: "La flor del almendro es el preludio de la primavera. El Señor te anuncia una experiencia de primavera. No te habla con un lenguaje de ideas sino de amor. Él mismo dice que hará de centinela contigo, para que se cumpla esta palabra". Ruth rompió a llorar. No eran tanto las palabras con que la acababan de hablar, como la presión en su pecho. Se sentía amada como nunca lo había sido. Su cerebro estaba vacío. No tenía ni una sola idea, pero su corazón le estallaba. Salió de allí semiflotando y, sin ver a nadie, se fue a la habitación. Tumbada sobre la cama lloró mucho rato. Las lágrimas le hacían bien. No sentía deseos de hablar con nadie. Al poco rato se acostó agotada.

 

* * *

 

Hizo viento aquella noche. En los cristales presionaba con fuerza la inclemencia del invierno. Ruth durmió de un tirón toda la noche. Al despertarse continuaba la sensación de paz interior, hasta el punto de encontrarse extraña dentro de sí misma. Otras personas, en cambio, apenas habían dormido y hubo un grupo de jóvenes que ni siquiera se acostó, a pesar de las repetidas recomendaciones en contra que se habían hecho. En un principio continuaron en la capilla cantando canciones y orando. Después se fueron a una habitación y pasaron el rato compartiendo. Al amanecer salieron a pasear, hasta que el frío y la incomodidad del viento les hizo recluirse de nuevo en el edificio. Allí se encontraban tomando café en las máquinas automáticas, cuando sonó la música despertador a las 8 de la mañana. Marta y Paco se habían quedado con ellos en la capilla, pero más tarde se fueron a dormir.

 

A las 10 daría comienzo la oración de la mañana. Iban llegando poco a poco personas que querían acompañar en la efusión del Espíritu. Llegó la suegra de Ruth. Llegó también Mabel, la novia de Paco y otros, unidos con algún lazo sentimental, familiar o espiritual, con alguno de los que iban a recibir al Espíritu Santo. Se iba haciendo cada vez más sensible el ambiente de familia en el que todos eran acogidos.

 

Comenzaron la oración con una bella canción que termina saludando al amanecer de aquel día con un acento especial: "Bendita la mañana que trae la gran noticia de tu presencia joven en gloria y poderío". Ruth saboreó como nadie esta alabanza. Nunca en su vida había orado así, ni sabía siquiera lo que significaban ciertas palabras, pero había fiesta en su corazón. Ella sabía que podía bailar, gritar, saltar, levantar los brazos, hacer cualquier cosa extraña. Sin embargo, su cerebro seguía vacío sin ningún tipo de ideas, por lo que no podía contar nada a nadie. Sólo podía expresarse y comunicarse con gestos y con gritos. Se miraba a sí misma desde fuera y se veía ridícula, pero desde dentro se sentía motivada. Todos estos gestos quedaban ahogados en su propia cuna porque su suegra y su propio ridículo la cortaban un montón, pero comprendió la raíz de la auténtica alabanza. Marta, dándose cuenta, se le acercó al oído y le dijo:

 

-Tú has recibido ya la efusión del Espíritu Santo.

 

Finalizada la oración el sacerdote que predicaba el Seminario inició una charla. Iba a hablar sobre el Espíritu Santo. Comenzó diciendo: "¿Conocéis a este extraño personaje? Hay muchas personas, incluso entre los cristianos, que no le conocen, que nunca le han experimentado. Sin embargo, sentirle a Él, conocerle, acoger su acción, es la clave para comprender todo el misterio. Un cristianismo sin Espíritu Santo nunca será otra cosa que una ideología más, un moralismo más, un fundamentalismo más.

 

La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha amado mucho a este personaje. Se ha sentido habitada, movida, dirigida, motivada, amada por Él. Su presencia hace santa a la Iglesia, a pesar de que esté constituida por pecadores. La Iglesia no es un club de perfectos, es un conjunto de pobres y necesitados en los que el Espíritu va haciendo una obra de embellecimiento. Cuando el Espíritu Santo habita en un alma, reside en ella el amor de Dios, su gracia y su salvación.

 

Dios quiere que su presencia no pase desapercibida, quiere que se note. Por eso, el Espíritu saca de cada ser humano lo mejor que tiene: una alegría nueva, un amor, una alabanza, una vida nueva. Sin el Espíritu Santo el hombre no es más que lo que es y termina ahogado en su propia impotencia y sin sentido, que es el estipendio del pecado. Con el Espíritu Santo ha entrado el cielo y la vida eterna en cada uno de nosotros".

 

Al terminar la charla, Ruth se dio cuenta que amaba al Espíritu Santo. ¡Quién se lo iba a decir a ella que hasta hace unos días apenas le había oído nombrar! Le hubiera gustado gritar: "Dios es real, existe, está aquí". Su lengua, sin embargo, estaba bloqueada, no podía hablar. Su único desahogo seguían siendo las lágrimas. Lloraba con una sobriedad que la hacía más bella que nunca. Descubrió otra novedad dentro de sí: todo el mundo le parecía distinto. El amor que se había derramado sobre ella le hizo aceptarse totalmente a sí misma en cada uno de los minutos de su pasado y de su presente. Y se reconcilió con todos. Aceptó el pecado de todos, la soledad y la condenación de cada uno de los seres humanos y empezó a amarles desde dentro. El juicio fue aniquilado dentro de ella y veía a todos buenos, guapos, simpáticos, amables. Su corazón sintió misericordia y compasión por su suegra, por su marido, por toda la gente de su casa. Hubiera corrido a abrazarlos a todos. Se sentía desbordada y superada. El volcán, sin embargo, ardía sólo por dentro. Hacia fuera apenas brotaban los signos. No obstante, en los más cercanos se despertó una simpatía nueva hacia ella. La veían distinta. Pero todos estaban preparados para la sorpresa.

 

* * *

 

Las 12.30 era la hora marcada para la efusión del Espíritu. La cita era en la capilla preparada ya para el efecto. Delante del altar, en medio, estaban unas quince sillas colocadas en semicírculo. La gente se iba acomodando en los laterales del oratorio. Como de costumbre, se cantó una invocación al Espíritu Santo, seguida de un momento de oración para centrar los espíritus. El sacerdote salió al medio y pronunció unas palabras para ambientar la ceremonia y motivar una apertura total a la venida del Espíritu.

 

"Imaginen empezó diciendo, que van a recibir un bautismo. Bautizarse para una persona significaba en la antigüedad adherirse a ella, entregarse. Aquí nos bautizamos para Jesucristo, optamos por Él o, como hemos dicho, sometemos nuestra vida bajo su señorío. Si lo hacemos, Él responderá regalándonos el Amor del Padre que es el Espíritu Santo. Entonces sucederán en nosotros mil maravillas.

 

En este pequeño catecumenado que hemos seguido hasta aquí, el propio Espíritu nos ha ido conduciendo hasta el umbral de esta entrega y sólo espera nuestro sí para derramarse a torrentes. Juan nos dice: "Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego" (Mt. 3,12). Con la resurrección de Jesucristo ha venido sobre el mundo una irrupción nueva, única, definitiva del Espíritu de Dios. El Resucitado nos lo envía a manos llenas. Pero no pensemos que el Espíritu es alguien distinto de Jesús. Sabemos que en Dios se distinguen las personas pero, de cara a nosotros, en nuestra percepción, experimentar al Espíritu es conocer a Jesús. Él vive y se hace Señor, mi Señor, en las vivencias que el Espíritu provoca en nosotros.

 

Vamos a pedir este Espíritu con una ceremonia supersencilla. La comunidad, como cuerpo de Cristo, va a implorar del Padre que conceda ese Espíritu a aquellos que lo pidan. Lo va a hacer con la oración y con un sencillo gesto de imposición de manos. Así lo hacía Jesús para bendecir y curar; igualmente los apóstoles trasmitían la gracia y las bendiciones por medio de este gesto. Por nuestra parte, además de ser un gesto cuasi sacramental, conlleva un significado de solidaridad, de cariño y de caridad hacia los que lo piden.

 

Les va a parecer todo muy sencillo; pero millones de testimonios podrían dar fe de que Dios ha unido a este gesto y a esta oración gracias especialísimas. Sólo Dios conoce sus designios, sólo Dios sabe por qué en estos momentos de soberbia racional y descreimiento se necesita una revalorización del bautismo; pero los frutos están a la vista. Pidámosle a Dios que aumente nuestra fe, porque es sobre todo un acto de fe. Ninguna oración cristiana produce efectos mágicos. Aquí no hay magia, sino la espera paciente de la fe, que a veces tarda mucho en manifestarse. Si Dios nos concediera siempre lo que pedimos, y al momento, la oración no sería una piedad sino un negocio. Sin embargo, ábranse a todos los dones y carismas del Espíritu. Que nadie se sienta indigno; nuestra miseria y pecado, puestos delante de Dios no nos hacen malos, sino pobres e indigentes. Lo que el Espíritu ha comenzado, que Él lo lleve a feliz termino".

 

* * *

 

La oración de efusión se va a hacer en tres tandas de unas quince personas cada una. Una vez que las quince de la primera tanda se sentaron, el grupo de servidores y otras personas se colocó detrás de ellas para imponerles las manos. Detrás de Paco se puso su novia Mabel. Marta impuso las manos a Pablo, el sacerdote. Las guitarras entonaron "Espíritu Santo de Dios, ven sobre mí", en medio de una concentración y silencio impactantes. Al término de la canción siguió un largo y poderoso canto en lenguas. El sacerdote predicador recogió la unción de la oración para hacer una especie de imprecación o epíclesis pidiendo al Espíritu Santo que bajara sobre cada uno de los nuevos, les sanara y les revistiera de una fuerza nueva. El momento era emocionante y se escuchaban lágrimas y sollozos entrecortados.

 

Uno de los servidores leyó con fuerza un pasaje de la Biblia: "No temas. Yo te he rescatado. Te llamo por tu nombre. No podrán anegarte las olas del mar. Aunque pases por aguas profundas, yo estaré contigo. Tampoco el fuego te quemará ni la llama prenderá en ti. Yo soy tu protector, ya que eres precioso a mis ojos. ¿Te acuerdas de lo pasado? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo, ya se está realizando, ¿no lo notas?"(Is. 43,1 y 18).

 

La oración sobre este primer grupo duró como unos quince minutos. Ruth no se sentó en las sillas hasta que lo hizo la tercera tanda. Tenía una cara extraña, como desencajada. Se inició este tercer momento con un canto en lenguas fortísimo. Parecía que no iba a tener fin. Era Paco el que le estaba imponiendo las manos a Ruth. Lo hacía con fuerza y con cariño. No se hizo otra cosa que orar en lenguas hasta que alguien proclamó de nuevo unas palabras del profeta Isaías: "No se oirá hablar más de violencia en tu tierra, ni de despojo o lamento en tu recinto. Al contrario, tu defensa será la salvación y tu salida la alabanza. Tu luz nunca más vendrá del sol, ni el resplandor de la luna será quien te alumbre de noche. Yahvé será para ti luz eterna, y tu Dios será tu hermosura"(Is. 60,18).

 

Una mujer gritaba con fuerza y era atendida por dos o tres servidores. Sin embargo, había varias personas tendidas en el suelo a las que, al parecer, nadie prestaba atención. El sacerdote invitó a todos a darse la paz. Con extraña lentitud la gente iba fundiéndose en largos abrazos. Todos a todos. Parecía que querían demostrarse un cariño largamente retenido, al cual se le ha dado suelta, una vez destruidas las murallas del egoísmo y del miedo.

 

* * *

 

La comida hoy empalmó con una larga sobremesa. Había ambiente de fiesta, ganas de compartir y de comunicarse. Algunos grupos salieron a tomar café y a liberar la tensión de la mañana por los bares vecinos. Nadie parecía frustrado. El grupo de nuestros protagonistas se fueron juntos, pero no separados, pues había crecido entre todos la confianza y la necesidad de conocerse. Por eso, todos hablaban con todos.

 

Sólo dos actos ocupaban el programa de la tarde. En primer lugar un rato de testimonios y, seguidamente, la eucaristía final. La gente estaba ávida de saber lo que había pasado en cada uno. Necesitaban escucharse y compartir todas las experiencias.

 

A la cuatro de la tarde ya estaban todos reunidos en la sala. Hubo un momento de oración y alguna canción para recoger los ánimos y crear el clima necesario para contar las obras del Señor. Uno de los servidores se levantó e introdujo la sesión recordando a todos lo que es un testimonio y subrayando las tres "c" que lo definen: corto, concreto y centrado, no en el protagonismo humano, sino en la acción del Señor. Seguidamente invitó a la gente a levantarse y hablar.

 

No hubo una respuesta masiva. A la mayoría les costaba arrancar y les imponía mucho hablar en público. Fueron goteando los testimonios sin que hubiera muchos con auténtica garra. De repente se levantó Paco y empezó a hablar pausadamente: "No me es fácil dar un testimonio en este momento. Necesito tiempo para ir asimilando un cúmulo de impresiones que se agolpan en mi interior. Pero hay algo que tengo completamente claro: Dios ha actuado en mí.

 

Desde que entré en la facultad, siempre me vengo haciendo esta pregunta: ¿Qué añade el cristianismo a una persona que, sin ser cristiana, se comporta correctamente, es honrada, tiene sentido de la justicia y lucha por implantar en el mundo los valores éticos? ¿No nos basta con un humanismo sincero? Me parecía que el cristianismo era una bella idea, una utopía y un ideal, con gran solera histórica, pero un poco superfluo ya en nuestro tiempo. El mismo Jesús no pasaba de ser para mí una referencia histórica, ciertamente entrañable e interesante como hombre, pero perdida en el túnel del tiempo. Era para mí parte de una cultura y de una educación que me inculcaron de pequeño. Sin embargo, nunca quise romper con la fe. Estas cosas eran tentaciones, pero he seguido yendo a misa y practicando, si bien es verdad que muy desmotivado.

 

Ya a lo largo del Seminario se ha ido conmoviendo mi interior, a veces con fuerza; pero hoy ha sido demasiado. Durante unos minutos me he sentido como flotando, en otra dimensión, incluso de mi garganta salían sonidos que yo no emitía. Estoy seguro que algo se ha infundido en mí, algo me ha penetrado. En esta experiencia se me ha revelado que Él vive. Jesús vive. No es una referencia histórica, no yace adormecido en el túnel del tiempo. Él vive, es real, actúa en nosotros. Ya tengo alguien ante quien arrodillarme y decirle: mi Señor. Alguien que sé que va a salvar mi vida y llenarla de sentido. Se me ha revelado la dimensión del amor y de la misericordia. Entiendo que el cristianismo añade al humanismo una Persona en la que está el verdadero fundamento de todas las cosas. Una Persona, no una idea o un sistema de ideas. Una persona que nos abre el camino para el amor y la vida. Las ideologías no tienen sangre, por eso no nos sacan de nosotros mismos, no nos acercan ni a Dios ni a los hombres. Al humanismo le falta humanidad. Ningún humanismo me salvó de mi egoísmo, pues estoy sintiendo que no he amado a nadie en la vida, sólo me he amado a mí mismo y, a los demás, en cuanto servían a mis intereses. Mi pequeño yo siempre fui el centro de mi universo.

 

Ahora entiendo que me he cargado fardos demasiado pesados. He querido ser bueno, he trabajado y he luchado por los demás, he sufrido el peso de la vida. Leer un periódico o ver un telediario nunca me dejó indiferente, pues siempre me atrajeron las causas justas y me desazonaron las injusticias y atropellos de unos hombres contra otros. Pero ha sido todo desde mí, y todos esos mis esfuerzos se me revelan ahora como sin valor. Yo no sabía que el propio actuar, aun con buena voluntad, está lleno de orgullo y soberbia y engendra vacío y discriminación.

 

El Señor me ha mostrado hoy en un segundo toda mi vida. Ha sido una ráfaga. Mi maldad no ha consistido en cometer una serie de delitos o pecados, sino en la orientación general de mi vida. Yo era el centro de mí mismo y de todas las cosas; yo era, para mí, mi señor. Creo que el bautismo resitúa al hombre y le orienta toda su vida. Siento que ése ha sido mi pecado original, del cual creo que he sido sanado hoy".

 

Marta le miró con ojos enaguados, mientras Mabel se levantó decidida y le dio un abrazo a la vez que gritaba "gracias, Señor, bendito seas". Ruth, sin embargo, estaba extrañamente quieta, como acobardada, limitándose a sonreír. La música entonaba después de cada testimonio unas breves estrofas. En este momento cantaron: "A ti yo me rindo, te adoro también, dueño absoluto, amén, amén".

 

* * *

 

Nada más terminar la canción y como movido por un resorte se levantó Pablo, el sacerdote, y después de confesar que la valentía de Paco le había animado a él, continuó diciendo: "No me extraña que los Padres de la Iglesia llamen al Bautismo la "Iluminación", pues hoy yo me he sentido profundamente iluminado. Hoy he encontrado la clave para explicar un grave desconcierto interior que he padecido desde siempre. Con la sicología y la introspección me he ido conociendo a mí mismo, pero hoy se me ha revelado el corazón de mi propio misterio y con ello espero vivir en la paz y la reconciliación.

 

Mis males arrancan desde el mismo día que nací. Yo no fui aceptado, nunca fui querido, nunca encontré sitio ni hueco en la vida. La sensación de inseguridad cuando era niño fue aplastante. Mendigaba una mirada, no digo de cariño, simplemente no agresiva. Llegué a sentirme como un bicho que estorbaba en todas partes. Esto me culpabilizó de tal modo que aprendí pronto a rechazar conscientemente la vida, que me resultaba un peso tan cruel. Si nadie me quería, mi vida tenía que ser un delito y, por eso, me culpabilizaba a mí mismo por haber nacido y me preguntaba qué sentido tenía mi vida.

 

Los estudios representaron para mí la primera tabla de salvación. Tenía gran facilidad y sacaba muy buenas notas. Pronto identifiqué el estudio como mi salvador y el estudiar como mi salvación. Ahí podía ser alguien, ahí podía encontrar algo de identidad y seguridad. Hoy he visto también claro que el sacerdocio ha sido para mí igualmente una huida y una expiación. Ha sido mi segunda tabla de salvación. En mi inconsciente yo no me creía digno de la vida, ni capacitado para luchar por el amor de alguien. Sin embargo, en el sacerdocio he podido ser brillante por mi facilidad con los libros. Por eso, me ha servido de coartada para aminorar mis inseguridades, aunque en el fondo también aquí he sentido la necesidad de justificar mi existencia y de recabar mis derechos a un sitio en la vida, que tal vez nadie me discutía.

 

En este momento siento una paz profunda y una reconciliación. El Espíritu me ha revalorizado ante mis propios ojos. Me siento amado por Él. Al instante han perdido protagonismo todos mis males anteriores, que huyen de mi presencia. Hoy no tienen tanta realidad como tenían ayer. Me siento capaz de perdonar. Me siento reconciliado conmigo mismo, con mi pasado, con todas las personas que me hayan podido hacer daño. Creo que podré amar y comprender las pobrezas de todos.

 

Lo curioso es que yo no me sentí conmovido interiormente cuando me impusieron a mí las manos, sino cuando las impuse yo en la tercera tanda. Al terminar el primer grupo, en el que oraron sobre mí, me levanté frío, con el corazón duro y a punto de hacer un juicio peyorativo sobre todo lo que se estaba haciendo allí. Sin embargo, en la tercera tanda, cuando nos dijeron que impusiéramos también las manos los que lo habíamos recibido ya, me acerqué, impuse las manos a una persona y al instante noté que algo empezó a suceder dentro de mí. Sentí ganas de llorar, cosa que jamás había sentido y supe que se estaba sanando mi corazón. La tensión de toda mi vida se aflojó y me sentí con una paz increíble. Además, supe que el Espíritu vino a mí cuando yo estaba ejerciendo un ministerio sobre otra persona, lo cual significaba que el Señor convalidaba mi sacerdocio. Me hice sacerdote para huir, sin saberlo; ahora, el Señor me lo regala como efecto de su gratuidad y su elección".

 

Toda la sala se quedó impactada. No sólo por el testimonio del sacerdote sino sobre todo por su humildad. Su cara era prueba fehaciente de lo que había dicho. Se sentó pacífico y relajado, acogiendo con dulzura la simpatía que los ojos de todos le trasmitían.

 

* * *

 

Todavía tenemos tiempo para dos o tres testimonios más, advirtió el que dirigía la sesión. Se miraban unos a otros y se pronunciaban nombres para animar a los más tímidos, pero muchos no se atrevían. Marta quería que hablara Ruth y la estaba incitando continuamente a ello. Por fin, Ruth cedió: "Anoche, comenzó diciendo, sentí al ir a intercesión una experiencia interior muy profunda, como nunca la había sentido antes. Ayer supe que tenía alma. Hasta ahora no lo había sabido porque nunca tuve una experiencia interior. Anoche me sentí tocada, invadida, amada. Había como un fuego sabroso dentro de mí. Pero eso no me venía ni de mi mente, ni de mi voluntad, ni de ninguna reflexión mía. Simplemente me llegaba, me iba llegando y se metía en una parte de mi ser que yo no sabía que la tenía, porque nunca había sentido algo tan adentro.

 

Pero en el momento de la efusión, sorprendentemente, se me fue toda la experiencia anterior y me quedé fría, oscura, llena de dudas y de ansiedad. De repente me pareció todo mentira, una burla. Mi razón no fue afectada por la experiencia de anoche, sino que simplemente estaba bloqueada ante la intensidad de mis sentimientos. Sin embargo, por lo que veo, estaba al acecho, pues nada más que se me ha debilitado el gozo interior que tenía, ha tomado de nuevo el mando y me ha sugerido que todo esto es una burda pantomima, que siga como he sido siempre, que lo mío no es la beatería. Me resonaba dentro la palabra: engaño, engaño, engaño... pero también me parecía imposible que fuera mentira lo de anoche. Quedé desconcertada y aún lo estoy, pero me hace bien decir estas palabras que les estoy diciendo.

 

Antes de entrar aquí he hablado con una persona y me he desconcertado aún más. Me ha dicho que dentro de mí hay una lucha del Espíritu de Jesucristo contra el espíritu del mal. Me ha dicho que mi vida estaba dominada por el mal, que se había disfrazado con el ropaje de una ideología, de una cultura, de unos intereses políticos bastardos, que bajo la capa de la libertad y de la justicia para todos encubría un rechazo a Dios y a su acción en nosotros. Me ha dicho también que Dios, de una forma totalmente gratuita, se ha fijado en mí y me quiere sacar del lugar donde estaba.

 

Sigo notando que estas palabras que digo me están haciendo bien y me están dando fuerzas para confiarles un secreto que se está revelando en mí en este momento. Ayer, cuando me fui a confesar, no dije ni se me ocurrió decir algo que me sucedió a los 16 años. Yo quedé embarazada y a las pocas semanas aborté. Nunca me sentí culpabilizada por ello. En el ambiente en que vivía esto era normal, aceptado por todos, y por eso nunca me inquietó. Pero ahora mismo estoy sintiendo que ha sido algo muy importante y que ha condicionado aspectos de mi vida. Siento que todo ello me ha producido un serio trauma. Yo me hice también como una especie de ligadura de trompas que, aunque me la han quitado al casarme, se ve que ha dejado sus consecuencias, porque ahora tengo un grave defecto de ovulación, y no puedo tener hijos.

 

Qué agazapado, qué pacífico, qué taimado habitaba el mal dentro de mí. Mi vida se está desenmascarando y la estoy entendiendo ahora. Yo nunca he sabido nada de Dios, en mi casa jamás se pronunció su nombre, de niña nadie me ha hecho orar ni la más pequeñita oración. No he hecho ni siquiera la primera comunión.

 

Ahora estoy percibiendo también la frialdad de mi interior. Mi mundo ha sido un mundo gélido y tampoco lo sabía. Nadie me ha amado jamás. Ahora me doy cuenta... (Ruth comenzó a llorar y a hablar entrecortadamente). Pero ahora me estoy sintiendo amada, amada incluso en mi pecado. Estoy entendiendo que no me debo preocupar ni siquiera del niño que aborté, pues pasó de mi seno a los brazos de Dios. Ahora sé que me puedo curar de cualquier cosa, que Dios puede hacer en mí un milagro, pues el más grande de todos los milagros es entender que me ama. No me explico cómo he podido estar tan ciega. ¿Quién era mi señor? Entiendo que he estado engañada, manipulada, traicionada. Yo no quiero sentir más lo que sentía, no quiero pensar lo que pensaba, no quiero ser más yo misma. Algo nuevo ha entrado en mi vida que creo que es bueno, limpio, amoroso y santo. ¡Qué bien, qué alegría, existe el amor!".

 

* * *

 

Una vez terminados los testimonios, la gente fue lentamente encaminándose hacia la capilla, donde se iba a celebrar la eucaristía final. Todo el mundo saludaba a Ruth y la abrazaba con cariño. El sentimiento de que había ya algo en común entre todos crecía por momentos. Este grupo de personas que antes era no-pueblo empezaba a sentirse pueblo, comunidad. Algo muy hondo les estaba uniendo. Brotaba una simpatía y una confianza nuevas, preludio del amor, signo de una comunidad cristiana viva.

 

En efecto, el amor mutuo es la prueba que se ha recibido el Espíritu Santo. Por eso, la fe o la experiencia del Espíritu sólo crece en comunidad. Lo individual, que siempre es incompleto, se agotaría pronto. De ahí que siempre, una gran experiencia bautismal nos lleve a la eucaristía, que es la celebración del amor que está surgiendo y que se va haciendo perfecto en Jesucristo. Cualquier experiencia del Espíritu que no nos lleve al amor y a la comunidad es falsa, o al menos raquítica.

 

Las semanas que siguieron hasta terminar el Seminario les dio a todos fundamentalmente esta experiencia: la de la comunidad y el amor fraterno. Ahí está encerrado todo el crecimiento. Brotó en todos un sentimiento de familia poderoso y fuerte. A Ruth y a otras personas que habían vivido su vida hasta ahora con tanto desamor, las nuevas relaciones les parecían más fuertes y más íntimas que el propio parentesco humano. La verdad es que en este caso, como en otros, la gracia no destruye la naturaleza ni la sustituye. Es decir, el nuevo amor cristiano, la caridad, no invalida los amores humanos sino que más bien los refuerza y profundiza. En el cielo, sin embargo, no habrá ni marido ni mujer, ni padres, ni madres, ni hijos, ni hermanos, ni amigos, ni nada de aquello que sean estructuras puramente humanas con las que se articula la vida en este mundo. En el cielo, todas estas relaciones o son en el Espíritu o no serán. Una experiencia bautismal y eucarística como la que hemos descrito nos hace entrar ya aquí en la tierra en la gran experiencia que en los cielos no se acabará nunca.

 

6 - RENOVACIÓN Y COMPROMISO

 

Me imagino que a muchos de ustedes que acaban de entrar en la Renovación les interesa conocer lo más posible sobre este movimiento religioso. Se habrán preguntado de qué se trata, cuáles son sus contenidos básicos, su espiritualidad, su moral. Máxime cuando la Renovación no es una cosa neutra sino algo que suscita serias controversias, dudas, prejuicios, rechazos. "Pero, ¿no será una secta el grupo ése en el que te reúnes? habrán, tal vez, oído decir . Otros acusan diciendo: "mucho rezo, mucha gesticulación, mucha reunión... Lo que importa es que se comprometan con lo que sucede en la realidad. ¿Se creen que son los únicos buenos?" Y desde ahí denuncian el espiritualismo de la Renovación y le achacan su evasión, su alienación, su estar en las nubes.

 

Es importante para todos nosotros y, en general, para la Renovación clarificar todos estos equívocos. Para esto no basta con la experiencia personal y los testimonios por más auténticos que sean. Es necesario ir creando poco a poco un lenguaje y unas categorías teológicas serias que sirvan, en primer lugar, para aclararnos a nosotros mismos y, después, para dialogar con otras corrientes de la Iglesia. De lo contrario la formidable experiencia de Dios que hay en la Renovación permanecería en un nivel de espontaneidad, emotividad e ingenuidad que le restaría parte de su posible fecundidad y no engendraría en nosotros una praxis convincente. Es importante, siempre desde la realidad revelada en nuestra comunidad, desentrañar toda su virtualidad, confrontándola con la totalidad del mensaje cristiano. Igualmente, es también importante que estas categorías teológicas sean críticas con los contenidos e historia de nuestra comunidad, para que una experiencia tan bella como la que se ha iniciado en nosotros no se pierda y se ahogue en sí misma.

 

Ubicación teológica de la Renovación

 

Yo creo que la primera cosa que la Renovación debe aclarar a todo el mundo es la cuestión teológica de la relación entre la fe y la vida humana, entre la oración y el compromiso, lo natural y sobrenatural. ¿Cómo se viven estas cosas entre nosotros? En este tema creo que está el núcleo de muchos malentendidos con respecto a la Renovación. En realidad es una cuestión muy vital dentro de la Iglesia entera y a lo largo de este mismo siglo ha tenido diversas respuestas.

 

Mentalidad de cristiandad.

 

Seguro que conocen personas de esas que piensan que uno es bueno si va a misa, si se confiesa mucho, si participa en varios movimientos. Para esta gente el que es piadoso es bueno. Por lo tanto la persona que vive así tiene la salvación asegurada. Otras cosas como pueden ser la caridad, la justicia, la solidaridad quedan en un segundo plano. De esta forma nacen esos típicos casos de individuos que parece que se comen a los santos, pero no les importa ser egoístas, acrecentar su patrimonio a costa de lo que sea, ser insensibles a las necesidades de los demás. Su radicalismo lo ejercitan, sobre todo, en ciertas cuestiones de la moral de la intimidad. Muchos creen que la Renovación ha nacido para apuntalar este tipo de religiosidad que últimamente está perdiendo fuerza.

 

Detrás de estas actitudes, que he acentuado para una mejor comprensión, hay un modelo teológico de Iglesia. Según este modelo la bondad y la salvación están en la Iglesia. El que es y participa de ella está salvado. Fuera de la Iglesia no hay salvación. El ideal en este caso es no mezclarse demasiado con el mundo. Éste hace su camino en una historia distinta que no es de salvación. En la liturgia era común la terminación de muchas oraciones: "despicere terrena et amare coelestia", es decir, despreciar lo terreno y amar lo celestial. Cuando algunos fieles le pidieron a Pío IX poder participar en política con nombre cristiano, el Papa les respondió con el famoso: "non possumus", no podemos.

 

Nueva cristiandad.

 

Con la mentalidad anterior la Iglesia caminaba, no sólo al margen, sino enfrentada con una serie de realidades terrenas como el progreso, la filosofía, la técnica, la evolución social. La sociedad secular, al no sentirse comprendida, reaccionó también en contra y se hizo atea. Parecía que había dos historias separadas y contrapuestas: una historia de salvación y otra de maldición.

 

Hacia los años veinte de este siglo hubo una fuerte reacción dentro de la Iglesia católica. El enfoque pastoral incluía ahora un acercamiento y acción sobre el mundo y sus realidades. Pero no aceptándolas en sí mismas, no respetando su autonomía, sino queriéndolas bautizar, para hacerlas entrar dentro de la órbita de sacralidad de la Iglesia. Se fundaron partidos políticos cristianos y diversos movimientos como la Acción católica, Hermandades del Trabajo y otros que están en la mente de todos. Con ello entró la Iglesia en la política, se abordó la filosofía desde el neo-tomismo, se constituyeron sindicatos cristianos etc. Se vivió una gran sensación de modernidad. Todas estas actividades estaban impregnadas de una actitud militante. Bajo el estandarte de Cristo Rey, a cuyo grito murieron muchas personas, se institucionalizó como una especie de campaña o cruzada. Sin embargo, la teología de base era la misma que en la mentalidad anterior: la bondad y la salvación se encuentran sólo en la Iglesia. El Reino de Dios y la Iglesia se identifican.

 

Vaticano II.

 

La obra que el Espíritu Santo realizó en este concilio parecía imposible e impensable. Se dio un vuelco a las concepciones anteriores. La bondad y, por lo tanto, la salvación, ya no están en la piedad como en el primer caso o en una presencia cristiana en el mundo. La bondad está ahí, en el mundo: en la vida, en el trabajo, en la familia, en las relaciones con los demás. ¿De qué te sirve rezar, cantar, alabar a Dios, ser piadoso, si en tus relaciones sociales eres insolidario y egoísta? ¿De qué te sirve clamar a Dios si descuidas a tu familia o no eres fiel en tu trabajo? Ahí se encuentra la autenticidad del comportamiento humano.

 

El punto clave teológico es que no hay nada ajeno al plan de Dios. Las realidades terrenas, todo el proceso del mundo, no están fuera de la mente y del plan de Dios. La Iglesia, por tanto, ya no tiene que atraer al mundo hacia sí para salvarlo sino que, por el contrario, se hace ella servidora del mundo. El Reino de Dios no se identifica con la Iglesia sino con la historia entera de los hombres, sanada por el poder de Jesucristo y recapitulada por su resurrección. De ahí deriva un gran respeto por la tarea secular, por la autonomía de las realidades terrenas. Llega a decir la Gaudium et Spes que, aunque hay que distinguir cuidadosamente entre el crecimiento del Reino y el progreso secular, sin embargo, éste, de un modo misterioso, entra a formar parte del material del Reino de Dios. Es cierto que la realidad terrena está minada por el pecado y, por ello, muchas veces está en contraposición al Reino de Dios, pero es ahí donde incide de una manera específica la obra de la salvación.

 

Debajo de todo este cambio de mentalidad hay una nueva idea y experiencia de la salvación. Ésta, ya no es simplemente algo que sucederá más allá de la muerte, frente a la cual la vida presente no sería más que una prueba; es algo que se da aquí, algo que asume toda la realidad humana, la sana, la trasforma, la sufre y la goza y, al final, la lleva a su plenitud en Cristo.

 

El pecado, por consiguiente, no es sólo un impedimento para la salvación en el más allá; es una realidad histórica que es ruptura con Dios, porque es quiebra de su plan, dañando la comunión y el amor entre los hombres. El más allá no es la "verdadera vida" desconectada de la historia humana, sino que es la trasformación y la realización plena de la vida presente. El impacto absoluto de la salvación, lejos de desvalorizar este mundo, le da su auténtico sentido y consistencia propia. Merece la pena vivir una vida que no sólo es apasionante sino que nos aboca a una plenitud total de sí misma trasformada por el esfuerzo del hombre fecundado por el don gratuito de Dios.

 

La liberación

 

Estos presupuestos del Vaticano II han obligado a muchos antiguos movimientos apostólicos a resituarse y a cambiar sus idearios. Los que no han sido capaces de hacerlo han perdido toda su significación pastoral y languidecen envejecidos. Entre los que han brotado después del Concilio, hay dos que tienen como núcleo central de su experiencia la palabra liberación: la Teología de la liberación y la Renovación carismática. Yo me he sentido muy sensibilizado y cercano a ambas corrientes y la verdad es que, desde hace años, he sospechado que las dos han nacido de una intuición básica común. Son como dos hermanas, pero con temperamentos y costumbres tan diversas que, aparentemente, no tienen nada en común. Sin embargo, es necesario clarificar este tema. Es necesario, sobre todo, porque en países de lengua y cultura española ambas corrientes no se entienden y en vez de ayudarse se hacen daño.

 

El primer punto en que coinciden es en el rechazo, por parte de ambas, de los modelos de cristiandad que describimos más arriba. Las dos tienen fuerza y actualidad porque han asumido, asimilado e incluso rebasado los contenidos de la Gaudium el Spes: el hombre se salva, se santifica, se hace bueno en confrontación con sus deberes seculares en la familia, en el trabajo, en las relaciones humanas. Ahí se juega también su relación con Dios. No hay dos historias, una sagrada y otra profana. Sólo hay una historia que comenzó con Adán y se cerrará con el último hombre. El Evangelio y la Iglesia están al servicio de esa historia. La Iglesia es como la sal en la sopa o el fermento en la masa o la luz en las tinieblas. No se trata de que toda la sopa se trasforme en sal, sino que esté sabrosa y bien condimentada.

 

Todo esto está claro en referencia a la Teología de la liberación; pero en relación con la Renovación carismática hay gente que no lo ve. Hay muchos que piensan que la Renovación tiene una actitud preconciliar, que ha nacido para reeditar en nuestros días los modelos de cristiandad con un tipo de piedad afectada, evasiva, lejos de la realidad. Hay personas que piensan que la Renovación es un refugio de sentimentalismos y de alienaciones, en los que se separan la fe y la vida, la oración y el compromiso. Hay que aceptar que cuando no se vive la Renovación en serio puede dar esa impresión. Toda la alegría y alabanza carismática, si no naciera de una experiencia liberadora sería una grotesca y triste mascarada. Pero si nace de una experiencia liberadora y sanadora, como así es, el poder que haya dentro de ella está luchando contra las esclavitudes reales en las que se halla inmerso el hombre de hoy.

 

Una segunda cosa en la que ambas corrientes coinciden es en el concepto de liberación. Ambas aceptan que la liberación en Jesucristo es el verdadero sentido de la vida y de la historia. Se trata de crear un hombre nuevo y un mundo nuevo. La historia repetirá, de una forma o de otra, el modelo de la muerte y resurrección de Jesucristo. Toda ella pasará por un bautismo liberador, que es un sumergirse en la muerte, para que sea trasformada gratuitamente en unos cielos nuevos y en una tierra nueva ya sin relación al pecado y a la esclavitud.

 

Una cristología "desde abajo".

 

Sin embargo, siendo realistas, aunque estas dos tendencias puedan llegar a encontrarse y a completarse, hoy por hoy en muchos de sus aspectos aparecen muy distanciadas. La liberación a la que hace referencia la Teología de la liberación, parece muchas veces no superar los límites de lo puramente social. Da la impresión de que la muerte de Cristo no fue más que un acontecimiento político derivado de sus posturas de enfrentamiento social. Esta teología pone en el centro de su seguimiento y reflexión al Jesús histórico, el que vivió, luchó y murió entre los hombres, subrayando siempre su aspecto conflictivo contra los poderes de este mundo y en defensa del pobre, del débil y del explotado.

 

La legitimación de estas posturas por parte de la Teología de la liberación viene dada por el convencimiento de que sólo es posible acceder a una mayor y mejor comprensión del Cristo resucitado, del Cristo de la fe, si se hace la predicación y la praxis del Jesús histórico y, a partir de la actualización de esa praxis, en su seguimiento. Podemos llegar a descubrir al Resucitado en la medida que sigamos e imitemos al Jesús que pasó por nuestras condiciones históricas. La muerte de Jesús y su resurrección, en algunos países de pobrezas extremas, no pueden ser reflexionadas y vividas al margen de las situaciones de muerte y de las esperanzas que generan las luchas liberadoras de los pobres. Esto no entraña la negación de la gratuidad ni de los contenidos de resurrección de la fe cristiana sino que es una simple postura metódica.

 

A pesar de lo incompleto de estos planteamientos la insistencia de esta Teología en las situaciones de opresión y de esclavitud y su afán liberador merecen un voto de confianza. El pecado social y estructural es un hecho muy real, lo mismo que las opresiones que genera. Algún tipo de militancia contra esas situaciones no debe ser ajeno a la praxis cristiana. Siendo conscientes, claro está, de que ciertas cosas tienen que estar mejor formuladas y de que hay problemas a medio resolver como el del análisis marxista de la sociedad y la violencia que genera, lo mismo que el problema de la gratuidad del Reino de Dios que es lo más específico de la salvación cristiana. Otro reto con el que tiene que encararse la Teología de la liberación es el de la formulación de una espiritualidad en la que el hombre se encuentre consigo mismo en Dios, descubra su presencia amorosa y sienta la necesidad de celebrarlo.

 

Una cristología "desde arriba".

 

Al contrario de todo esto que acabamos de decir la Renovación carismática nace como una experiencia de fe. Desde arriba. Generalmente en el "bautismo" o efusión del Espíritu se recibe un algo que unas veces es más sensible que otras, pero que cuando es verdadero cambia la vida de la persona que lo ha recibido. Se puede hablar de un pentecostés, es decir, de una iluminación, de una conversión, de una trasformación.

 

Uno no sabe en qué lugar de la conciencia humana se ha hecho presente esa acción del Espíritu, pero se experimenta como absolutamente real. Además es sorprendente. Nadie se la espera. Si no viniera como una unción amorosa produciría miedo, pues estamos acostumbrados a controlar de una forma o de otra, por la razón o por los sentidos, las sorpresas que nos llegan en la vida. Pero ésta es distinta.

 

Esta experiencia, guiada por la Palabra de Dios y el discernimiento de la comunidad, reconoce pronto los contenidos con los que está habitada. La primera referencia es a Jesús, el resucitado. Jesús vive, es el primer grito de alegría de los Apóstoles y de la persona que se encuentra un día con la fe cristiana. Ahí empieza el proceso de fe normal del que nos hablan los Hechos de los Apóstoles y que se repite en cada comunidad cristiana carismática que se vaya formando. Este proceso tiene como pasos el anuncio, el "bautismo" y la formación de la comunidad.

 

Experiencia liberadora.

 

Esta vivencia siempre es liberadora o, con un término más clásico, salvadora. Por eso, tal vez el segundo grito del que ha sido sorprendido por la irrupción de la fe es el de Jesús salva, es Salvador. Y es que la acción del Espíritu viene a un ser concreto, a una persona concreta sometida a todos los condicionamientos de la historia. Como toda persona humana, ésta de que hablamos está sometida a toda clase de esclavitudes, de opresiones, de pecados. Ha buscado al Señor desde su pobreza real, la que le hace sufrir, la que experimenta como un mal, la que le disminuye como hombre. Estas pobrezas a veces son personales, otras familiares, otras sociales. La salvación siempre es histórica. No viene a un hombre intemporal o irreal.

 

La persona que se siente salvada es un pobre, un necesitado. Lo primero que piensa al recibir esta gracia no es en la posible solución de sus problemas económicos, familiares o sociales. En el hombre hay otras pobrezas más profundas que todas éstas. La primera de ellas es la propia pobreza de ser hombre. Es esa condición nativa de desvalimiento, de impotencia, de soledad metafísica. Por eso en la Renovación nadie se avergüenza de traducir esta salvación primera en términos de amor y decir: Dios me ama, Él está conmigo. Él está, es real. Dios es amor, dice San Juan. Cualquier salvación que no venga con amor no es apreciada ni valorada.

 

Me contaba una misionera seglar que después de hablar a unos campesinos en Guatemala defendiendo sus derechos, quiso tomar y acariciar a un niñito que estaba en los brazos de su madre, pero ésta no se lo permitió. Le llegó al alma este desaire. A los pocos días en una eucaristía la mujer, arrepentida, vino de lejos a darle la paz. Le preguntó la misionera: ¿Por qué no me dejaste el niño? Porque me pareció que aunque nos defendías no nos querías.

 

Jesús es el Señor.

 

Esta es la expresión y la experiencia que define más hondamente a la Renovación carismática: el señorío de Jesús sobre todas las cosas. La experiencia liberadora del Espíritu aquí cobra toda su plenitud. Esta frase: "Jesús es el Señor", no es un eslogan o una expresión puramente contemplativa. No nos ha sido trasmitida como un título emblemático o nobiliario, como un adorno que decora la personalidad de Jesús, a la que hay que rendir pleitesía o adoración. Es un principio activo o, como diríamos en terminología de hoy, es una frase revolucionaria.

 

Por eso, la Renovación carismática no se nos presenta como un lugar apacible o una verde y jugosa pradera donde el alma se va a recrear placenteramente. Es cierto que se experimentan las profundas alegrías de la salvación, que van a ser expresadas y celebradas con cantos, aplausos y alabanzas, cosas todas ellas que no sólo son expresiones de liberación sino que son liberadoras en sí mismas, pero a la larga va a resultar un proceso de salvación que no en todos los momentos será fácil reconocerlo como liberador.

 

Para que Jesús sea verdaderamente el Señor tiene que hacerse el Señor. La condición humana, la historia del hombre, ha estado, y lo está aún en gran parte, sometida a otros señores. Estos no son salvadores sino dominadores, explotadores y han multiplicado el delito por el mundo entero. No sólo el ser humano se encuentra profundamente herido en sí mismo sino también en su contexto social. Es cierto que existe el pecado estructural, es cierto que hay estructuras opresoras que no solamente ahogan la libertad sino que oprimen y roban al hombre. La Iglesia, y la Renovación en ella, al hacerse servidoras de nuestro mundo y de nuestra historia, saben muy bien que la realidad está minada por el pecado y que generalmente no es neutral sino beligerante contra la debilidad y la inocencia. Jesús, el que vivió como hombre, estuvo siempre de parte del pobre y del débil, como una parábola de lo que constituiría su reino una vez resucitado.

 

En este sentido, también la Renovación hace su opción preferencial por el pobre, porque es el que más sufre el peso de la historia y por otra parte es el que más cerca está del Reino de Dios. Sosteniendo y amando al pobre se hace una dura denuncia sobre todas sus condiciones de explotación y, desde ahí, el cristianismo nos ha regalado una cultura de gran respeto por la persona humana.

 

La Renovación, precisamente porque se alimenta del señorío de Jesús resucitado, vive esta actitud de lucha. Una cosa sí que tiene clara y en ese error no quiere caer: que el único Salvador es Jesucristo; que los hombres no salvamos nada, aunque lográramos cambiar todas las estructuras; que las cosas necesitan una sanación profunda que sólo puede venir de arriba. Se trata nada menos que de crear un hombre nuevo y un mundo nuevo y esto sólo Dios lo puede hacer. El hombre tiene la capacidad de inventar, es decir, de encontrar cosas que ya están ahí y con ello fabricarse una civilización y una técnica, pero no es capaz de amarse un poquito más y el amor es el centro del hombre y del mundo nuevo.

 

El sacramento de la liberación.

 

Para nuestro gozo tenemos un sacramento, es decir, un signo o símbolo eficaz que produce lo que significa. Es la Eucaristía. Ella realiza el señorío de Jesús sobre el mundo entero y es a través de ella como se hace efectiva la fuerza de aquella palabra del Resucitado: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt. 28,18).

 

Cuando alguien comulga el cuerpo de Cristo en la eucaristía se está comiendo la vida eterna. "Lo mismo que yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mí, y yo le resucitaré el último día" (Jn. 6,57). Pero la vida eterna ya comienza en este mundo. Todas las cosas de este mundo deben de estar impregnadas y atravesadas de eternidad para que sean auténticas. Sólo comiendo a Jesucristo se da la gracia sanante que hace nuevo todo lo herido y descompuesto de este mundo. El mundo nuevo y la novedad de un mundo distinto y fraterno nace de la Eucaristía, que es el sacramento de la vida restaurada. Por eso, es también el sacramento de la liberación y por eso nos damos la paz al recibirlo. Ninguna otra metodología puede llegar a la hondura y verdad de este signo eficaz de Dios.

 

Sin embargo, a muchas personas les puede parecer banal, o incluso algo peor que eso, invocar la eucaristía cuando se habla de un compromiso de trasformación del mundo, abrumado por pobrezas tan sangrantes. ¡Hemos oído tantas eucaristías y el mundo no parece haber cambiado en absoluto! ¿No será más eficaz el análisis marxista, con su lucha de clases y su apelación a la violencia cuando resulte imprescindible? ¿No hay métodos más expeditivos para implantar la justicia y la igualdad en el mundo?

 

Esta es la tentación del hombre que ha dado origen a todas las guerras, las cuales, en vez de eliminar el pecado del mundo, lo han hecho más patente y más sangrante. Quizá llegue un día en que el hombre se convenza de la inutilidad de su agresivo fariseísmo. Hay un fariseísmo de las observancias y otro de las obras. Ambos coinciden en pretender la salvación desde sí mismos. Marx apostaba por cambiar las estructuras para que cambie el corazón del hombre; Cristo, sin embargo, quería cambiar el corazón del hombre para que cambiasen las estructuras, pues de él nacen todos los malos pensamientos, incluso los que crean las estructuras de opresión y de injusticia.

 

También considero muy fariseo el argumento de que estando ya ahí las estructuras de injusticia, si no se toma partido contra ellas es como ponerse a su favor, porque se favorece el statu quo. Cierto, la Renovación está contra ellas. No es un problema de toma de posición, es un problema de método. Es ahí donde verdaderamente se puede discrepar. En todo caso, la Renovación prefiere beber el poder sanador y transformador de la realidad en la fuente de la eucaristía. No se avergüenza de esta aparente debilidad e inutilidad de la cruz de Cristo. Ella es el memorial de la muerte de Cristo, sacramento de todas las muertes que el hombre tiene que sufrir para sanar y liberar al mundo; y por lo mismo la proclamación de una resurrección poderosa a la cual, en un proceso histórico, tal vez muy largo, está convocada, con el compromiso humano, toda la realidad de la historia del hombre.

 

Al corazón de la realidad.

 

Pero aún hay que decir más. Nadie de los que estamos en la Renovación tenemos la sensación de que la gracia y el don de Dios experimentado nos haya sacado de nuestra realidad y de nuestros compromisos naturales. El don de Dios es tan puro y tan sutil que llega, te inunda y te desborda de tal forma que sientes tu personalidad renovada, pero todas las condiciones existenciales en las que tú habitas siguen siendo las mismas. Esta venida de Dios te deja con tu forma de pensar, los problemas con tu mujer siguen estando ahí, te sigue cayendo mal el gobierno y el que te parecía tonto te lo sigue pareciendo.

 

Sin embargo, esta neutralidad del don de Dios es sólo aparente. La conversión no ha consistido en cambiarte tus cosas sino en recibir su Espíritu, que ha derramado el amor en tu corazón. No hay nada tan comunicativo como el amor. La esencia de todo compromiso cristiano o está en el amor o no hay compromiso cristiano. Este amor lo primero que hace es cambiarte a ti. Te saca de la espiral de las violencias y del círculo infernal de la competencia y del odio que gira alrededor de cada yo humano, autónomo por el pecado original. Te hace hermano de la creación entera y entonces puedes ir derramando por el mundo esa paz que es sólo el preludio de todos los demás frutos del Espíritu.

 

De esta forma Dios quiere llegar al corazón de los hombres, de las relaciones sociales y de los sufrimientos e injusticias que azotan la realidad del hombre. Te utiliza a ti como vehículo y profeta, y a tu comunidad y a tu iglesia. Ese amor a veces es violento como una denuncia, otras tierno como una caricia. En ocasiones te mantendrá impedido en una silla de ruedas y a otros los llevará al martirio.

 

El compromiso en la Renovación está en dejarte usar y utilizar por el Espíritu. Ahí se unen la oración y el compromiso, lo natural y lo sobrenatural. El Señor te juntará con otros y se hará una comunidad, en primer lugar celebrativa, en segundo lugar de crecimiento y, en tercer lugar, según los carismas que Él derrame, también de compromiso social. Y aunque esto último no se lleve a cabo de una manera especializada, el amor de Dios potenciado por la comunidad te llevará a cumplir con los compromisos naturales de madre de familia, de sacerdote o de obrero de la construcción a plenitud. No hay que olvidar nunca que los pobres son de Jesucristo, no tuyos, por lo que el ansia de abordar ciertos compromisos tiene siempre que estar discernida. Lo importante es estar bien orientados y no utilizar ni manipular las realidades terrenas con fines religiosos bastardos, sino colaborar siempre en el plan de la creación con respeto y dedicación. Al que le toque vivir en un contexto social de duras desigualdades y pobrezas extremas, si es sincero y se deja usar, seguro que el Espíritu lo llevará a iniciar auténticas acciones de liberación o a colaborar desde el Evangelio con las que otros hayan iniciado.

 

El gozo de la sanación.

 

Todo el afán, pues, del compromiso cristiano consiste en ser colaboradores de la obra de salvación de Jesucristo. Se trata de crear un hombre nuevo, una sociedad nueva, una nueva humanidad. La experiencia que tenemos es que esta obra no entra dentro de las posibilidades del hombre. Éste puede crear bellas civilizaciones y técnicas supersofisticadas, pero no puede llegar al corazón del hombre, que sigue siendo el viejo, el de siempre, el que busca lo suyo y es egoísta, avasallador e insincero. Nunca como en el siglo XX ha habido más desigualdades, más odio e indiferencia, y nunca se han desatado resentimientos raciales y tribales que parecían ya superados, con prepotencias inauditas y exterminio sin piedad de otras razas y otros pueblos. ¿Ha fracasado el proyecto hombre?

 

El que por medio de la Renovación carismática ha recibido la experiencia del don de Dios se niega a aceptar este pesimismo. Al contrario, se ha llenado de coraje interior, de afán de lucha, de confianza en la tarea. Funciona dentro de él un bello don de fortaleza.

 

Muchas veces me he admirado leyendo las obras del gran teólogo Tomás de Aquino del aprecio que tenía a la gracia que él llama sanante. Según Santo Tomás, la naturaleza humana no está totalmente destruida por el pecado, pero sí seriamente herida. Necesita una restauración, necesita una sanación. Pues bien, el sentir de la gran teología de la Iglesia lo recoge la Renovación carismática en una amplia praxis de sanación, con el fin de colaborar en la creación de un hombre nuevo. Un hombre sanado y restaurado por la gracia. "El que está en Cristo es una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo" (II Cor. 5,17).

 

Hay cosas que jamás deberían de ser banalizadas. En la Renovación hay un peligro evidente de hacerlo con el tema de la sanación. En vez de buscar un hombre nuevo en Cristo, lo que nos interesa es que el viejo sea curado. Entonces se monta un gran tinglado de sanación sin pasar por la cruz de Cristo. ¿Es éste el Cristo de la Renovación? La Palabra de Dios no transige con el hombre viejo: "Esta generación malvada y adúltera pide una señal pero no se le dará otra que la del profeta Jonás" (Mt 12,39). Lo mismo que frivolizamos a Jesucristo diciendo de él que es un guerrillero, así pasa cuando le hacemos un curandero o milagrero.

 

Las dimensiones de la sanación.

 

El peligro de frivolizar y pervertir el tema de la sanación está ahí, y en él caemos cada día. En muchos lugares se montan auténticos espectáculos cuyos contenidos semimágicos van ocupando el núcleo central de la praxis de la Renovación. Poco a poco la alabanza, el testimonio, la oración comunitaria, la acogida de los demás van perdiendo sentido y se abandonan. Todo es sanación. Todo es ejercicio de carismas. Al final los dones y carismas no nos dejan llegar a Jesucristo y a su cruz salvadora, con lo que hemos extraviado la verdadera perspectiva y caemos en la manipulación de lo más sagrado.

 

Sin embargo, estas denuncias, que son necesarias, no invalidan el contenido precioso de sanación y salvación que tiene la Renovación carismática. Siempre en la línea de la evangelización, de la conversión, de la manifestación de la gloria de Dios. El hombre sometido a la dura experiencia del pecado y al peso de su propia naturaleza semidestruida necesita ser restaurado por el poder del señorío de Jesús. Necesita experimentar aquí en este mundo, en esta historia el poder salvador de Dios. Aquí la oración se hace compromiso salvador. Es el pecado personal el que se encuentra realmente en los cimientos de las estructuras sociales injustas. Es preciso trabajar sobre las raíces y el tronco más que sobre las ramas y las hojas si se quiere llegar al fondo de los problemas. Jesucristo envió a sus discípulos a predicar y a sanar para que se hiciera patente que el Reino de Dios ya actuaba en medio de nosotros.

 

Sanación en el espíritu.

 

El espíritu del hombre es como un territorio en el cual un ejército invasor ha tomado fuertes posiciones o como un campo de fútbol cuyo dueño es el equipo de casa. Ese dueño se llama Satanás, el príncipe de este mundo. En el momento del bautismo entra en ese campo el equipo de fuera y se entabla entre los dos una gran batalla. El espectador privilegiado es el propio hombre que mediante su inteligencia y su voluntad, que tienen una punta de espiritualidad, puede tomar partido por uno de los dos contendientes. Si se toma partido por Satanás, éste afianza sus posiciones. Si por el contrario apostamos por el Espíritu del bien, va a comenzar una ardua y dura tarea de desalojo de las posiciones del enemigo que tiene todo el campo minado.

 

Muchos hombres no son conscientes de su espíritu. Es una dimensión que la tienen atrofiada o, al menos, no suficientemente desarrollada. Y, sin embargo, ése es el campo donde se juega básicamente el bien y el mal del hombre. Estas personas no tienen experiencia de la gracia y, por consiguiente, tampoco del pecado que lo reducen a pura sicología. La razón en ellos usurpa todo el campo del espíritu. En mi experiencia pastoral de párroco he conocido rechazos a Dios, al Papa, a los sacerdotes o a la Iglesia, que son algo más que sicología. He conocido fuertes depresiones y rebeldías por la muerte de algún ser querido. Con el tiempo se curó la depresión, que es psicológica, y permaneció la rebeldía, que es espiritual. El pecado verdadero es espiritual aunque se cometa en la carne. "Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los espíritus del mal, dominadores de este mundo tenebroso"(Ef. 6,12). Cuando el Mal arraiga en un espíritu humano, el pecado original despliega toda su intensidad y ese hombre se llena de soberbias y de todos los demás vicios capitales y ahondan en él las raíces de todos los egoísmos y opresiones sin percatarse que está dominado por un poder superior a él. Por eso, en la línea de la evangelización, Jesús dio a sus discípulos poder para expulsar los demonios. En parte, también para eso la Iglesia ejerce sus sacramentos. La Renovación, que cree en ello, ora para que el hombre quede liberado del poder de ese espíritu maligno.

 

Sanación interior en la sicología.

 

Sobre su dimensión psicológica el hombre ya tiene más poder. Puede controlar sus pensamientos, sus emociones, sus sentimientos. Aunque la raíz del pecado nunca esté en un sentimiento o en un pensamiento, sin embargo, en ellos se encarna. Por eso es muy importante en el orden de la gracia tener una sicología sana, de tal forma que el mal y el demonio no tomen motivo de las heridas del hombre para engendrar actitudes espirituales de rechazo, de desprecio, de odio, de soberbia, etc. Orar, por lo tanto, para que se cure una depresión, un complejo, un resentimiento o cualquiera de las heridas que nos haya producido la vida no es curanderismo, sino que va en la línea espiritual de crear un hombre nuevo, para lo cual es necesario someter todas las parcelas de nuestro ser al señorío de Jesús.

 

Sin embargo, en este campo el hombre ya tiene, como hemos dicho, más dominio. Este dominio lo va ejerciendo con el progreso de la ciencia y los descubrimientos psicológicos. Sabemos que la gracia no destruye la naturaleza ni la sustituye. Dios respeta la ley de la creación que él mismo dio y la autonomía de cada una de las realidades temporales. Por eso, un psiquiatra carismático que en vez de aplicar las conclusiones de la ciencia, sólo hiciera oración por sus pacientes, haría muy mal. Lo mismo el enfermo psicológico que, en vez de acudir al médico, sólo le interesara la oración espiritual de sanación erraría la verdadera perspectiva. En caso de duda, un buen discernimiento siempre debe empezar por lo natural.

 

Sanación física en el cuerpo.

 

Siempre hay que tener en cuenta que una acción de Dios, sea por medio de una gracia ordinaria o de una extraordinaria, como puede ser un milagro, es para producir un bien espiritual. Los milagros, más que otra cosa, son signos que intentan introducirnos en una conversión hacia el Reino. Separar una sanación física de la actitud de conversión es vaciarla de su contenido más hondo y, por lo tanto, entrar en el camino de la superficialidad. La sanación va unida a la evangelización y a la Palabra de Dios. Hay una palabra muy fuerte del Señor cuando se frivolizan estos temas (Mt. 7,22).

 

La Renovación hace muy bien en intensificar su praxis de sanación física. Dos son las razones principales: en primer lugar, el hondo sufrimiento humano que hay a este nivel; y después, la manifestación de la gloria de Dios y la experiencia del Reino. Tenemos que pedir mucha fe para que proliferen los signos por doquier y el pueblo pobre sea consolado hondamente por una presencia de Dios tangible. Este tema está muy unido con la caridad hacia todas las situaciones de explotación y de esclavitud de los hombres, entre las cuales la enfermedad es una opresión emblemática.

 

Pero también en este campo la prioridad la tiene el tratamiento médico normal y la humilde obediencia, por parte del enfermo, a las leyes de la naturaleza y de la ciencia. La verdad y la salud, vengan de donde vengan, tienen su origen en el Espíritu Santo, dice Tomás de Aquino. Si pasamos por alto las leyes de la naturaleza descubiertas por la ciencia, no sólo despreciamos el plan de Dios sino que nos trasformamos en extraterrestres. No hay razón para invocar acciones sobrenaturales, cuando con un sencillo tratamiento natural se pueden conseguir los mismos efectos. Casos habrá en los que además de extremar los cuidados médicos, tengamos que acudir también al poder de Dios.

 

La Renovación y la acción revolucionaria.

 

Oí un día a una mujer zapatista del estado de Chiapas decir lo siguiente: "Nos podrán invadir, expulsar de nuestras casas, destruir nuestras cosechas... Nos podrán torturar, deportar e incluso asesinar, pero no nos vencerán. Esto no lo podrán conseguir porque de nuestra parte están la dignidad, la verdad y la justicia. Por eso amamos y defendemos a nuestro obispo y a nuestra Iglesia, porque nos han enseñado que tenemos una dignidad como personas humanas, que nos asiste la verdad pisoteada por tantos atropellos y que es lícito luchar por una justicia que se nos niega".

 

Yo creo que cuando un hombre o un pueblo ha asumido su dignidad como hijo de Dios, la verdad de su causa y la justicia de sus luchas, este pueblo es invencible. Estos son los valores que emergen espontáneamente en un hombre renovado, liberado, restaurado, evangelizado por la gracia sanadora de Dios. Estos valores son más revolucionarios que todos los ejércitos y las ideologías del mundo. Cualquier teología o praxis de oración que, a un pueblo oprimido y explotado no le revelara estas grandes verdades, sería un culto superfluo y evasivo. No actuaría el señorío de Jesucristo sobre esa realidad. Sólo una Renovación carismática degradada, caería en esa superfluidad y en ese escapismo. En este caso sería fácilmente manipulable y entraría a formar parte del entramado de la opresión y de la represión. Pero esto no nace de la verdadera entraña de una Renovación auténticamente evangélica.

 

Creo también que la acción de la teología o de la praxis espiritual debe quedarse ahí. La teología no tiene que encarar análisis sociales para una lucha "liberadora" concreta. No tiene ni siquiera que empujar a la lucha ni arbitrar medios para hacerlo. ¿No hemos quedado en que las realidades terrenas son autónomas? La teología debe expresar las grandes verdades y los grandes valores, sin invadir otros campos que no le corresponden. Serán otras instancias humanas las que realicen la lucha a través de sindicatos, partidos políticos o grupos más o menos radicales.

 

Escucha y autocrítica.

 

Alguien ha dicho que la Renovación es una flor delicada que hay que cuidarla con esmero. Es capaz de todo lo mejor pero también es sumamente vulnerable. "Corruptio optimi, pessima", decían los antiguos; que quiere decir: la corrupción de lo mejor, resulta lo peor. La tarea de creación de un hombre nuevo y renovado tal como lo aborda la Renovación es sumamente ardua y generará muchos rechazos. Es el rechazo a la gratuidad. Se la acusará de quietismo, de no colaborar lo suficiente, de insensibilidad a los problemas de la calle, de refugiarse en un gueto de sentimentalismo.

 

El garaje donde guardamos el coche de mi parroquia está en un sótano oscuro y profundo. Sólo se sale de allí por una larga y empinada rampa cerrada arriba, por un pesado portón. Para abrir ese portón es imprescindible dar un cuarto de vuelta con una llave. Siempre que lo hago y se abre el portón y veo la claridad del sol, me embarga la alegría de la luz y de la libertad. La gratuidad es cuestión de un cuarto de vuelta de llave. Sólo así podemos entrar en la dimensión del Espíritu, sintonizar la onda en la que se expresa y se revela el Señor y entender que la acogida de la gratuidad no es quietismo, sino que nos va a comprometer a subir por una empinada rampa. Sin ese cuarto de vuelta es cuando estamos verdaderamente quietos aunque nos parezca lo contrario; o lo que es peor estorbaremos a la auténtica obra de liberación. Sin él nunca saldremos de la oscuridad de nuestra mente, lo haremos todo desde nosotros mismos, nos cargaremos con pesados fardos y al final del camino nos encontraremos con un portón infranqueable que nos cierra, cualquier posible salida. Nosotros no podemos fabricar nuestra propia libertad, necesitamos que Alguien dé un cuarto de vuelta con una llave.

 

Sólo de esta forma podremos entrar en el misterio de la Renovación. Jesús prometió ese cuarto de vuelta a sus discípulos cuando les dijo pocos días antes de Pentecostés: "seréis bautizados en el Espíritu Santo" (Hch. 1,5). Al parecer, no basta con haber sido bautizados con agua. En el bautismo en el Espíritu comprendemos que hay cosas que sólo las puede hacer Dios y sólo a Él le pertenecen: Él es el Salvador, Él es el Creador del hombre nuevo y de la nueva humanidad, de los cielos y tierra nuevos. Aceptando en la acción estas premisas entramos en el juego de Dios guiados por el más grande amor. Por eso necesitamos la oración, la escucha. Con ellas conoceremos los planes de Dios y su voluntad en cada acontecimiento. Sabemos que a una confiada escucha, Él siempre se revelará y no caminaremos a oscuras. Sin ellas, sin la oración y la escucha, no puede darse ninguna praxis pastoral recta.

 

Sin embargo, también necesita la Renovación una sincera autocrítica interna y un dejarse interpelar por otras instancias externas. De esta forma no cristalizarán posibles actitudes desviadas. La autocrítica se hace imposible cuando se sacralizan ritos y doctrinas y se mitifican personas e ideales. Para nosotros el único es Jesucristo, y los ideales de bondad, verdad y belleza le pertenecen a Él y en Él hay que buscarlos, por lo que queda excluida cualquier actitud de prepotencia espiritual. ¿Qué tienes que no hayas recibido?

 

Muchas de las acusaciones mencionadas más arriba, o son verdad o pueden serlo en ocasiones. La gratuidad jamás puede producir quietismo, pero la ignorancia, los mitos o ciertas actitudes enquistadas, pueden pervertir hasta lo más limpio y desviar la praxis más recta. Sería ridículo que un estudiante carismático quisiera aprobar el curso sin haber estudiado, fiado únicamente en la gratuidad de Dios. Sería vano y absurdo experimentar un Espíritu que no nos llevara a tener los mismos sentimientos que tuvo Jesús, a tomar las mismas posturas que Él tomó. Haríamos muy mal en interiorizar e individualizar de tal forma la salvación que no llamáramos la atención ni inquietáramos a nadie. La verdad de Dios produce escándalo en las conciencias endurecidas y en las prácticas y estructuras que viven de oprimir y explotar al prójimo. Si Jesús sólo hubiera sufrido en su espíritu el dolor interior del pecado, sería redentor del pecado interior; pero viéndolo crucificado por unos poderes sociales, queda absolutamente claro que es también redentor de la sociedad y de la historia.

 

Asumir el riesgo histórico.

 

Por eso, me parece muy importante que la Renovación se mantenga y acepte cada vez más el riesgo y el compromiso del momento histórico. Sólo así será fecunda. De lo contrario, vivirá para sí misma, como una célula cancerosa y no contribuirá al bien común. La Renovación es Jesucristo y, si se abre verdaderamente al Espíritu, éste la irá ajustando cada vez más a su divino modelo.

 

Nada sucede sin el previo designio de Dios. Estoy convencido de que la Renovación nació en el momento oportuno, cuando se dio un determinado contexto social y teológico. Es impensable la Renovación en la Iglesia Católica antes del Vaticano II. Es impensable sin la Gaudium et Spes. La poderosa fuerza espiritual que habita en la Renovación, puesta al servicio de una teología mediocre, podía haber producido incontables males. ¡A qué excesos de interiorismo, de espiritualismo y de falso misticismo se hubiera llegado cuando, desde el sentir más o menos oficial, se predicaba la huida del mundo y el desprecio de las realidades terrenas!

 

Sin embargo, en este momento, esa poderosa fuerza espiritual puesta al servicio de la Iglesia y de la sociedad humana, no solamente sirve para una llamada de conversión interior y espiritual, sino también para una auténtica praxis de reconstrucción de la fe y de los valores que han constituido siempre el humus cristiano, entre ellos la promoción de lo cultural y de lo social. Este es el momento de inyectar en el mundo un poderoso influjo espiritual, que es el mayor servicio que se le puede hacer, para paliar la oscuridad del materialismo, generado por el espejismo de la técnica y de otros relumbres que ofuscan pero no salvan a nadie. La renovación, que está en todos los países del orbe y en todas las confesiones cristianas, tiene contenidos más que suficientes para hacer ese regalo a nuestro mundo.

 

7.- ESPIRITUALIDAD DE LA RENOVACIÓN

 

Decía en cierta ocasión la M. Teresa de Calcuta a sus monjas: "No penséis que hemos venido a esta congregación a servir a los enfermos. No, hemos venido para conocer a Jesucristo. Ése es el fin principal. Ahora bien, para conocer e identificarnos con Cristo, Dios ha querido que le sirvamos en los pobres y enfermos. Ésa es nuestra vocación y ése nuestro carisma específico".

 

El objetivo básico de todo cristiano es conocer a Jesucristo y de este modo descubrir y vivir la caridad. Cada uno lo hace por el camino que le señala su vocación. Lo mismo hay que decir de todo tipo de comunidad cristiana. Las órdenes religiosas, por ejemplo, las asociaciones o movimientos cristianos tienen como fin fundamental entrar en comunión con Jesús. Sin embargo, a cada uno de ellos el Espíritu le da una vocación o carisma particular que marca su camino para llegar a Cristo. ¿Cuál es el carisma de los Dominicos? Entrar en comunión con Cristo mediante la predicación y el estudio de la Palabra de Dios. ¿Cuál es el carisma de los Salesianos? Conocer a Jesucristo sirviéndole en la educación cristiana de la juventud. En esa vocación se especializan ellos de una manera plena y a ella dedican todos sus afanes.

 

La vocación y el carisma cristiano presuponen la fe en Cristo Jesús. Cada individuo recibe su llamada específica en un proceso de fe. El Señor para canalizar y profundizar la entrega de estas personas, haciéndolas más partícipes de la gracia de Jesucristo, las llama o, mejor dicho, les regala una determinada vocación y de esa forma se diversifican las tareas, funciones y ministerios de la Iglesia.

 

La llegada de los movimientos

 

El siglo XX va a ser recordado en la historia como el siglo de los grandes movimientos cristianos. Otras épocas han conocido también diversas manifestaciones similares, pero los del siglo XX parecen señalar la entrada en una nueva era de la Iglesia. Estos movimientos conservan la finalidad básica del afán cristiano que nos lleva a Jesucristo y enfatizan, por consiguiente, la vivencia de una fe que crece y se desarrolla en comunidad mediante la caridad. Se diferencian de las órdenes y congregaciones religiosas, desde el punto de vista que nos interesa aquí, en que estos grandes grupos o movimientos están constituidos, en gran parte, por personas que son laicos. Este hecho crea y requiere una dinámica nueva, y presupone una teología de la perfección muy distinta de la que hubo en otras épocas.

 

Todos estos movimientos seglares que han florecido en el siglo XX han sido constituidos también alrededor de un carisma o intención fundamental. A veces es de tendencia contemplativa como el carisma de Taizé, pueblito francés cerca de Cluny, adonde llegó Roger Schutz y fundó una comunidad de monjes en 1944 en la que año tras año se reúnen miles de jóvenes para una búsqueda ecuménica de la unidad, resaltando básicamente lo que nos une y no lo que nos separa, como suele él decir a la comunidad. Otras veces los carismas de estos movimientos vienen definidos por diversas tendencias de tipo pastoral. Toda esta gran movida espiritual dentro del cristianismo presupone, como elemento indeclinable, la fe de los participantes, que va a ser cultivada, acrecentada y culminada con su pertenencia al movimiento. A la vez, claro está, ejercen una auténtica labor de evangelización en personas alejadas por la irradiación de su vivencia comunitaria, sus trabajos y su garra testimonial.

 

Diversidad de movimientos

 

Los movimientos que nacieron a principios de siglo están marcados por el estilo y la calidad de fe que se vivía en aquellos momentos. Algunos de ellos conservan aún ciertos aspectos que les asemejan, en parte, a las órdenes religiosas. Con el paso del tiempo han ido evolucionando con características y estructuras tan novedosas que no están contempladas en el ordenamiento jurídico de la Iglesia y no caben en el Derecho canónico, ni siquiera en el último que ha entrado en vigor en este mismo pontificado de Juan Pablo II. Hay aquí una novedad del Espíritu, ajena a toda previsión y programación humana que, poco a poco, irá siendo asumida por la Iglesia a todos los niveles.

 

En el primer tercio del siglo XX, con los albores de la mentalidad de la "Nueva Cristiandad" surgió la Acción católica, que participaba de su misma intuición pastoral. Se trataba de prolongar, mediante los laicos, el apostolado de la jerarquía, buscando conquistar y evangelizar ambientes hasta entonces muy descuidados por la Iglesia. El Vaticano II puso en grave crisis a todos los grupos que participaban de esta perspectiva pastoral. Actualmente, los que sobreviven, están tratando de resituarse.

 

Por aquellos mismos años apareció la Legión de María, fundada el año 1921 en Dublín por Frank Duff, funcionario del ministerio de hacienda. El fin es "la santificación de sus miembros por la oración y por una cooperación activa en la obra de María". Se dedicará a la salvación de los más abandonados entre la población Algo más tarde, por los años cuarenta, fueron fundadas en Madrid por D. Abundio García Román las Hermandades del Trabajo, que son una organización apostólica y social para promocionar el mundo del trabajo.

 

Más cercanos a nuestros días han visto la luz otros movimientos de gran influencia social y religiosa y que destacan fuertemente en su labor pastoral y evangelizadora, al menos en nuestros ambientes latinos. Entre ellos podemos citar a Los Focolares, cuyo origen se remonta a 1943. Hijos de la sensibilidad femenina y de la inspiración espiritual de Chiara Lubich. Desean vivir el evangelio desde la perspectiva de la unidad, a la cual quieren llegar por medio de un amor oblativo que acoge a los demás como son. Comunión y Liberación, nacido en 1954 por inspiración del sacerdote Luigi Giussani, es un movimiento italiano, como el anterior, fundado para insertarse de una manera viva y militante en el campo estudiantil mediante una vivencia fuerte de Jesucristo en comunidad. Finalmente los Cursillos de cristiandad promovidos por Monseñor Hervás, obispo de Mallorca, D. Eduardo Bonín, D. Sebastián Gallán y un grupo de jovenes, nacieron con la intención de formar grupos de cristianos que fomentaran cristianamente los ambientes. Su origen se remonta al año 1949 pero han logrado mantener un principio de actualidad vivo por haber encontrando un amplio hueco pastoral, prolongando de alguna manera la experiencia de las Misiones populares. Desarrollan tendencias más abiertas en la línea de la evangelización. No se dirigen a un público especializado ni subrayan algún aspecto del mensaje sino que se acercan mucho a una predicación libre y kerigmática, con las consiguientes experiencias de conversión e iluminación.

 

El Camino neocatecumenal

 

Entre los movimientos surgidos a raíz del Vaticano II y que recogen, por tanto, en su inspiración inicial toda la fuerza renovadora de los documentos conciliares, el más antiguo dentro de la Iglesia Católica es el de los llamados Neocatecumenales.

 

Este Camino se inició en Madrid en 1964 entre los chabolistas de Palomeras altas. Allí Kiko Argüello y Carmen Hernández fueron llamados por el Señor a vivir su cristianismo en medio de los pobres. Ellos mismos se vieron sorprendidos cuando su experiencia y su predicación comenzó a concretarse en una auténtica síntesis catequética. Tres fueron las piedras angulares de este edificio espiritual: una palabra poderosa (kerigma) que se hizo carne en la gente pobre pero abierta para acogerla; una comunidad que surgió al conjuro de esta palabra de salvación; y una liturgia en la que se celebraba todo ello. Este trípode va a ser también la base del posterior desarrollo de este movimiento evangelizador y renovador.

 

Punto de partida

 

El otro gran movimiento surgido del Vaticano II es la Renovación carismática. Nació en 1967. Tampoco se identifica a sí mismo como movimiento y la palabra no le pega bien cuando trata de autodefinirse. Sin embargo, hay que ser sencillos y realistas. ¿Es la Renovación un movimiento? Yo diría: en cuanto al impulso renovador es un movimiento; en cuanto a los contenidos a renovar no lo es sino más bien es la Iglesia en movimiento. Lo que la Renovación trata de renovar es toda la vida cristiana, pero enfatizando lo más básico que es el propio bautismo y sus consecuencias más directas.

 

He oído con frecuencia a muchos superiores religiosos quejarse de que sus súbditos asistan a los grupos carismáticos. En algunos conventos de monjas la Renovación se está viviendo como en catacumbas, de una manera clandestina y con complejo de persecución. La prohibición de orar al estilo carismático y de asistir a los grupos, a veces, es radical. El argumento es el de la doble pertenencia o doble espiritualidad. "¿No tenemos ya nuestro carisma, nuestra espiritualidad, nuestro camino propio?"

 

Podemos conceder que por motivos de disciplina, de horarios, de ocupaciones no sea factible una presencia de ciertos religiosos en los grupos carismáticos. Ese es un problema cuya solución no nos pertenece. Lo que deja entrever un desconocimiento hondo del tema, rozando a veces la frivolidad, es el de la doble espiritualidad. La Renovación no se pone nunca en contradicción con ningún carisma, porque su campo de acción es anterior a la división de todos los carismas. Va a incidir en lo que es común a todo cristiano, es decir, en el Bautismo y, en general, en el terreno de la iniciación cristiana. "Con el agua de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el Bautismo y la Eucaristía se ponen los cimientos de la Iglesia" (San Juan Crisóstomo, catequesis 3, 13-19).

 

La Renovación carismática va a radicalizar el proceso de iniciación cristiana hasta el punto de rozar al propio Bautismo. Todos los ministerios, todos los carismas que originan las diversas órdenes religiosas, todos los movimientos que han existido hasta ahora en la Iglesia presuponen dos cosas: la fe y el Bautismo. La Renovación carismática, sin embargo, aceptando sin discusión la teología clásica del Bautismo, invita en línea pastoral a todos sus miembros a ser rebautizados en el Espíritu, para que se engendren en ellos auténticos contenidos de fe viva y operante. El asombro se produce cuando se pueden contar por decenas de millones las personas que a lo largo y ancho del mundo pueden testificar que este método funciona y es tremendamente eficaz. No sólo eso, sino que marca un antes y un después en la vida espiritual de los que lo reciben. Ninguna persona que entre en la Renovación persevera más allá de unos meses si no ha sentido en su propio ser esa iluminación que es la característica clásica del Bautismo cristiano. El asombro, como es claro, no se refiere al método ni al rito, por otra parte sencillísimo, sino al designio por el que Dios ha querido unir una gracia tan sorprendente y tan intensa de iluminación a esta sencilla ceremonia.

 

El bautismo en el Espíritu

 

Los discípulos, antes de la muerte de Cristo, ya eran cristianos, ya habían sido bautizados en agua, ya eran discípulos de Jesús. Sin embargo, el escándalo de la pasión les encontró sin fuerzas, sin capacidad de resistencia y huyeron todos como unos cobardes. Jesús, después de resucitado, les dice: "No os ausentéis de Jerusalén. Esperad aquí la promesa del Padre. Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra" (Hch. 1,4-8). A pesar, pues, de estar con Jesús y haber vivido tres años juntos, los discípulos necesitaron un pentecostés que los hizo nuevos.

 

La Renovación recoge estos datos y los hace actuales. También en el mundo de hoy hay multitud de personas que siguen a Cristo, que han sido bautizadas y confirmadas, que se glorían incluso de esa fe, pero que no se manifiestan en ellas los frutos de ningún pentecostés. Su vida cristiana es cansina, sin signos, guiada por la razón, incapaz de testimoniar, sin auténticos dones del Espíritu. Sin darse cuenta caen en la práctica de una religiosidad natural que aquieta sus conciencias hasta donde puede, pero no les produce una relación personal con Cristo ni les da la "parrexía" para confesarle en todo momento y dejar que Él guíe sus vidas.

 

La Renovación, por tanto, es un precioso recinto donde Jesús vuelve a insinuar actualmente a todos los que le quieran escuchar: descubran ahí la Promesa del Padre. Dejen que los inunde el don de Dios. Reciban mi Espíritu que los iluminará. Por eso, el Señor realiza en ella esa efusión poderosa, tan sorprendente para todos los que la han experimentado y que constituye el punto de partida de toda la espiritualidad de la Renovación.

 

Es importante estar dentro de la Palabra de Dios y de la tradición de la Iglesia, pero fuera de esto no hay que caer en la tentación moderna de teorizar siempre la experiencia. Al contrario, hay que apurarla hasta el fondo y dejar que las nuevas vivencias nos inunden. De esta forma se darán auténticas conversiones, cambios de vida, florecimiento de carismas. Hoy día se necesita renovar más la experiencia que el conocimiento. En realidad son las experiencias nuevas las que conmueven y pueden arrastrar al mundo.

 

Pentecostés

 

La experiencia carismática se inicia con un pentecostés. Es pentecostal. Pentecostés es una irrupción, no una siembra. No es el fin de un catecumenado sino el principio de un proceso o vida nueva. Estamos acostumbrados a que la gracia se siembre en lo humano y vaya germinando poco a poco. Un pentecostés, sin embargo, es sorpresa, es gratuidad total, es lo inesperado. En él, el Espíritu toma la iniciativa y, aunque estés en oración, pidiéndolo, te encuentra desprevenido.

 

Por eso, la experiencia pentecostal está abierta a todos: a los pobres, pecadores, impreparados, despistados, analfabetos y, de una manera especial, a los niños, es decir, los que no rechazan la presencia del Señor. Muchas de las personas que acceden "por casualidad" a los grupos antes de conocer la doctrina cristiana, antes de un comportamiento moral, sin haber practicado nunca los sacramentos ni conocido la Iglesia se encuentran invadidos por una experiencia religiosa. ¿Qué es esto? ¿Qué me pasa? se preguntan. Es el Espíritu que viene a los pobres y quiere reconstruir en ellos un largo camino. Desde esa experiencia descubrirán a Jesús, la fraternidad, la oración y la Eucaristía. Los pobres hoy, para llegar a Jesús, se encuentran con demasiadas doctrinas, documentos, reflexiones, teologías, puntos de vista sobre la persona de Jesús, sin poder descubrir a Jesús en persona. Se ahogan en esa maraña. Si escapan de esos lazos les esperan multitud de ritos, de liturgias, de ceremonias, bajo los cuales tampoco vislumbran la fraternidad. Y si se sortea todo esto, se puede encontrar uno con un entramado de burocracia, de papeleo y de oficialidad donde se hace difícil descubrir la caridad.

 

El Espíritu lo quiere hacer todo mucho más sencillo. Por eso se inicia con una experiencia religiosa que se expresa básicamente con una palabra: amor. Dios me ama. Esta es la vivencia básica del cristianismo. Si eso no existe sobra todo lo demás. Ahí uno descubre que Dios no se ha separado de los pobres, que puede haber un pentecostés para los drogaditos, para los sidosos, para los analfabetos y para todos los impreparados. A estas personas les es difícil descubrir a Jesús desde la teología actual, desde el lenguaje y el rito oficial. Por ello Jesús, como en Palestina, se les hace el encontradizo. El Espíritu ha venido en ayuda de la nueva evangelización. Cuando se está a punto de perder el enganche espiritual con los pobres sucede el vuelco. Los pobres son de nuevo evangelizados. Los últimos se colocan los primeros.

 

Jesús vive

 

Para entender en profundidad el evangelio debería empezar a leerse siempre desde los capítulos que hablan de la resurrección de Jesús. Si a Cristo no se le vive y se le entiende resucitado el resto del evangelio sirve para poco. Jesús sería un hombre interesante, pero no nuestro salvador. Aún más: el evangelio tomado desde otra perspectiva nos haría daño por inhumano. Sus exigencias serían destructoras, dada la debilidad natural del hombre. "Occideret" es la palabra que usa Tomás de Aquino. La letra del evangelio nos mataría.

 

La espiritualidad de la Renovación enfatiza fuertemente la vivencia de un Jesús vivo y resucitado. No precisamente como una frase teórica sino como una experiencia personal y comunitaria. La fuerte experiencia religiosa pentecostal que se recibe con el "bautismo en el Espíritu" hace referencia inmediata a Jesús el resucitado que mediante su Espíritu nos ha tocado. Con ello se produce la alegría de la Pascua de resurrección. De un solo golpe se descubren dos cosas fundamentales: la fe y su contenido básico. Esta alegría impregna todas las manifestaciones de un grupo carismático.

 

La gratuidad es total en esta experiencia. En efecto, la adhesión a Jesús, en este caso, no es un acto natural, sino efecto de la fe. Ningún hombre lo puede hacer, por más esfuerzos y maña que se dé. Es de otro orden, es otra dimensión. Sólo el Espíritu Santo lo puede hacer. Por eso, una experiencia viva y fuerte de esto significa entrar en una dimensión donde los dones van a dejarse sentir con profusión. Parece imposible esto, dado que en la espiritualidad siempre ha habido que recorrer un fatigoso camino para alcanzar la actuación de los dones. Sin embargo, éste es un dato cierto en la Renovación y si se minimiza se pone en peligro el grupo, que pronto deviene una simple reunión de devoción. Los dones del Espíritu sirven para facilitarnos y hacer sencillo el descubrimiento de un Jesús vivo, haciéndolo presente en todo el discurrir de nuestros actos. La Renovación es una prueba de que los dones del Espíritu generan un cristianismo que debería ser normal, el de todos los cristianos bautizados. Por desgracia, hoy, el nivel de la normalidad en la vida cristiana está sumamente rebajado hasta puntos en los que apenas aparece ni la presencia ni la necesidad del Espíritu Santo.

 

Jesús es el Señor

 

En la Renovación hay, pues, una revalorización de lo sobrenatural, tan domesticado por la razón en estos tiempos. Siempre que el Espíritu empieza a ser protagonista se abren anchas perspectivas en la vida cristiana. La fuerza y el poder de lo sobrenatural se hacen presentes. El Espíritu se hace verdaderamente nuestro pedagogo para llevarnos a Jesús, en el que se encierran todos los tesoros con los que el Padre ha querido bendecir a los hombres.

 

Dentro de la espiritualidad de la Renovación carismática, hay un punto que es necesario destacar: todo es gratis, pero al precio de la sangre de Cristo. Por eso, el hombre tiene que pasar por el bautismo y optar por Jesucristo. Esta opción incluye un largo proceso de purificación o sanación que se llama obediencia de la fe y que se inicia cuando la gracia te lleva a someter tu vida al señorío de Jesús. De esta forma, el poder del Resucitado y Señor desalojará de nosotros el dominio de todos los demás señores. Es una acción liberadora, pero en ella se van a sentir conmovidos los cimientos del propio yo. El sometimiento de tu vida al poder del señorío de Jesús va a constituir el inicio del proceso de la santificación de cada persona.

 

En nosotros, los bautizados, normalmente el Espíritu está dentro. Pero el hombre viejo ahoga las manifestaciones de ese Espíritu, o bien por el pecado, o bien por una serie de complejos, bloqueos, resentimientos y racionalismos. Entonces no se nota, no hay vida, no hay santidad. Actuamos más por nuestros propios principios humanos que por la fuerza del Espíritu. Cuando sometemos este hombre viejo al poder de la Resurrección va siendo evangelizado o sanado por parcelas y entonces vivimos con la continua sensación de estar caminando. Hoy se te ilumina una parcela de tu vida, mañana otra. De esta forma se vive con la sensación de que alguien está sanando y guiando tu vida. Me decía hace poco una chica joven que el Espíritu funciona en ella al estilo de un microchip. ¿Qué es eso?, le pregunté. "Un microchip, me dijo, es la unidad mínima de conducción con el máximo de información. En un cabellito superfino puede almacenarse toda la información de la biblioteca nacional de Madrid. Lo único, que el Espíritu se ahorra hasta el cabellito, viene directo. Cuando más descuidada estoy recibo un máximo de información sobre un punto que me deja parada".

 

La Renovación es una gran escuela y puede producir verdaderos frutos de santidad. Como es de una gratuidad tan fuerte y tan sorprendente es necesario que haya auténticos maestros y dirigentes verdaderamente experimentados, atentos al Espíritu, pero también con el coraje de abordar caminos distintos y transitar por sendas nuevas. Muchos de los esquemas, clichés y conclusiones definitivas de la espiritualidad tradicional tienen que ser seriamente revisados desde esta nueva experiencia que, al fin, no es más que una renovación, pero tan poderosa que parece todo nuevo.

 

Más de cien lámparas.

 

Hasta hace poco, mi parroquia estaba iluminada por un antiguo y antiestético sistema eléctrico. No estábamos a oscuras pero no había alegría ni luminosidad. Ahora nos hemos decidido a cambiar ese viejo sistema. Nos han puesto uno nuevo, no mucho más estético pero esplendente, con unos potentes focos halógenos, indirectos, que resaltan hasta los últimos rincones del templo. El técnico nos decía: "Ustedes no tienen actualmente ni cuarenta lámparas, es necesario pasar a más de cien".

 

Yo creo que la Renovación es un sistema espiritual nuevo que puede iluminar a la Iglesia con más de cien lámparas, para que vaya pareciendo otra. Y lo puede hacer porque ha vuelto a conectar con las fuentes verdaderas donde se produce la energía espiritual. La vida cristiana o es pascual o no sirve para nada. Como hemos visto, la Renovación no nos ahorra ni la kénosis, ni la cruz, ni la obediencia, pero las ilumina con la luz pascual del señorío de Jesús. De esta forma comprendemos que todo tiene que pasar por la muerte para ser vencido y resucitado, pero todos estos temas vistos con los potentes focos halógenos de la Resurrección parecen otros temas. Tus pesos, por los que estás sufriendo ahora y que tal vez te están destrozando y degradando como persona, han sido ya pasados por la cruz de Cristo y sanados en su Resurrección. El Espíritu Santo te hará conectar con este circuito para que experimentes, que aunque tengas que pasar tu cruz y morir tu muerte, en Jesucristo ya son gloriosas, con más de cien lámparas. Respetando la hondura del dolor humano y sus plazos de asimilación, si la tristeza permanece en ti inconmovible, es que no has conectado verdaderamente con la Pascua de Cristo. Sigues medio a oscuras. En el cristianismo la dicha siempre es más honda que la pena.

 

De esta forma comprendemos la actitud festiva de la espiritualidad carismática que, por otra parte, despista a muchas personas. Algunos piensan que los carismáticos son unos frívolos y superficiales, que se juntan por un simple instinto gregario y se pasan el tiempo haciendo globitos. A veces he pensado que en las cosas del Señor casi siempre se cumple aquello de "para que viendo no vean y oyendo no entiendan" (Mt. 13,13). El cristianismo siempre tendrá un tinte de infancia porque "de los que son como ellos es el Reino de los cielos" (Mc. 10,14). Pero si te dejas guiar por el Espíritu, descubrirás en tu propia historia toda la tragedia que ha significado el pecado del hombre, condensada en el rostro del Cristo crucificado, muerto y lívido, pero en el que sigue brillando la esperanza.

 

La alegría de la gratuidad

 

Un compañero me decía un día semi en broma: "tú, Chus, has sabido elegir bien. Como el trabajo y el esfuerzo no te apasionan gran cosa, te has cubierto con eso de la gratuidad y ahí eres feliz. No sé si todos los carismáticos son iguales, pero la ventaja que llevan es que se la pasan muy bien... en grande". Yo traté de aclararle un poco el tema, quise decirle que la gratuidad es el camino más duro que puede escoger un ser humano, pero ya no me escuchaba.

 

Este es otro de los contenidos básicos en la espiritualidad carismática. En ocasiones me he gozado en percibir la Renovación como si fuera un zumo destilado directamente de la Carta a los Gálatas: "Oh insensatos gálatas - decía Pablo a aquellas comunidades de Galacia que comenzaban a dejar de ser carismáticas - ¿quién os ha embrujado? Sólo quiero que me respondáis a una cuestión: ¿recibisteis el Espíritu por las obras que habéis hecho o por la fe sencilla en la Palabra?" (Gál. 3,1). A Pablo se le rompía el alma cuando aquellos paganos, hijos de la gratuidad, no pudiendo soportarla por mucho tiempo y azuzados por el incordio de unos judíos semiconvertidos, empezaban a sentir la necesidad de justificarse por las propias obras "santificadas" por la Ley.

 

La gratuidad es una flor delicada, muy difícil de conservar. La culpabilidad humana nos inclina pronto a la auto justificación. Es imposible aguantar en fe, en confianza, en espera larga. Ni Abrahán fue capaz de hacerlo: la espera se le hizo tan larga que, por si había entendido mal la promesa de Dios, tuvo un hijo con una esclava. El ser humano se destroza en la espera de la fe. El que aguanta queda purificado del todo, pues su yo deja de existir. Entonces ya no vive él, es otro quien vive en él.

 

Dios nos ha dotado a los hombres de poderes y facultades, tanto en el cuerpo como en el alma, que tenemos que desarrollar. En el terreno humano nadie va a hacer por ti lo que tú no hagas. Hay que fortalecer el yo, educar la inteligencia, ejercitar la voluntad. Es necesario entrenar el cuerpo, trabajar y esforzarse al máximo. De ello dependerá tu personalidad, tu progreso y tu éxito. En este terreno no hay gratuidad sino esfuerzo, previsión e inteligencia. De ello va a depender la cultura y la civilización humanas.

 

El problema se presenta cuando trasladamos estas prácticas humanas al campo del Reino de Dios. Todas las religiones naturales se basan en el esfuerzo y la expiación. Tendemos a hacer propicio a Dios, a ganárnoslo para nuestra causa. La gratuidad, por el contrario, se da cuando es Dios el que toma la iniciativa, cuando nos ama siendo enemigos, cuando nos salva sin haber hecho méritos. Al hombre le es casi imposible aceptar esta perspectiva. Quiere salvarse por sí mismo, por sus buenas obras; quiere su justicia, no la que viene de Dios. El hombre es capaz de cargarse con cualquier peso, asumir toda clase de exigencias con tal de experimentar la "buena conciencia" del esfuerzo realizado. Pero entonces dirá Pablo: "si somos buenos por nuestras propias obras, ¿qué necesidad tenemos de Jesucristo?" (Gál. 5,2).

 

La gratuidad significa entrar en ocasiones en una confianza total de que Dios te va a ayudar en los más pequeños detalles, va a colocar a tu lado las personas que necesites, te va a guiar por los pasos que tú desconoces. "Pero eso es temeridad", me decía un día una mujer. ¿Sabe usted, señora, le respondí, lo que es el don de piedad? Gratuidad es un estilo de vida, la forma de vivir del hombre nuevo. La Renovación quiere vivir la gratuidad al máximo. Pero esto es un don, una gracia. El que no lo tiene ni lo entiende siquiera. Piensa que es un asunto de vividores y superficiales. Sin embargo, es algo tan impactante que te obliga a responder no a una exigencia sino a un amor, a una predilección. En uno de los momentos en los que yo vivía con dureza el rechazo a trabajar en una Parroquia donde los superiores me destinaron, oí en mi interior con la claridad del Espíritu las siguientes palabras: "¿No eres capaz de compartir conmigo el peso de esta gente? Para mí es fácil elegir a otro. Tú verás". Este reproche me colocó en órbita. Yo creía que era yo el que llevaba el peso de las tareas. No me daba cuenta que era un predilecto al poder trabajar en la viña del Señor.

 

Toda renovación tiene que volver a las fuentes de la gratuidad o, si no, será un nuevo moralismo por muy moderno que aparezca. Sólo en la gratuidad Dios es Dios. Sólo por ella el hombre entra de nuevo en el paraíso por los caminos de la obediencia. Esto significa que el hombre renuncia a su autonomía, que vuelve a aceptar el árbol como límite. A cambio, se abre al conocimiento y a la amistad con Dios y puede conversar con Él desnudo, acompañado por su mujer, también desnuda, todas las tardes a la hora de la brisa.

 

El don de la fraternidad

 

Convivir es, en lo humano, la forma superior de vida. La comunidad de fe es una gracia que dimana directamente de Pentecostés. No es un hecho natural, ni una conquista histórica, ni un producto cultural. Los hombres no nacemos hermanos. Cada uno nace sometido al duro peso del pecado que nos divide en razas, colores, lenguas, culturas, sexos, nacionalidades e intereses. Sólo el Espíritu, sin borrar las diferencias, nos hace hermanos y nos revela nuestra hermandad en Jesucristo. Entra en nosotros un principio superior de comunicación y, de esa forma, nace el fruto más bello de la Pascua, que es la caridad. Esto no es un simple amor de atracción o instintivo, hunde sus raíces en el acontecimiento pentecostal. Es fruto del Espíritu.

 

Sin embargo, la caridad es amor. No se puede ejercer desde la prepotencia, sino desde la pobreza. El mismo Jesús tuvo que rebajarse, hacerse hombre y cargar con todos nuestros agobios para que entendiéramos su amor. Nada nos hace tan humildes como el amor. Amar es

Decirle a otra persona: te quiero, te necesito, no puedo vivir sin ti. En este acto se pierde toda arrogancia y uno se hace humilde. Lo mismo sucede en comunidad: la caridad que procede de arriba te llevará un día a decirle a tus hermanos: los quiero, los necesito, no puedo vivir ni morir sin hermanos.

 

Por eso, el amor mutuo es la prueba que hemos recibido el Espíritu Santo. Sin olvidar que la caridad es algo más que una frase y que exige un largo proceso de crecimiento. Cuando el Señor derrama con el Espíritu el don de la fe en una persona, la empuja, la convoca necesariamente a la comunidad. No puede dejarla sola, pues la fe sólo crece y se alimenta en comunidad. La fe sin la amistad, sin el compartir, sin la comunidad, se ahoga en sí misma y el que la posee se hace un excéntrico que va hablando solo por las calles. La fe sin comunidad nunca será más que una ideología por falta de caridad.

 

En la Renovación, el don de la fe pascual se cultiva con mimo, pues lo primero que te proporciona es una comunidad donde puedas vivirla. De ahí que la Renovación se estructure en grupos. En ellos acaece lo que nos cuentan los Hechos: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión y a la fracción del pan que partían por las casas. Tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón y alababan a Dios"(Hch. 2,42 ss).

 

Es que la caridad y el amor mutuo se sacan del altar donde se parte el pan, pues es allí donde se celebra el misterio del amor. En la eucaristía Jesucristo resucitado nos da el pan que alimenta nuestra comunión mutua. Recuerdo muy bien el día que yo entendí en el Espíritu esta gran verdad. Escuchaba una misa en italiano. En un momento dado el sacerdote hizo alusión a que Jesucristo resucitado estaba presente y actuaba allí. La palabra "risorto" se me grabó a fuego en el alma. En la espiritualidad carismática el Resucitado no sólo preside y realiza la eucaristía, sino que cada uno de los actos y reuniones quedan impregnados de un perfume de vida y resurrección.

 

La alabanza

 

"Alababan a Dios"... Uno de los elementos más populares y característicos que definen la espiritualidad de la Renovación es la alabanza. Esta es un don pascual. Nace del descubrimiento de que Jesús vive y te ama. Por eso una asamblea en la que todos participan de esa misma vivencia no puede expresarse de otra forma que con una alabanza fuerte y ruidosa. Aquí hay algo más que una devoción: son vidas cambiadas que han dado un vuelco cualitativo, las que gritan la alegría de esa novedad.

 

Los gritos, los gestos, los abrazos, el clamor de un campo de fútbol cuando mete un gol el equipo de casa son una buena parábola para entender este misterio. Los que no son aficionados no participan del entusiasmo y, a lo mejor, hasta se ríen. Los aficionados, en cambio, están profundamente motivados y gritan un alborozo digno de mejor causa. Y eso que un gol no soluciona ninguno de los problemas radicales de esos devotos aficionados. Una vez salidos de ese encanto, de esa magia y alienación, se encuentran de bruces con la dura realidad de la vida. Sufren y gozan con su equipo y, de esta forma, sienten sensación de vida.

 

La motivación para tales gestos en la Renovación es real. Nace del alma. Si fuera un simple contagio duraría nada. La experiencia del Espíritu es, casi siempre, sorprendentemente fuerte. Y, sobre todo, personal. Sientes que has sido elegido y amado tú. Entonces la alabanza es una respuesta que suele variar según la idiosincrasia de cada país o de cada individuo, pero que se expresa con los gestos típicos de la alegría humana: aleluyas, gritos, canciones, brazos en alto, danza, abrazos. Cada uno reacciona según lo que tenga adentro. En un mundo tan inhibido como el nuestro y con una teología tan bloqueante y racional como la que se sirve al uso, estos gestos no encajan. "Para orar no hace falta tanto alboroto"...dicen algunos. "Depende al Dios que lo hagas y la motivación que tengas"... contestan otros.

 

Me espanto de la libertad que Dios me da, decía Santa Teresa. Los hombres proyectamos la imagen de Dios según lo que hay en nuestro corazón. De ahí que, a veces, le hacemos duro, castrante, rígido, airado. Le hacemos aliado de nuestras ideas, cómplice de nuestros asesinatos, aval de nuestras frustraciones. Muchas cosas de éstas se las trasmitimos a los demás como dogmas. Pero Dios es un ser inefable. Nadie ha visto su rostro. El único que ha respetado a Dios, hablando de Él, ha sido Jesucristo. Todos los demás hablamos de nuestro Dios. Cada atributo que le asignamos nace, en gran medida, de una proyección. Si decimos que a Dios le gusta el orden, es nuestro orden; si le agrada la dignidad, es mi idea de dignidad. Tal vez no podamos hacer otra cosa porque somos muy limitados; pero lo que es aberrante es descalificar a los demás.

 

Dios es un ser muy libre y en Él caben todo tipo de manifestaciones. Por eso, cuando sientes la oración de alabanza como una liberación te das cuenta lo verdadera que es. Sólo cuando te haces libre conoces lo inhibido que estabas antes. Somos nosotros los que nos recortamos mil libertades, los que nos cargamos de exigencias y los que nos creamos multitud de tabúes. La alabanza en la Renovación es liberadora, ensancha el corazón y da rienda suelta a sentimientos siempre coartados por la estrechez de los ritualismos.

 

Oración y contemplación

 

La Renovación se alimenta de oración. Las reuniones y los grupos se llaman de oración y en ellos se celebra en comunidad el amor de Dios. Un amor manifestado en la resurrección de Cristo que se nos ha hecho vivo y personal por el Espíritu del mismo resucitado. Pero además de estas oraciones comunitarias, el carismático necesita orar privadamente en casa, de camino, en el autobús, en miles de ocasiones. Más que oración de petición es de gratuidad, de reconocimiento y acción de gracias. Brota de la necesidad de ir conociendo un poco más del Señor, de saborear algo más de Jesucristo, de hacer más honda y vital su experiencia. Es difícil que no brote la chispa de la oración donde hay varios carismáticos reunidos. Es como una forma de ser, un estilo de vida. Hasta las conversaciones se alimentan del Señor y de lo que Él va haciendo en cada una de las vidas.

 

Desde fuera podría parecer beatería. Pero no existe tal cosa porque el carismático no lleva una doble vida, no hay afectación ni cultivo de las apariencias. El carismático ora culminando cada uno de los acontecimientos de la vida. Goza profundamente de las cosas, de la vida, del amor, de la diversión, de la naturaleza, de la amistad y del compartir. Del Señor es la tierra y toda su plenitud. Todo lo vive como don y por eso le brota la alabanza. Se siente hijo de Dios al cual le pertenecen por herencia todas las cosas. No siente la necesidad de conquistarse un sitio en la casa basándose en méritos y esfuerzos sino que vive del asombro de las riquezas de su Señor y Salvador.

 

Desde esa actitud vital a la contemplación no hay más que un paso. Un paso hondo y difícil que ha de preparar el corazón para ser despojado. La contemplación exige un despojo y despegue, pero no maniqueos. La contemplación es una experiencia espiritual en la que una vez despojada el alma de los apegos y protagonismo de las cosas se hace apta para que Dios hable en ella. El agente y guía de la contemplación es el Espíritu Santo y el contenido es Jesucristo a través del cual se nos manifiesta la Trinidad. Es un acto de amor sublime manifestado en parábolas de amor humano. Es el Cantar de los Cantares.

 

La Renovación está llamada a culminar su experiencia religiosa en una auténtica contemplación. Es auténtica cuando alcanza el corazón de Dios sin alienarse de la realidad del mundo y de los hombres. Conocer a Dios es también compartir con Él el amor con el que ha creado todas las cosas. En estas alturas los dones del Espíritu Santo soplan en plena libertad de eficacia y fecundidad, entre ellos el don de piedad que introduce a las criaturas en la casa y familia de Dios.

 

El pecado

 

Es otro de los temas que cobra un lugar nuevo dentro de la Renovación en el Espíritu. En la conciencia de casi todos nosotros se debaten actualmente dos esquemas o formas de concebir la moral y, por lo tanto, el pecado, que nos tienen bastante confusos. Siempre es difícil llegar a una claridad pacificada en este tema porque éste es uno de los campos donde más marcas y heridas nos ha dejado la formación y los tabúes de las épocas y personas que han intervenido en ella. La Renovación ha nacido para volcarse en el hombre actual y es importante librarle de ciertos fantasmas que pueden frenar su labor de presentar a nuestro mundo y a nuestra gente una imagen renovada de Dios, de su verdad y de sus exigencias. A esos dos esquemas podríamos llamarlos del culto y de la caridad.

 

El culto.

 

La moral que nace de aquí quiere llegar a Dios a través del culto. La bondad y la salvación se consiguen básicamente por medio de una religiosidad cultual. Históricamente es una religiosidad de tipo sacerdotal, ligada al templo y a determinadas prácticas y leyes. Hace una distinción tajante entre lo sagrado y lo profano. El pecado más grave que se puede cometer en esta perspectiva es el de impureza, es decir, el que te impide participar en el culto y, por lo tanto, relacionarte y estar a bien con Dios. Hay acciones puras e impuras, pensamientos puros e impuros, personas puras e impuras.

 

Otro de los rasgos de esta moral es la preferencia de la ley sobre la conciencia personal. Funciona con legalismos rígidos que señalan los distintos grados de impureza. La fidelidad y el deber pasan por una sumisión y obediencia estricta a este entramado de leyes. Para conseguirlo es necesario una dura ascesis, fuerza de voluntad, dominio de todas las tendencias. De esta forma, esta moral se trasforma en una carga penosa para sus devotos, pero tiene la contrapartida de que crea un orden, cada uno tiene claro a lo que debe atenerse y tranquiliza la conciencia, pues para los casos de trasgresión existen determinados ritos purificadores. No es de un talante muy positivo sino que más bien las formulaciones de los preceptos son negativas, siendo básicos los tabúes, la afirmación constante de lo prohibido, de lo intocable, de lo que mancha y contamina.

 

Muchas de las personas que superamos el medio siglo hemos recibido de lleno el impacto de este tipo de pensamiento. Cada uno lo ha vivido como ha podido pero la mayoría lo hemos considerado como un camino moral, único e intocable. Ahora, sin embargo, vemos con asombro y algunos con escándalo, que muchos jóvenes, incluso los que quieren ser buenos cristianos, pasan de muchas cosas de la moral que antes se consideraban intocables. No les importa demasiado perder la misa y espaciar o no recibir otros sacramentos, no hacen aprecio del templo y de las devociones tradicionales y, lo que es para muchos más escandalizante, el sexto mandamiento no es primordial en su sentido del pecado.

 

La caridad.

 

¿Caminan hacia alguna parte estas nuevas tendencias? Comenzamos por admitir que hoy existe un tremendo permisivismo y relativismo moral, si bien éste no es el asunto que nos ocupa aquí. ¿Se vislumbra algo de bueno en esta anarquía moral? Yo creo que sí. Poco a poco va emergiendo una moral con nuevas bases, de tipo menos cultual y más profético, con fuerte arraigo también en la Palabra de Dios. Los profetas siempre clamaron por una nueva moral: "¿Qué me importan vuestros sacrificios? Estoy harto de vuestros holocaustos y de la sangre que me ofrecéis. No sigáis trayendo oblación y culto vano" (Is. 1,11-13). Jesús recalca este reproche con otra fuerte afirmación: "Quiero misericordia y no sacrificios" (Mt. 9,13).

 

En la moral profética siempre es fundamental la visión comunitaria. Dios no requiere primordialmente lo puro o impuro sino lo justo o injusto. Por lo tanto, la moralidad se refiere, sobre todo, a la vida y a las relaciones entre los miembros de la comunidad. El pecado no es, por consiguiente, una simple impureza que impide participar en el culto, sino una rotura de comunión entre los hombres que pone en peligro la caridad y la vida en comunidad. La reparación del pecado no pasa, pues, por el campo ritual primariamente, sino por un rehacer las relaciones rotas y reparar las injusticias cometidas.

 

En esta perspectiva la ley pierde parte de su rigidez sustantiva y adquiere un valor simplemente instrumental. La fuerza moral no está en ella sino en la experiencia del don, de la alianza y la comunión. Y ahondando un poco más llegamos a la experiencia cristiana de la libertad en el Espíritu que, en ocasiones, hace prácticamente innecesaria la ley, pues la dimensión del amor ha sustantivado todo el comportamiento.

 

Esta es una moral de formulaciones positivas y de convicción personal. Es una moral que no tiende a adquirir méritos salvíficos sino que descubre la acción de gracias. En ella, por lo tanto, la conciencia individual, sobre todo cuando está actuada por la gracia, cobra un valor supremo.

 

La síntesis de la Renovación

 

Un día me confiaba un joven: "fui a una discoteca y salí con una chica. No llegamos a todo pero hubo cosas entre nosotros. Me siento degradado en mi persona y en la persona de ella, porque no tenía intención de continuar nada, no hubo cariño, no hubo respeto, sólo pura pasión. No me basta el pensar que ella tuviera los mismos sentimientos y que por lo tanto no quedara frustrada".

 

Siempre que hay una renovación profética se mueve el eje del respeto y pasa de las acciones o cosas sacralizadas a las personas. Todas las renovaciones realizan ese ajuste. En este sentido Jesucristo fue total. La Renovación carismática nace de un pentecostés cuyo contenido básico es la experiencia de Jesús resucitado. De ahí brota el Espíritu que es el que configura el comportamiento normal del que ha tenido esa experiencia. Éste no deriva, en este caso, de las exigencias sociales, de la ley natural o del respeto a la naturaleza. Ningún joven carismático guarda actualmente la castidad por consideraciones sociales o filosóficas, ni siquiera éticas, sino por la Palabra de Dios y la fuerza del Espíritu. En el afán racionalizador de los últimos siglos hemos rebajado las virtudes a niveles demasiado humanos y las hemos desacreditado. Es necesario hacer de nuevo que las virtudes vuelvan a ser cristianas, no simplemente éticas o naturales.

 

Tal vez el problema más grave de la moral actual está en borrar los perfiles de las cosas. Todo da casi igual. De este modo se diluyen las convicciones y queda minada cualquier capacidad de entrega a una causa noble. La Renovación reivindica la sobrenaturalidad del cristianismo. El comportamiento cristiano consiste en "impetrar de Dios una conciencia pura por la resurrección de Jesucristo" (I Pe. 3,21). San Pedro era iletrado y no sabía de éticas ni de leyes naturales, pero conocía bien de donde manaba la fuerza para ser mártir, para dar testimonio y, en general, para ser cristiano. La perspectiva moral de la Renovación tiene que ir en esa dirección: enganchar de nuevo, autentificar el comportamiento cristiano en sus raíces primigenias. También aquí es importante que surjan auténticos maestros. Sería ridículo que la Renovación respondiera a un pentecostés experimentado con una fuerte alabanza y acción de gracias y, sin embargo, su moralidad estuviera comandada por viejas normas cultuales e, incluso, por otras de tipo profético pero de corte veterotestamentario. Aún sería peor, claro está, si la fundáramos en consideraciones basadas en una ética puramente natural, como tanto se hace hoy, con el consiguiente desconcierto ante la diversidad de concepciones sobre la naturaleza. No, nuestro comportamiento tiene que nacer de un corazón nuevo recibido del Espíritu de la resurrección.

 

En este sentido la Renovación hace una síntesis muy bella y crea un tipo de hombre libre y desembarazado de viejos tabúes pero, a la vez, respetuoso y entregado a un auténtico culto "en espíritu y en verdad" del Dios que nos ha amado hasta el extremo en Jesucristo. De esta manera, centra su moral en la comunidad, no sólo con un respeto distante sino con un verdadero amor oblativo por cada una de las personas. La altura de una virtud y la gravedad de un pecado siempre se medirá, siguiendo la tradición tomista, por su acercamiento o alejamiento de la caridad. De ahí que la Renovación esté capacitada para asumir las tendencias juveniles más arriba citadas, dándoles verdadera luz, raíz y fundamento cristiano. Todo esto, claro está, sin despreciar la ley y sus fuentes naturales y reveladas, pero colocándolas en su sitio.

 

El juicio del mundo

 

Además de todo esto la Renovación tiene muchas más cosas que decirnos sobre el pecado. He leído, no sé dónde, que en cierto lugar había un párroco que descuidaba más de la cuenta la limpieza de su iglesia. Entonces habló con una buena mujer, ya entrada en años, pidiéndole que le hiciera de sacristana y ama de casa. Se fue a vivir con él. Los ocho primeros días limpió tanto que logró que la casa de Dios brillara como el locutorio de un convento. Pero el cura empezó a inquietarse cuando, al poco tiempo, le obligó a él mismo a quitarse los zapatos para entrar en casa. El día entero se lo pasaba persiguiendo con saña la menor señal de polvo. Si por ella fuera no dejaría entrar a nadie en la iglesia para que Dios estuviera en un lugar limpio. No había manera de serenarla. Al final tuvo que meterse en la cama con un ataque de reumatismo articular. Las rabietas e impotencia de la pobre vieja al ver desde la cama que el polvo seguía cubriendo todo fue tal, que terminó por fallarle el corazón al sentirse totalmente derrotada. "Su equivocación, comentaba el cura después del entierro, no estuvo en combatir la suciedad, sino en querer eliminarla, como si tal cosa fuera posible. Una parroquia se pone a veces forzosamente sucia y lo mismo la cristiandad entera. ¡Cuántas paladas de basura sacarán los ángeles el día del juicio de los más santos monasterios!".

 

En la Renovación se combate el pecado pero no con una actitud de esa buena señora. La justificación que nos ha traído la resurrección de Jesucristo nos ha capacitado para no ser unos fanáticos ni unos fundamentalistas ni seres que quieren eliminar el pecado. Al contrario, la Pascua dota a todo verdadero cristiano de un corazón de perdón y misericordia. Eso significa que tenemos que convivir con la debilidad, aceptar la pobreza sin traumarse y suspender un juicio que no nos pertenece. No sólo la debilidad de los demás sino también la propia. Sólo donde existe aceptación de la pobreza pueden brotar las bellas plantas de la misericordia, del perdón y de la gratuidad. La espiritualidad de la Renovación rechaza de plano ese perfeccionismo de algunos que desearían que no hubiera hombres para que el mundo fuera más limpio, más puro y ecológico.

 

El mundo se vuelve limpio no eliminando a los hombres sino salvándolos, como hace Jesucristo. Y esta salvación, por parte de Jesús, ha consistido en clavar en su cruz el mal del mundo y los pecados de la humanidad. Por lo tanto, si ha asumido toda esta miseria el juicio del mundo le pertenece a Él, no a nosotros que somos los reos. Cualquier consideración, pues, del pecado del mundo y de los hombres fuera de la cruz de Cristo es bastarda. Él lo ha comprado esto a gran precio, nada menos que al precio de su propia sangre. "Cuando yo sea levantado a lo alto, atraeré a todos hacia mí" (Jn. 12,32). Desde esa altura, desde esa atalaya mira la Renovación el pecado de este mundo.

 

Misericordia de uno mismo

 

No tenemos derecho ni de juzgarnos a nosotros mismos porque lo hacemos sin amor y nos hacemos daño. La persona se salva en Dios, no en sí misma. También nuestros pecados le pertenecen al Señor. Para creerse esto y poder vivir esta libertad interior, hay que ir conociendo el corazón de Jesucristo, hay que asombrarse del exceso de amor gratuito con que Él nos ama y hay que asumir que Él perdona sin condiciones.

 

Yo vi muy claro esto un día. Después de haber sido acosado en la parroquia por los mendigos que acudían uno tras otro con duras exigencias, al final estallé y con uno tuve una fuerte discusión. Comprendí que me había pasado e incluso dado mal ejemplo a otras personas que lo presenciaron. Me culpabilicé y lo estaba pasando mal. De repente sentí como en un microchip que me informaba el Señor: "Hay cosas que te sobrepasan y que tú nunca las podrás hacer bien. La pobreza de los demás siempre te superará. Eres así de pobre pero confía en mí". En ese momento me entró una gran compasión y tuve misericordia de mí mismo. Me hizo bien, me desculpabilizó. Comprendí que tenía que entregarle mi comportamiento a Cristo. Me sentí liberado de mi propia bondad y justicia. Y como todo esto sucedió junto a un bar, entré a tomar un vaso de vino para celebrarlo.

 

"Habéis sido llamados a la libertad, pero no toméis pretexto de esa libertad para satisfacer las apetencias de la carne" (Gál. 5,13). Si alguno hiciera esto estaría fuera de lugar. No se trata de eso. Se trata de reconocer la total gratuidad de Dios en Jesucristo. Se trata de conocer y gozarse del inmenso e inabarcable corazón del Señor. En definitiva, se trata de asombrarse y sacarle todo el provecho al excesivo amor de Dios. Se trata de superar radicalmente los planteamientos del hijo mayor de la parábola, que no entendió la gratuidad del corazón de su Padre. La fe consiste en vivir a costa de Jesucristo.

 

El peso del pecado

 

Al hablar del pecado no nos referimos a ésos de personas endurecidas que conscientemente niegan a Dios, se alejan de su Iglesia o rechazan con plena clarividencia a otra persona, negándoles expresamente su caridad. Este es el pecado contra el Espíritu Santo, cuyo juicio sólo a Dios pertenece. Hablamos de esos pecados de debilidad que asaltan continuamente aún a los que no quieren de ninguna manera separarse de Dios. Estos pecados no sólo existen sino que Dios permite muchas veces que hagan en nosotros un largo recorrido y nos veamos agobiados y dominados por ellos. El estipendio del pecado es la muerte y, en parte, nos viene bien experimentar el peso de nuestra condición pecadora. "Ha sido conveniente a lo largo de la historia de la salvación, dice Tomás de Aquino, que Dios permitiera al hombre caer en pecado, para que experimentando su debilidad, reconociera la necesidad de la gracia" (I-II, 106,3c).

 

Yo, a veces, en la dirección espiritual, cuando alguna persona busca obsesivamente confesarse para librarse de un pecado, le digo: "espera unos días, aguanta el peso de tu pecado". Y es que, en realidad, eres tú el que te condenas, no Dios. Tú necesitas sacarlo fuera de ti, buscas un acto de purificación, te confías a tus propósitos aun a sabiendas del poco valor que tienen. No hay gratuidad en este querer salir del pecado. Por eso, aguanta su peso, el Señor te está queriendo ahí donde tú te rechazas. En el agobio de la culpabilidad tú piensas: tiene que haber alguien que pueda entender mi corazón hasta el fondo. Pues bien, ése es Jesucristo y aquellos que reciben ese don. Te entiende hasta el fondo, a pesar del juego poco limpio de tu corazón.

 

Pero lo más impresionante es que Jesús no te juzga porque ya ha sido juzgado Él por tu pecado. Sólo quiere que lo entiendas para que, reconociéndolo, sientas sobre ti su amor, que te hará bueno. "En esto ha llegado el amor a su plenitud en nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio". "El amor perfecto expulsa todo temor" (I Jn. 4,17 y 18). San Pablo en una comprensión sublime de todas estas cosas nos dice: "Ante esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros ¿quién estará en contra? Si Dios no perdonó a su propio hijo sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va dar con Él gratuitamente todas las cosas?" (Rom. 8,31).

 

No nos pertenece el juicio

 

Yo agradezco mucho que la Renovación nos haya facilitado el acceder a la comprensión y a la vivencia de unos contenidos tan espirituales y, por otra parte, tan consoladores. No es lo corriente ni en la Iglesia ni en el mundo actual, donde la culpabilidad consciente o larvada corroe tantas actitudes, como si Jesucristo no hubiera muerto en realidad. Por eso, a la Renovación y a todos los que lo entiendan, les es requerido un apoyo explícito y una contribución valiente a esta obra de evangelización, es decir, de buena noticia, que sólo procede del Espíritu Santo. Dios no quiere ser un peso para nadie. El que pueda entender que entienda.

 

Lo malo es que el demonio, por medio de la culpabilidad, domina al mundo y engendra toda clase de actitudes insolidarias. El que se siente juzgado, ¿cómo no va a juzgar? ¿Puede cargar él con su culpabilidad y la de los demás? Imposible. Juzgaremos a los demás, sentiremos placer al hacerlo, pues en el inconsciente funciona el argumento: los demás son malos, luego yo soy bueno. Si puedo criminalizaré a los demás para sentirme yo liberado. Y si es un sacerdote o una persona religiosa el que está bajo sospecha, el placer de la murmuración se refina hasta lo indecible: "Si el cura anda a peces, qué harán los feligreses".

 

Sin embargo, ni puedes ni debes juzgar a nadie. El pecado de tu hermano no le pertenece a él sino a Jesucristo. No te es lícito interferir ese circuito que no pasa por tu propiedad. Los dominicos tienen un número en su Constitución que dice lo siguiente: "La trasgresión de un fraile se debe sopesar por el perjuicio ocasionado al bien común, y no por el pecado que tal vez lleve anejo" (Const. 55,I). Si una comunidad está amenazada por el comportamiento de una persona debe defenderse, incluso a veces separando a ese tal de la comunidad. San Pablo utilizó con un incestuoso una pedagogía muy curiosa en Corinto: "Ese individuo sea entregado a Satanás (separado de la comunidad y, por tanto, bajo el poder del demonio) para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve el día del Señor (y pueda convertirse)" (I Cor. 5,5). Pero esto no incluye ningún juicio condenatorio de dicha persona, cosa que sólo le pertenece a Dios.

 

Sanación interior del pecado

 

No es fácil llegar a la libertad interior aun a personas que viven en cierta experiencia de gratuidad. Alguno de los movimientos citados más arriba, o incluso algunas personas dentro de la Renovación, no pueden librarse de una especie de pesimismo luterano que condiciona su libertad y alegría interior. Creen y proclaman a boca llena la gratuidad de la salvación. Se sienten teóricamente salvados. Oran agradeciendo a Jesucristo el don gratuito de la vida que ha brotado de su resurrección, pero la alegría de este don no les baja hasta los sentimientos ni trasforma su cara. Existe en ellos como una desesperanza larvada - pesimismo luterano - de poder salir algún día del pecado que les domina. Se sienten salvados pero con una salvación extrínseca, como se salva a un niño que ha caído en la corriente de un río.

 

En este tema, como en otros, la Renovación empalma con la gran tradición tomista en la que uno de los atributos de la gracia es la de sanar como una medicina. La gracia sanante ¿qué es esto? El pecado no es sólo una quiebra legal o una rotura de equilibrios o una ofensa a Dios. Es algo que deja en el hombre su marca, su reato, su herida. Siempre ha dicho la Iglesia que aunque el pecado esté perdonado el reato tiene que ser purificado en esta vida o en la otra. El protestantismo no acepta el purgatorio pues no cree en la sanación interior ya que para ellos la naturaleza está corrompida y es insalvable. De ahí que la salvación sea totalmente gratuita y extrínseca. La Renovación, de acuerdo con la Iglesia, acepta la necesidad de una purificación o sanación de los restos o estigmas del pecado. La diferencia está en que la renovación ha eliminado la connotación de castigo y subraya la acción amorosa de la purificación o sanación interior por obra del Espíritu Santo. Por esta sanación el hombre va siendo recreado, liberado, trasformado en una criatura nueva. Por esta sanación el hombre siente en su propia psicología y en su propio cuerpo la bondad benéfica del señorío de Jesús resucitado que libera al hombre del poder del mal manifestado en el pecado original.

 

¿Cuáles son los frutos de ese pecado? El estipendio del pecado del hombre es la muerte, dice la Carta a los Romanos. La muerte y todo lo que lleva a la muerte: caducidad, desequilibrio, enfermedad, sufrimiento, resentimiento, opresión, pecado en toda su amplitud. La Renovación actúa una fuerte praxis de sanación interior. En todos los grupos hay un ministerio de sanación o intercesión en el que se ora para que las personas vayan descubriendo las raíces de su mal y de su pecado. El Espíritu Santo, como un gran siquiatra a lo divino, va iluminando las parcelas de cada persona que necesitan ser sanadas para integrarse en una personalidad redimida y apta para todo soplo y don del Espíritu. Esta praxis es un ejercicio de creación de una humanidad nueva.

 

También existe una praxis de sanación física, pero ésta busca primariamente la razón de signo. Una curación física, sin excluir nada, sirve sobre todo para confirmar la predicación o la presencia del Señor en sus sacramentos. La sanación interior es una predilección personal. La persona que siente esa acción sanadora del Señor se sabe querida, cuidada, protegida. De esa forma, aunque la sanación interior a veces necesita quirófano y cirugía, nunca se sale del ámbito del amor ni de la acción benevolente de Dios. Y aunque la debilidad y el pecado se hagan a veces recalcitrantes y parezca que no van a ser expulsados nunca, no se pierde la esperanza en el poder de Dios ni la alegría de saber que aún en esa situación uno está en sus manos.

 

La espiritualidad de la Renovación siempre apunta a una actitud positiva. Devuelve a Dios el rostro de Padre. Ha logrado superar las tendencias que empujan al ser humano a la esclavitud y al miedo. Por eso uno se confía a Dios como un niño, llamándole Abba, Padre. Tal vez este mundo, hundido como nunca en la postración de la culpabilidad y el pecado, necesite ver un rostro de Dios que le acoja con el mismo abrazo con el que el Padre acogió a su hijo menor, pecador y desagradecido pero, al fin, siempre hijo muy querido.

 

8.-LA RENOVACIÓN EN LA IGLESIA ACTUAL

 

En cierta ocasión, dando una charla sobre la Renovación carismática, se levantó alguien al terminar y me espetó lo siguiente: "Ustedes piensan, por lo que veo, que el Espíritu Santo es propiedad privada de su grupo. Me parece intolerable el monopolio del Espíritu que ustedes ostentan". Me daba la impresión, por las caras, que el resto del auditorio estaba de acuerdo con esta persona. Entonces yo pregunté dirigiéndome a todos: "¿De verdad creen que lo que yo he dicho les roba a ustedes su Espíritu Santo?". Hubo un silencio embarazoso. Una mujer contestó: "Yo ni tengo idea ni experiencia del Espíritu Santo y, además, nadie me ha hablado nunca de tal personaje". Se alzó un murmullo de conversaciones entrecruzadas, se distendieron los gestos y, al final, la gran mayoría confesaron que no tenían idea del Espíritu Santo ni lo habían echado en falta para vivir su vida cristiana.

 

Este diálogo lo tuve hace años al poco tiempo de entrar en la Renovación carismática. Tengo que confesar también que, antes de esa entrada, a pesar de llevar ya bastantes años de sacerdocio, tampoco yo consideraba al Espíritu Santo como un personaje activo e importante en mi vida espiritual. Lo había estudiado en clase de teología y lo sabía, pero ahí se quedó todo. También tengo que decir con valentía que en mi juventud no se me habló experimentalmente de ello ni encontré personas (o no lo supe ver) dotadas de poder de convicción en esta línea, en las que brillaran manifestaciones especiales del Espíritu. No es extraño, por tanto, que el impacto que hizo en mí la efusión del Espíritu me creara una especie de celo desmedido de "neoconverso", que causara a los oyentes la sensación de monopolio.

 

No se trata, sin embargo, de descalificar a nadie, ni siquiera a mí mismo. El pretendido monopolio de la Renovación no es otra cosa que la alegría de un redescubrimiento que le pertenece a toda la Iglesia, como vamos a ver en este capítulo. Dios no tiene acepción de personas ni el Espíritu Santo hace discriminaciones. En todo caso, las razones últimas de las cosas le pertenecen a Él, no a nosotros. Pero lo cierto es que ha habido tiempos en que la presencia del Espíritu en la Iglesia parecía, a nuestro corto entender, que estaba en baja. Ahora nos da la sensación de que había como una especie de ausencia, al menos ausencia de fuertes manifestaciones carismáticas, que en otros momentos han sido el dedo y el sello del Espíritu en su Iglesia.

 

Ausencia de carismas

 

El tema viene de lejos. San Juan Crisóstomo, muerto en el año 407, es el primero en notar en su tiempo la ausencia de los grandes carismas extraordinarios de que nos hablan la Palabra de Dios y la Iglesia primitiva. El mejor exponente de esto es San Marcos: "Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva a toda la creación. Los que crean y se bauticen se salvarán; los que no crean se condenarán. A los que crean les acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se curarán" (Mc. 16,15-18). Estos y todos los otros signos extraordinarios que se mencionan en la Escritura, sobre todo en San Pablo, que da un testimonio fehaciente de su existencia en la Iglesia primitiva, parece que no existían ya en el siglo IV, en tiempos de San Juan Crisóstomo. Pero éste racionaliza esta ausencia y, con ello, marca la pauta para posteriores interpretaciones del tema a lo largo de los siglos. Justifica la existencia de carismas en la Iglesia primitiva o incluso la concesión a personas indignas de estos dones apelando a la necesidad, acuciante al comienzo de la Iglesia, de difundir la Palabra de Dios por todas partes. Los carismas, por ejemplo los milagros, eran necesarios como signos de credibilidad para confirmar la fe que se proclamaba: "Un buen agricultor, mientras un árbol nuevo recién plantado es todavía tierno, le presta grandes cuidados, lo rodea de piedras y espinos para que no le arranque el viento; pero quita esas defensas tan pronto como ve que el árbol ha echado raíces y va creciendo, pues la planta ya es capaz de hacer frente por sí misma a los peligros. Lo mismo sucede con la fe. Cuando estaba recién plantada y era todavía tierna, cuando acababa de arraigar en los espíritus humanos, necesitaba todo género de cuidados; pero, una vez que se ha estabilizado, ha arraigado y crecido, Cristo quita las defensas y demás medidas de seguridad. Por eso, los carismas eran concedidos también a los indignos, porque la antigüedad necesitaba esa ayuda para fomentar la fe; pero ahora no son concedidos ni siquiera a los dignos, porque la fuerza y firmeza de la fe no necesita ya ese auxilio" (PG. 51,81).

 

El Crisóstomo concibe los carismas, como se ve, en sentido estricto, no como efusiones o frutos del Espíritu, ni siquiera como carismas ordinarios sino en la línea de San Pablo, como manifestaciones del Espíritu gratuitas y extraordinarias con el fin de construir la comunidad y edificar la Iglesia. Estas reflexiones del Crisóstomo marcaron pauta, pues a partir de él hasta ahora, la teología y la pastoral, en contraposición a lo que sucedió en los siglos primeros, han recluido los carismas en el baúl de los recuerdos y, en algunos casos, los han llegado a temer y menospreciar.

 

En San Juan Crisóstomo la nostalgia, sin embargo, aún estaba viva. Comentando ciertos relatos carismáticos de San Pablo y relacionándolos con su tiempo escribe: "¿Se puede concebir algo más triste? La Iglesia estaba entonces en la gloria, el Espíritu la gobernaba como dueño". Un poco más adelante continúa: "La Iglesia ahora se parece a una mujer que ha perdido su antigua hermosura y conserva sólo vestigios de su anterior felicidad; de sus joyas de oro no le quedan más que los cofres y estuches, pues han desaparecido sus riquezas. Así es ahora la Iglesia". A pesar de la nostalgia sigue en sus trece cuando termina diciendo: "No me refiero sólo a la falta de carismas, pues no sería grave si sólo se tratara de eso, sino también a causa de la vida y las virtudes" (PG. 61,312).

 

A lo largo de los siglos

 

La Iglesia siempre ha creído en la acción del Espíritu sobre ella. Por eso, siempre ha habido una serie de carismas, llamados ordinarios, que en todo momento se han considerado fundamentales para su acción pastoral. Entre ellos están los carismas de gobierno, de enseñanza y catequesis, asistencia a los enfermos, los que requieren los diversos ministerios, carismas de celibato, vida religiosa, matrimonio. Carismas incluso de sufrimiento por la Iglesia o por otras personas particulares. Estos nunca han estado en discusión. El problema surge al tratar de la necesidad de los carismas extraordinarios: palabra poderosa confirmada con milagros, dones de profecía, lenguas, palabras de conocimiento, sanación interior y física, cada uno de los siete dones del Espíritu que cuando se ejercitan para utilidad común se trasforman en carismas, por ejemplo una sabiduría portentosa y, en general, todo tipo de fenómenos o manifestaciones del Espíritu sorprendentes, como nos cuenta la Escritura que se dieron en Pentecostés y, al menos, en los primeros decenios de la Iglesia.

 

Estos carismas extraordinarios, como hemos visto, tuvieron mala prensa a partir del siglo IV en el pensamiento teórico de la Iglesia. Y eso a pesar de las evidencias, pues lo cierto es que no han desaparecido nunca de ella y ha habido muchos santos y fundadores con auténticas manifestaciones carismáticas. Pero siempre se han considerado excepcionales. La teoría oficial era que ya no los necesitaba la Iglesia, pues sus signos de credibilidad habían pasado a ser otros. Incluso los propios santos, dotados con tales dones carismáticos, se puede decir que más bien los soportaban y los sufrían, nunca los fomentaban ni los agradecían, al menos públicamente, ya que primaba en estos casos el temor a la vanidad e incluso al escándalo.

 

Se sabe que San Agustín aceptaba el carisma de profecía y el de lenguas, a pesar de que no eran ya de uso común en las asambleas de oración en su tiempo, alrededor del año 430. Sin embargo, también él participa de las opiniones mencionadas: "¿Por qué ya no existen entre nosotros los milagros y otros dones extraordinarios?", se pregunta. La respuesta es que estos dones ya no son necesarios para la credibilidad del cristianismo: "Una vez que la Iglesia católica se edificó y extendió por toda la tierra, Dios no quiso que continuaran estos dones en nuestros días, no sea que nuestro espíritu se quedase en lo visible y la humanidad, acostumbrándose a ellos, perdiese el ardor que comunicaron cuando eran recientes" (PL. 34,142).

 

¿Quiere decir esto que en la Iglesia ya no había signos de credibilidad? No, responde Agustín. Este cometido lo desempeña la vida cristiana. Es ésta la que con sus virtudes prueba que Dios está en ella. Y termina: "Viendo esa asistencia de Dios, ese progreso, ese resultado, ¿dudaremos en echarnos en brazos de la Iglesia?" (PL. 42,91).

 

Santo Tomás de Aquino no constata la falta de carismas en la Iglesia de su tiempo, siglo XIII. Y es que no habla desde una experiencia pastoral, como los anteriores, sino como teólogo. Como tal no puede dudar de que donde está el Espíritu están todos sus dones. Por eso, aunque es cierto que conoce todos los carismas y cree en su permanencia teórica como signos de credibilidad, no cree del mismo modo en su frecuencia y necesidad. También para él la Iglesia primitiva, por hallarse en su infancia, necesitaba un especial cuidado de Dios, mientras que llegada a la madurez puede caminar por su propio pie, sin ayuda de hechos extraordinarios. De este tenor suena la interpretación que Santo Tomás da del "final" de Marcos, siguiendo en ello las huellas del Crisóstomo, que él recibe a través de San Gregorio Magno (Catena aurea II).

 

Hasta el Vaticano II

 

Con la llegada de Lutero en el siglo XVI se estrecha aún más el cerco pastoral y la prevención contra todo carisma extraordinario. Lutero dice claramente: "Ahora que tenemos su Escritura no hay nada que revelar además de lo que fue escrito. No necesitamos ninguna revelación particular ni milagros... Por eso, atengámonos a esa revelación o kerigma del Espíritu Santo, la única que nos dirá lo que debemos saber, la que nos hace profetas y nos muestra el porvenir" (O.C. Weimar 46,64). No es de extrañar, por tanto, que la Iglesia católica asuma a partir de ahora una extraordinaria prudencia a la hora de admitir unos hechos extraordinarios que podrían descalificarla ante sus adversarios en caso de aceptarlos sin el debido discernimiento.

 

Sin embargo, en esta época se agranda el contraste entre la teoría oficial y los hechos reales. En este tiempo, en efecto, florecen los grandes místicos, dotados de toda clase de dones y fenómenos místicos extraordinarios. Baste con mencionar a Teresa de Avila, San Juan de la Cruz, Santa Margarita Alacoque, Santa Catalina Labouré y, más tarde, pero aún dentro de esta época, las grandes apariciones de Lourdes y Fátima con sus manifestaciones carismáticas de sanación, de enorme consuelo y atractivo para la fe del pueblo. Entre los santos de esta época merece la pena citar a San Francisco de Sales, que muestra con claridad su desacuerdo con la teoría oficial. Aludiendo a las opiniones de San Juan Crisóstomo sobre la Iglesia como una planta que ya no necesita ser regada, dice que todo eso es cierto, pero que pretender "eliminar totalmente el efecto, mientras permanece todavía en buena parte la necesidad, es una pésima filosofía. ¿Por qué, pues, querer quitar a la Iglesia ese bastón que Dios ha puesto en sus manos? Dios quiere sin duda los milagros, y por eso siempre han existido, para confirmar la predicación" (Oeuvres, Annecy, 99-100).

 

La teoría oficial, no obstante, sustentada por teólogos, exégetas y predicadores, sigue encastillada en las posiciones de siempre. Incluso según va pasando el tiempo parece que se va agudizando más el rechazo a los carismas extraordinarios. Sólo voy a citar un párrafo del famoso orador Luis Bourdaloue, del siglo XVIII: "Contra los impíos y libertinos hay que mostrar el carácter esencial del cristianismo y pedir al Espíritu Santo que nos conceda los dones de todas las gracias, no de las gratuitas (carismas), que no sirven más que para las operaciones sobrenaturales y no para la santificación de las personas que las difunden y distribuyen. No hablo tampoco de todos esos dones de profecías, lenguas y milagros ni de esos otros que hacen a los hombres considerables e importantes, como dice San Pablo. No, no pido esos dones para hablar de vos, Dios mío, con sublimidad de sabiduría, sino el don de hablar con humildad; sólo os pido la verdadera ciencia que es la de Jesucristo. No os pido el don de curar a los enfermos, porque tengo otras curaciones que hacer, las que se refieren a las almas y a su conversión. No os pido tampoco el don de profecía porque estoy bastante comprometido en el estado presente de la vida para querer conocer el futuro. Lo que pido a Dios es el Espíritu de Jesucristo, que es sello de la vida cristiana en este mundo y en el otro" (O.C. París 1919, I,184).

 

Difícilmente se puede encontrar un párrafo con más contradicciones que el que acabamos de citar. Igualmente me parece difícil poder interpretarlo, aún con toda la buena voluntad, dentro de la Palabra de Dios. Si aceptáramos todo esto tendríamos que suprimir muchas páginas de la Escritura. Lo que sí muestra a las claras es la pasión con la que se trataba el tema en ese tiempo, signo evidente de que la teoría oficial no aquietaba las conciencias y de que la realidad siempre emergente del Espíritu y de sus dones presionaba una y otra vez por salir a la luz. Pero todavía no había llegado el momento, ni llegó tampoco durante el siglo XIX. Al contrario. Voy a citar un sólo dato para mostrar hasta qué punto la propia idea de carisma había desaparecido de la perspectiva teológica del siglo pasado: León XIII en su encíclica "Divinum illud munus" (1897), dedicada por completo al Espíritu Santo, no alude en ella ni una sola vez a los carismas de I Cor. 12 ni a los citados por San Pablo y todo el Nuevo Testamento en otros pasajes.

 

¿En qué basaban la credibilidad de la Iglesia? Según el Vaticano I, la Iglesia es un perpetuo signo de credibilidad a causa de su unidad, fecundidad, estabilidad y santidad. Esto mismo es lo que estudiamos antes del Vaticano II en los tratados de apologética, sin el menor atisbo en todos ellos de un aprecio consecuente de los carismas extraordinarios, mencionados únicamente a título histórico. Una, santa, católica y apostólica. Naturalmente, esto es una verdad preciosa de la Iglesia pero, aparte de no excluir en absoluto otras manifestaciones carismáticas, tiene la desventaja de que dado que otros hechos están siempre ante nuestra vista, terminamos acostumbrándonos a ellos y dejan de motivar la fe.

 

Una nueva época

 

¿Qué es lo que ha motivado un repentino e inesperado aprecio y resurgir de los carismas extraordinarios? ¿Ha cesado de espantar el sobrenaturalismo? Es evidente que en estas épocas pasadas había un gran temor a equivocarse pero, por otra parte, la Iglesia, sometida también a la influencia del despotismo de la razón ilustrada, acorralada por críticas a veces rabiosas incluso contra los propios fundamentos de sí misma, ha sentido el complejo de lo no racional, la vergüenza de tener que expresarse en términos de sobrenaturalidad. Por eso, acorazó sus murallas, se ha atrincherado en la estructura y ha caminado a la defensiva con pies de plomo. El Vaticano II ha significado la toma de posesión de sí misma, se ha hecho de nuevo consciente de sus propias fuerzas ante el mundo y desde esa seguridad es capaz no sólo de enfrentarse al mundo sino de ponerse a su servicio.

 

La Iglesia ha salido de la época de cristiandad y tiene que enfrentarse a un mundo nuevo, secularizado, pagano y ateo. Ya no tiene los apoyos legales e institucionales que le prestaban en otros momentos los estados y tiene que abordar, para seguir siendo fiel a sí misma, un mundo recalcitrante que ha buscado otros dioses como: la razón, el humanismo, el progreso, la técnica. El mundo ha querido salvarse por sí mismo, ha construido sus torres de Babel y se ha encontrado con un estrepitoso y sangrante fracaso, con dos guerras mundiales y asesinatos en masa, que dieron al traste con todas las ilusiones humanistas. El existencialismo dio expresión a este fracaso hablando de náusea, asco, desesperanza y angustia vital. El hombre es un imposible, un ser para la nada y una pasión inútil.

 

Estas expresiones han sido experiencias vivas en varias generaciones y de ahí ha surgido la búsqueda de unos nuevos contenidos de salvación. El hombre siempre se resistirá a morir.

 

Vivencia fenomenológica

 

Hay un tema que para mí es muy querido y me da la clave para entender y disfrutar muchas cosas de la Renovación. Se trata de la filosofía fenomenológica. Una chiquilla de 14 años le dice a su padre con aplomo: "No voy a la iglesia porque la misa no me dice nada". Otro joven te cuenta que le aburren las clases, la catequesis... "¿Dios? Me parece un rollo todo lo que oigo sobre él". En cierta ocasión estaba una sobrina mía de unos 17 años con su abuela, que no podía ya moverse de casa. La muchacha le preguntó: "Abuela, ¿usted no se aburre?" "Pero, hija, le respondió, eso de aburrirse es una cosa de ustedes. Yo nunca oí esa palabra hasta que tuve por lo menos cincuenta años. Antes nunca nos aburríamos ni se hablaba de eso".

 

Yo estaba allí cuando sucedió este diálogo. Me impresionó esta respuesta. No sé si es verdad o mentira lo que decía esta abuela. Lo que sé es que vivimos en un mundo en que se valoran sobre todo las experiencias, las vivencias. Necesito tener vivencia de las cosas, de lo contrario como si no existieran para mí. Dios, o es una experiencia en mí o no me interesa. No me valen las razones, los grandes principios. Hoy, a nadie le interesa la verdad en abstracto, a la gente le interesa tu verdad, tu experiencia de las cosas, tu testimonio. Si habla un sacerdote preciosidades teóricas sobre las cosas más divinas, a nadie le interesa nada. Empieza verdaderamente a interesar cuando a través de las palabras se capta una experiencia vivida. El hombre que trasmite fe llega a la gente.

 

Antes había que ir a misa porque la misa es una cosa objetivamente buena. A la gente se la educaba en una serie de principios, normas y estructuras válidas en sí mismas. Hoy las objetividades no motivan a nadie. La gente quiere experimentarlo todo y cuando hay un vacío de experiencias positivas se cae en la experiencia negativa del aburrimiento. Nuestra época es capaz de la más grande experiencia mística, pero también de otras experiencias tan desoladoras y degeneradoras como la de la droga o autodestrucción.

 

Esta es la filosofía básica del siglo XX. En ella hemos crecido casi sin darnos cuenta. Esta actitud vivencial es capaz de proporcionarnos sufrimientos interiores como tal vez ninguna otra época de la historia los ha tenido; pero también es capaz de abrirnos a un mundo de posibilidades de experiencias bellas. Para muchos, por ejemplo, la más bella de todas las experiencias es la de Dios, vivenciado a través de la Renovación carismática. La filosofía de nuestro tiempo ha posibilitado mucho la vivencia de una religión experimental. En ella, Dios ha dejado de ser una abstracción y se ha hecho vida. Dios se ha transformado en una persona y es con las personas donde se tienen verdaderamente las vivencias. Dios se ha convertido en un Jesús vivo, resucitado, real, experimentado por su Espíritu.

 

Actitud carismática

 

Por eso, hoy vivimos en una época del Espíritu. El Espíritu es el aliento de Dios, la acción de Dios, la energía de Dios, el amor de Dios actuando en nosotros. El Espíritu es la experiencia de Dios viva. Hoy apenas se puede predicar una religión de objetividades, normas y verdades. Ni la recitación del credo motiva fuertemente a la gente. Todo esto hay que pasarlo por una vivencia personal, hay que experimentarlo. Por eso, el Espíritu se ha hecho presente en medio de su pueblo. Ahora no podemos llegar a Dios por medio de ideas y doctrinas sino por medio de Espíritu y de experiencia.

 

La Renovación carismática ha recogido el más hondo aliento filosófico de nuestra época, que es un aliento vital y le ha hecho religioso y le ha puesto en comunicación con Dios. En ella Dios se hace sensible al corazón y entra de nuevo en la perspectiva y el horizonte humano. El Evangelio deja de ser una dogmática y se hace pueblo y vida y surgen de nuevo los milagros. Escuchas a la gente compartir testimonios y experiencias que son vida y hacen a Dios muy cercano. En otras épocas el Señor tenía sus caminos y métodos para llegar a la gente, según los aspectos culturales de cada momento; ahora el Espíritu se ha hecho coetáneo y nos habla con el lenguaje que mejor entendemos, que es el de las experiencias. Hace un rato hablaba de que han vuelto los carismas extraordinarios a la Iglesia. ¿Cómo no? No sólo se dan, se necesitan en la entraña del ser de este hombre del siglo XX. Necesitamos los carismas, que son signo de una presencia viva y consoladora de Dios. Necesitamos una presencia viva y consoladora de Jesucristo, que no nos la da ninguna doctrina. Necesitamos ver que se levanta un paralítico en medio de la asamblea, que alguien proféticamente ilumina un hecho torturador de tu pasado, necesitamos palabras de conocimiento, necesitamos una fe nueva que se desembarace de tantos tabúes y ponga a la razón y a su ilustrado espíritu en su sitio. La nueva actitud carismático, eclesial, se basa en un bello fruto del Espíritu, que a veces es carisma y se llama fe. No es exactamente la fe teologal. Es la fe que mueve las montañas. Es una disposición interior que sólo puede provenir del Espíritu por la que se está presto a creer que Dios lo puede hacer todo en este momento, aquí y ahora. Esta fe es una forma de mirar la vida, que hace absolutamente concreta y detallada la esperanza. Esta fe provoca una forma de orar viva y sentida. Esta fe hace que una asamblea perciba al Espíritu de Jesús resucitado casi físicamente. Esta fe nos proporciona la actitud interior necesaria para que suceda el milagro. La fe es, pues, un carisma pasivo, tan importante para que suceda el signo como el carisma del sanador.

 

Yo soy plenamente consciente de que esta fe puede degenerar en credulidades y en mil aberraciones; pero también soy consciente de que la mayor aberración es que no exista. Y es que esta fe es la crema de la tarta. Generalmente los miedos a estas cosas provienen de trasteros no habitados por el Espíritu. El Espíritu, el verdadero Espíritu, lo hace todo muy sencillo y acepta a cada uno como es, preserva la paz y unge sus acciones con elegancia y sobriedad. ¡Qué bella es una oración de sanación cuando va creciendo esta fe y se va sintiendo la presencia de Dios como algo real!

 

Pero, por lo demás, por si alguno continúa con sus miedos, sepa que la Renovación carismática clama por sus pastores. Necesita pastores. Este mismo vivir en el filo y en la cresta de la ola de la fe da sentido a la función del obispo, requiriendo un discernimiento inspirado. Igualmente reclama el ministerio del sacerdote, el cual, al dar y al darse, recibe mucho más puesto que se le da un pueblo vivo. Un sacerdote sin pueblo es como un médico sin enfermos.

 

Testimonio de los Papas

 

San Juan Crisóstomo decía con nostalgia que la Iglesia de su tiempo se parecía a una bella dama, envejecida por el paso de los años, que había perdido no sólo el adorno de sus joyas y brillantes sino hasta las ganas de arreglarse y ponerse guapa. Este hombre, al no encontrar salida al problema, lo único que se le ocurrió decir fue que la tal dama ya no necesita pulseras ni joyas.

 

En la Iglesia del siglo XX, sin embargo, a partir del Vaticano II ha soplado otro Espíritu. Son precisamente los Papas los que primero y mejor han formulado esta necesidad de nuestro pueblo. Esta necesidad es uno de los grandes signos de nuestro tiempo. Juan XXIII, en vísperas del Vaticano II, dirigía al Espíritu Santo una plegaria en la que le decía que renovara "en nuestra época, como en un nuevo Pentecostés, sus maravillas" (AAS. 54,13). Ahora nos parece normal que un Papa haga eso pero, sin embargo, Juan XXIII rompía de esa forma con una tradición de más de quince siglos. Pablo VI, poco después, continuaba en la misma línea: "La condición del hombre presupone que el prodigio de Pentecostés continúe en la historia de la Iglesia y del mundo, y ello en su doble modalidad, a saber: como don del Espíritu Santo, concedido a los hombres para santificarlos (gracia santificante); y también como manifestación del Espíritu, para enriquecerlos con prerrogativas especiales (gracias gratis datae) o carismas, en orden al bien del prójimo y especialmente de la comunidad de los fieles. Hoy se habla mucho de esto y, aún teniendo en cuenta la complejidad y delicadeza del tema, no podemos por menos dejar de celebrar que Dios conceda todavía a su pueblo una abundancia, no sólo de gracia, sino también de carismas (Insegnamenti di Paolo VI, XII,938).

 

En su exhortación sobre la alegría cristiana aludiendo a la expresión "Nuevo Pentecostés" de Juan XXIII que acabamos de citar, decía que deseaba situarse en la misma perspectiva y en la misma expectación. Y esto, "no porque Pentecostés haya dejado de ser actual a lo largo de toda la historia de la Iglesia, sino porque son tan grandes las necesidades y los peligros de este siglo, tan amplios los horizontes de una humanidad volcada hacia la coexistencia mundial pero impotente para realizarla, que para ella no hay salvación más que en una nueva efusión del don de Dios. Que el Espíritu Santo descienda para renovar la faz de la tierra" (Op.Cit. XIII,471).

 

Sigue Pablo VI: "Sería maravilloso que el Señor tuviera a bien derramar de nuevo sus carismas en abundancia para hacer capaz a la Iglesia de despertar y sacudir al mundo profano y secularizado" (Ibidem, XIII,939). Bellamente en otra audiencia dijo: "Es necesario orar para que venga ese soplo oxigenante del Espíritu...capaz de suscitar carismas dormidos, de infundir ese sentido de vitalidad y gozo que, en todas las épocas de la historia, hace que su Iglesia sea joven y actual, que esté dispuesta a anunciar con alegría a los tiempos nuevos su eterno mensaje" (Ib. XI,1224).

 

Finalmente es de notar que la Iglesia actual ha tomado conciencia, no sólo en la palabra de su cabeza visible, de la necesidad de una intervención extraordinaria del Espíritu. La Liturgia de las horas pide con frecuencia a Dios que renueve en nuestro tiempo los prodigios de Pentecostés. En la oración colecta de esta fiesta ruega así: "Oh Dios, que en el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia en todos los pueblos y naciones, difunde los dones del Espíritu hasta los confines de la tierra y continúa hoy, en la comunidad de los creyentes, los prodigios que operaste en los comienzos del Evangelio". (Cfr. para todo este tema Domenico Grasso, "Los Carismas en la Iglesia", Cristiandad, Madrid, 1984).

 

Estas palabras de la Iglesia resuenan en todos los que han sido llamados a la Renovación carismática con un eco inconfundible. Sus corazones se sienten en sintonía total con todas las palabras citadas de los sucesores de San Pedro y de la Liturgia, palabras todas ellas las más autorizadas de las que en este tema se pueden pronunciar. ¿Cómo no ver en la Renovación carismática el vehículo providencial que Dios ha suscitado para que todo esto se haga efectivo en su pueblo? ¿Cómo rechazar después de esto un florecimiento de carismas por doquier que devuelva a la Iglesia la frescura y juventud de su primera época?

 

Algunos piensan que la Renovación no debería apellidarse carismática. Gracias a Dios el uso ha impuesto tal apellido y yo soy partidario de que continúe así aunque produzca problemas o rechazos. Sabemos de sobra que lo más importante en la vida de un cristiano no son los carismas. Es más, estamos de acuerdo con que en la Renovación se vele, vigile y discierna para no caer en la "carismatitis". No podemos eludir una auténtica formación cristiana que pase todos los acontecimientos pascuales, como son los carismas y toda la vida cristiana, por la cruz de nuestro Señor Jesucristo. El crecimiento de la gracia santificante, que es la que verdaderamente engendra y es engendrada por la caridad, siempre será lo más importante y lo que hay que buscar en primer lugar, no sea que nos trasformemos en platillos que suenan...

 

Todo esto es cierto, pero hay que tener en cuenta que la propia Renovación carismática es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu para utilidad común. Ha nacido con un designio especial de Dios. La gran renovación básica de la vida cristiana no sólo los carismáticos la llevan adelante, hay otros muchos grupos en la Iglesia. Sin embargo, a ningún grupo se le ha encomendado una renovación y acogida de los grandes carismas y dones del Espíritu tan necesarios para la Iglesia de hoy como a la Renovación carismática. De acuerdo en que si sólo fuéramos carismáticos no seríamos casi nada. Pero también es de agradecer que, sin dejar de ser profundamente renovados, se nos encomiende el hacer brillar y poner a la luz pública los grandes signos del Espíritu que, en realidad, no dejan de ser un bello designio amoroso de Dios para nuestra época.

 

Vaticano II


 

Pero aún hay más. No son sólo los Papas los que testifican con sus palabras el cambio de tendencia en la Iglesia Católica; hay otros muchos textos, que no voy a citar, dado el carácter de sencillo ensayo pastoral que tiene este escrito. Sin embargo, hay un par de ellos que no puedo por menos dejar de subrayar. Son la "Lumen gentium" y la "Evangelii nuntiandi", porque ambos expresan la esencia íntima de lo que es la Renovación, la cual sin duda ha sido suscitada para que de una manera práctica estos textos inspirados por el Espíritu se hagan realidad en su Iglesia.

 

En un contexto de fuerte renovación carismática dice el Vaticano II: "El Espíritu Santo no sólo santifica y dirige al pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo sus dones según su voluntad (I Co. 12,11), con lo que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: "A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad" (I Co. 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia" (LG. 12).

 

Con este texto ha quedado superada la teoría, más o menos oficial, que ha predominado durante muchos siglos y que ponía cautelas al ejercicio de los carismas extraordinarios, no sólo por no creerlos necesarios en una Iglesia ya constituida, sino por una serie de temores que suscitaba su presencia. En este campo, como en muchos otros, el Vaticano II nos presenta una Iglesia con su rostro renovado. Nos ha acercado a los momentos de mayor brillo y juventud, cuando la Iglesia primitiva, la fe y la piedad se alimentaban también de poderosas manifestaciones del Espíritu. La Renovación carismática está llevando a la práctica lo que la Iglesia ha proclamado en sus documentos.

 

Fieles de toda condición

 

Otro aspecto que subraya el texto citado es que el Señor distribuye sus gracias y carismas a fieles de toda condición según su voluntad. Con estas palabras se descalifica cualquier clericalismo recalcitrante y se le abren al seglar anchos espacios de protagonismo dentro de la actividad de la Iglesia. Ha sido también a lo largo de la historia donde se ha desencajado la unidad en varios de estos aspectos que el Concilio ha venido a restablecer.

 

En efecto, en la Iglesia se funcionaba, sin mala intención por parte de nadie, creyendo que las gracias de Dios se distribuían sólo por medio de los sacramentos y de sus ministros. La jerarquía era el acueducto que nos ponía en comunicación con la fuente de la gracia. El seglar, por tanto, vivía en la condición de destinatario y receptor de una gracia que le era distribuida y recomendada. El clérigo era el representante de Dios a todos los efectos. Al pueblo le quedaba el protagonismo de su vida interior y de una serie de manifestaciones y devociones paralitúrgicas con resabios de folclorismo.

 

La "Lumen Gentium" coloca también en este campo las cosas en su sitio: "El Espíritu guía a la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos" (LG. 4). Es decir, hay dones jerárquicos propios de los pastores, pero también los hay carismáticos, propios de todo el pueblo de Dios.

 

Esto siempre ha sido así en realidad, pues la Iglesia siempre ha brillado con multitud de carismas y dones extraordinarios que han tenido los santos, hombres y mujeres, muchos de ellos seglares, a lo largo de los siglos. Pero en la praxis pastoral al arrinconar semi oficialmente los grandes dones y carismas se le robaba al seglar su más fecundo campo de acción. Por eso, resulta un gozo ver en la Renovación carismática seglares, hombres y mujeres, con auténtica unción del Espíritu y es un gozo igualmente superabundante verles en las labores del discernimiento, de la profecía y palabras de conocimiento, en el acompañamiento y dirección espiritual, en la sanación interior e incluso en el ejercicio de los grandes dones de sanación física, que se transforman en signos relevantes que confirman la palabra y la evangelización que el Espíritu realiza a través de ellos.

 

Sólo hay un peligro en todo esto: que el clericalismo de antes se trasforme ahora en seglarismo y se llegue a desvalorizar el encargo que la jerarquía ostenta de discernir los diversos carismas y manifestaciones del Espíritu. Los grupos pueden estar perfectamente dirigidos y gestionados por personas seglares, pero siempre con la perspectiva teológica clara de que en casos de grave incertidumbre le corresponde a la jerarquía discernir y encauzar la situación del grupo. En estos casos es conveniente requerir y aceptar también el consejo de los simples sacerdotes en cuanto son corresponsables, en parte, con la función de gobierno y discernimiento que corresponde primariamente al obispo.

 

En otro aspecto también el Vaticano II nos amonesta diciendo que "los dones extraordinarios no deben pedirse temerariamente ni hay que esperar de ellos con presunción el fruto del trabajo apostólico" (LG. 12). Esta frase es una cautela de sentido común dentro del campo de la fe. El Señor lo dice muy claramente: "Al que es fiel en lo poco se le dará mucho más" (Lc. 16,10). Sería ridículo pedir y esperar una manifestación del Espíritu para encubrir nuestra pereza y poca dedicación a las tareas ordinarias de la vida espiritual. Lo extraordinario viene a revalorizar y consumar lo ordinario, no a vaciarlo y sustituirlo.

 

"Evangelii nuntiandi"

 

En la exhortación apostólica "Evangelii nuntiandi", que siguió al Sínodo de los Obispos de 1974, Pablo VI volvió, diríamos que con un cariño especial, a poner en primer plano la actualidad del Espíritu Santo y su labor en la Iglesia: "Gracias al apoyo del Espíritu Santo la Iglesia crece. Él es el alma de la Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien hoy, igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también al alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado.

 

Las técnicas de evangelización son buenas pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin Él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o sicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor.

 

Nosotros vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu. Por todas partes se trata de conocerlo mejor, tal como lo revela la Escritura. Uno se siente feliz de estar bajo su moción. Se hace asamblea en torno a Él. Quiere dejarse conducir por Él.

 

Ahora bien, si el Espíritu de Dios ocupa un puesto eminente en la vida de la Iglesia, actúa todavía mucho más en su misión evangelizadora. No es una casualidad que el gran comienzo de la evangelización tuviera lugar la mañana de Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu.

 

Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: Él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación. Pero se puede decir igualmente que Él es el término de la evangelización: solamente Él suscita la nueva creación, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la misma evangelización querría provocar en la comunidad cristiana. A través de Él, la evangelización penetra en los corazones, ya que Él es quien hace discernir los signos de los tiempos -signos de Dios- que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia.

 

El Sínodo de los Obispos de 1974, insistiendo mucho sobre el puesto que ocupa el Espíritu Santo en la evangelización, expresó asimismo el deseo de que pastores y teólogos - y añadiríamos también los fieles marcados con el sello del Espíritu en el Bautismo - estudien profundamente la naturaleza y la forma de acción del Espíritu en la evangelización de hoy en día. Este es también nuestro deseo, al mismo tiempo que exhortamos a todos y cada uno de los evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo y a dejarse guiar prudentemente por Él como inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora".

 

Al releer estos textos no puedo evitar una acción de gracias al Señor desde el corazón de la propia Renovación carismática. Uno está absolutamente convencido de que es el mismo Espíritu el que ha suscitado e inspirado ambas cosas. Llevo 18 largos años evangelizando desde que conocí la Renovación, profundamente compenetrado con estas palabras de Pablo VI. En mi condición de dominico predicador este tema para mí es básico. Tengo que dar testimonio de que todo lo que dice el Papa no lo aprendí en sus palabras, sino en una experiencia directa sacada de la Renovación. Teóricamente ya lo sabía antes. Vitalmente lo he tenido que aprender como aprenden las cosas los niños. La actualización que la Renovación ha hecho en mi espíritu en este tema de la evangelización y el Espíritu Santo me hace estar en consonancia total con todo lo que el Concilio y los Papas enseñan actualmente sobre el Espíritu Santo y sus carismas. Agradezco, sobre todo, haber aprendido de una manera vital todas estas cosas en una comunidad viva, donde el Espíritu Santo se hace presente haciendo Iglesia, suscitando carismas de toda clase, presididos todos ellos por el vínculo del amor y la caridad. Una comunidad que quien la conozca sabe que está perfectamente sancionada por las enseñanzas del Magisterio que hemos mencionado

 

La Renovación y el Magisterio

 

La Renovación no ha sentido nunca una necesidad especial de ser aprobada oficialmente por el magisterio de la Iglesia. Para que una asociación religiosa sea aprobada necesita presentar unos fines, unos estatutos y estructuras de funcionamiento y unas personas fundadoras que garanticen la autenticidad y viabilidad de su proyecto ya en rodaje. Pero la Renovación no ha nacido de la voluntad de ningún hombre ni de la coherencia y actualidad de algún plan pastoral. La Renovación ni tiene fundador ni ha sido proyectada por nadie. Surgió en apariencias espontáneamente pero en realidad suscitada por la acción invisible del Espíritu, que va multiplicando los grupos de oración, a veces con poquitas personas y muy pobres, a lo largo y ancho del mundo. Es una forma distinta y extraña de nacer. Por eso mismo no es contemplada en el Derecho canónico ni está dentro de algún elenco estructural de la Iglesia. Y como la Renovación es vida ha sentido la urgencia de la vida, no la de estructurarse encuadrándose en contextos legales.

 

Sólo al ir surgiendo grupos y grupos con el mismo Espíritu y las mismas características, la Renovación se ha hecho consciente de que forma un conjunto que en realidad constituye una potencia fáctica dentro de la Iglesia. Entonces ha sentido no sólo la necesidad de coordinarse y relacionarse sino también la de integrarse plenamente en la vida total de la Iglesia para ser discernida y pastoreada por los pastores de la propia Iglesia. Siempre he sentido que es instintivo en la Renovación la necesidad de conectar con la Iglesia, con los pastores y obispos, invitándoles a los grupos y asambleas. Este instinto es sobrenatural y brota de un don de piedad muy desarrollado, siendo propio de ese don la coherencia religiosa. Este hecho siempre lo he visto como una prueba fehaciente del Espíritu que habita en la Renovación. Jamás hemos vivido hasta ahora, al menos en España, la más mínima tentación de autonomía, de crítica o de rechazo. Nunca se han constatado tendencias separatistas, ni siquiera contestatarias sino de fermento y unidad.

 

Sin embargo, la Renovación ha tenido que sufrir el peso de cierta orfandad. No podemos decir que haya sido acogida ni por obispos ni sacerdotes con los brazos abiertos, salvas sean como es natural algunas excepciones. Tampoco ha sido rechazada con modales agresivos y rigor fundamentalista, salvas sean también en este caso las excepciones. En los largos años que formé parte del equipo de coordinación nacional he experimentado siempre prevención, suspicacia y expectativa, incluso entre los obispos, un poco perdidos ante la novedad emergente de un fenómeno un tanto extraño. La gran mayoría de los clérigos ha marcado conscientemente distancias. De ahí que muchos pequeños grupos vegeten semi perdidos por esos pueblecitos sin un crecimiento adecuado por falta de apoyo, sobre todo en la línea de la predicación y enseñanza. Por una parte cierta desconfianza es natural y no creo que haya producido acritud en nadie y, por otra, le ha venido bien a la Renovación para no ser fácilmente asimilada y diluida, dándole tiempo así para profundizar en los contenidos que el Espíritu quiere trasmitir a través de ella.

 

Pablo VI.

 

Sin embargo, la voz de Roma ha sonado siempre con acento de cariño y acogida. Puedo testificar en primera persona que cuando yo mismo he sido encargado de conectar con algún obispo para que presidiera o actuara en las asambleas nacionales, en ocasiones me he encontrado con serias dificultades. En cambio, siempre ha sido consolador escuchar en los congresos internacionales de la Renovación la voz del Papa, siempre acogedora, alentadora, motivadora. A veces me he preguntado: ¿de dónde le vendrá al Papa el talante tan positivo que ha tenido con la Renovación? Si no nos puede conocer...

 

La primera vez que un Papa dirigió su palabra directamente a la Renovación carismática fue el día 10 de octubre de 1973 en Grottaferrata con ocasión de la Primera Conferencia Internacional de Dirigentes. Asistieron unos 120. En esta ocasión el Papa Pablo VI habló con cariño, pero aún con cierta prevención:

 

"Nos alegramos con vosotros, queridos amigos, y estamos sumamente interesados en lo que estáis haciendo. Hemos oído hablar tanto sobre lo que sucede entre vosotros... y nos regocijamos. Tenemos muchas preguntas que haceros pero no hay tiempo.

 

No olvidéis que la vida espiritual ha sido confiada a los pastores de la Iglesia, para que la mantengan intacta y ayuden a desarrollarla en todas las actividades de la comunidad cristiana. La vida espiritual está, pues, bajo la responsabilidad pastoral activa de cada obispo en su propia diócesis. Esto es particularmente oportuno recordarlo en presencia de estos fenómenos de renovación que suscitan tantas esperanzas. Por otra parte, aún en las mejores experiencias de renovación, la cizaña puede mezclarse con el grano bueno. Haremos oración para que seáis llenos de la plenitud del Espíritu y viváis en su alegría y su santidad. Pedimos vuestra oración y os recordaremos en la Misa".

 

Al año siguiente, 1974, apareció un libro sobre la Renovación del Cardenal Suenens: "¿Un nuevo Pentecostés?" No cabe duda que este libro impactó al Papa. Lo mencionó explícitamente en un discurso al Sínodo de los Obispos que estaban reunidos en Roma: "El Espíritu Santo cuando viene otorga dones. Conocemos ya los siete dones del Espíritu Santo. Pero concede también otros dones que ahora se llaman... bueno, ahora... siempre, se llaman carismas. ¿Qué quiere decir carisma? Quiere decir don. Quiere decir gracia. Son gracias particulares dadas a uno para otro, para que haga el bien. Uno recibe el carisma de la sabiduría para que llegue a ser maestro, y recibe el don de milagros para que pueda realizar actos que, a través de la maravilla y la admiración, llamen a la fe, etc.

 

Hoy se habla mucho de ello y, habida cuenta de la complejidad y la delicadeza del tema, no podemos sino augurar que vengan estos dones y ojalá que con abundancia. Que además de la gracia haya carismas que también hoy la Iglesia de Dios pueda poseer y obtener. Citaremos un libro que ha sido escrito precisamente en este tiempo por el Cardenal Suenens, que se titula "Une nouvelle Pentecôte?" Él describe y justifica esta expectativa (hablando de la Renovación) que puede ser realmente una providencia histórica en la Iglesia, de una mayor efusión de gracias sobrenaturales que se llaman carismas".

 

Para celebrar el año santo, se reunieron en Roma, en mayo de 1975, diez mil peregrinos pertenecientes a la Renovación carismática. Les acompañaron dos cardenales y diez obispos. El Papa Pablo VI habló largamente en francés, inglés, español e italiano. Resumimos unos párrafos de lo dicho en francés:

 

"El pasado mes de octubre dijimos en presencia de algunos de vosotros que la Iglesia y el mundo necesitan más que nunca que "el prodigio de Pentecostés se prolongue en la historia". En efecto, el hombre moderno, embriagado por sus conquistas ha llegado a creer, para decirlo con palabras del último Concilio, que "él es su propio fin, el único artífice y demiurgo de su propia historia" (GS. 20,1). Desgraciadamente ¡para cuántos de quienes, por tradición, siguen profesando su existencia y, por deber, siguen dándole culto, Dios se ha convertido en algo ajeno a su vida!

 

Para un mundo así, cada vez más secularizado, no hay nada más necesario que el testimonio de esta "renovación espiritual" que el Espíritu Santo suscita hoy visiblemente en las regiones y ambientes más diversos. Las manifestaciones de esta renovación son variadas: comunión profunda de las almas, contacto íntimo con Dios en la fidelidad a los compromisos asumidos en el Bautismo, en una oración a menudo comunitaria, donde cada uno, expresándose libremente, ayuda, sostiene y fomenta la oración de los demás, basado todo en su convicción personal, derivada no sólo de la doctrina recibida por la fe, sino también de una cierta experiencia vivida, a saber, que sin Dios el hombre nada puede, y que con Él, por el contrario, todo es posible; de ahí esa necesidad de alabarle, darle gracias, celebrar las maravillas que obra por doquier en torno nuestro y en nosotros mismos.

 

La existencia humana encuentra su relación con Dios, la llamada "dimensión vertical", sin la cual el hombre está irremediablemente mutilado. No es que esta búsqueda de Dios se muestre como un deseo de conquista o de posesión: esta búsqueda quiere ser pura acogida a Aquél que nos ama y se nos entrega libremente deseando, porque nos ama, comunicarnos una vida que hemos de recibir gratuitamente de Él, pero no sin humilde fidelidad por nuestra parte. Entonces esta "renovación espiritual", ¿cómo no va a ser una "suerte" (posibilidad, oportunidad) para la Iglesia y para el mundo? Y, en este caso, "¿cómo no adoptar todos los medios para que siga siéndolo?"

 

Juan Pablo II.

 

El 11 de diciembre de 1979 el Papa Juan Pablo II recibió en audiencia especial al Cardenal José Suenens y a los miembros del Consejo de la Oficina internacional de la Renovación carismática. La audiencia, que tuvo una hora y media de duración, comenzó con la proyección de un documental sobre la Renovación. Cuando terminó la proyección el Papa dijo:

 

"Gracias. Ha sido una expresión de fe. Sí, el canto, las palabras, los gestos. Es... ¿cómo decirlo? Es una revolución de expresión vital. Esta dimensión expresiva de la fe estaba ausente. Esta dimensión de la fe era reducida, sí, inhibida, muy escasa. Este movimiento está ya en todas partes. También en Polonia, aunque allí es menos expresivo"

 

Y siguió el Papa con los siguientes comentarios:

 

"Este es mi primer encuentro con vosotros, católicos carismáticos. Permitidme, antes de nada, explicar mi propia vida carismática: Yo siempre he pertenecido a esta renovación en el Espíritu Santo. Cuando estaba en la escuela, con doce o trece años, a veces tenía dificultades con los estudios, en particular con las matemáticas. Mi padre me dio un libro de oración, lo abrió en una página y me dijo: aquí tienes la oración del Espíritu Santo. Debes decir esta oración todos los días de tu vida. Yo he permanecido obediente a esta orden de mi padre desde hace casi 50 años.

 

Esta fue mi primera iniciación espiritual, de manera que puedo entender lo relacionado con los diferentes carismas. Todos ellos son parte de la riqueza del Señor. Estoy convencido de que este movimiento es un signo de su acción. El mundo necesita mucho de esta acción del Espíritu Santo y de muchos instrumentos para llevarlo a cabo. La situación en el mundo es muy peligrosa. El materialismo se opone a la verdadera dimensión del poder humano, todas las diversas clases de materialismo. El materialismo es una negación de lo espiritual y es por esto por lo que necesitamos la acción del Espíritu Santo. Ahora yo veo este movimiento, esta actividad por todas partes. En mi país he visto una presencia especial del Espíritu Santo. A través de esta acción el Espíritu Santo viene al espíritu humano, y desde ese momento empezamos nuevamente a vivir, a encontrarnos nosotros mismos, a encontrar nuestra identidad, nuestra total humanidad. De manera que estoy convencido de que este movimiento es un muy importante componente de la total renovación, de esta renovación espiritual de la Iglesia".

 

Son muchas las veces que Juan Pablo II ha hablado directamente a la Renovación carismática. No es necesario citar más textos para no hacer este recorrido demasiado prolijo. Termino con unas palabras que el Papa actual dirigió a la Sexta Conferencia internacional de Dirigentes, celebrada en Roma en mayo de 1987:

 

"En la paz y el gozo del Espíritu Santo os doy la bienvenida a todos vosotros, llegados a Roma de todos los países del mundo. Estoy muy contento de recibiros hoy y, para empezar, quiero aseguraros que vuestro amor por Cristo y vuestra apertura ante el Espíritu de la verdad son un testimonio muy valioso en la misión de la Iglesia en el mundo.

 

En este año se cumple el vigésimo aniversario de la Renovación carismática católica. El vigor y la fecundidad de la Renovación atestiguan ciertamente la poderosa presencia del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia, en estos años posteriores al Concilio Vaticano II. Por supuesto, el Espíritu ha guiado a la Iglesia en todos los tiempos, produciendo una gran variedad de dones entre los fieles. A causa del Espíritu, la Iglesia conserva una permanente vitalidad juvenil, y la Renovación carismática es una elocuente manifestación de esta vitalidad hoy, una expresión vigorosa de lo que "el Espíritu está diciendo a las iglesias" (Ap, 2,7) cuando nos acercamos al final del segundo milenio".

 

Oportunidad ecuménica


 

Uno de los temas en los que más han insistido los Papas al hablar a la Renovación es, dicho con palabras de Juan Pablo II, "en la grave tarea del ecumenismo" (A la IV Conferencia de Dirigentes). También en esta perspectiva aparece claro que la Renovación es una suerte y oportunidad para la Iglesia. En efecto, esta corriente espiritual se encuentra hoy en día no sólo presente sino viva y fecunda en todas las denominaciones e iglesias cristianas. Ningún otro movimiento espiritual existe ni ha existido jamás con tales características. Este es un hecho algo más que sorprendente, es un hecho digno de una seria reflexión y promoción.

 

Muchos de los que llevamos años en la Renovación hemos tenido ocasiones de compartir nuestra oración con miembros de otras iglesias cristianas. Yo he vivido esa oportunidad en varios países, sobre todo europeos y orientales. Nos podemos pasar las horas orando, cantando, alabando, hablando del Señor sin la más mínima sensación de estar divididos en nada. El Espíritu se ha derramado en todos con el mismo calor, la misma efusión y el mismo "bautismo". He experimentado que no sólo no surgen problemas en el momento de darse la paz, sino que, por el contrario, existe el abrazo fuerte y alegre del reencuentro. ¿Dónde está, pues, la división?

 

Las diferencias están más arriba, no en las reuniones marcadas por el trato sencillo. Están en las ideas, en los dogmas, en las expresiones estereotipadas, en ciertas praxis litúrgicas y sacramentales. Pero ¿podrán estas cosas resistir ante el empuje de la convivencia, del compartir y de la amistad? Yo pienso que el Espíritu Santo ha empezado bien uniendo los corazones para que después se puedan disolver rápidamente los grandes bloqueos teóricos. Todo está en su mano, pero el hecho claro es que la Renovación se presenta como una oportunidad histórica para realizar este cometido.

 

¿Cómo ha de realizarse esta tarea? Contesta Juan Pablo II, en la misma Conferencia citada más arriba: "El mismo Concilio nos lo indica: antes que nada los católicos, con sincero y atento ánimo, deben considerar todo aquello que en la propia familia católica debe ser renovado y llevado a cabo para que la vida dé un más claro y fiel testimonio de la doctrina y de las normas entregadas por Cristo a través de los apóstoles (UR. 4). Una labor que de verdad sea ecuménica no intentará eludir las tareas difíciles, tales como la convergencia doctrinal, basándose en crear una especie de "iglesia del espíritu" autónoma fuera de la Iglesia visible de Cristo. Un auténtico ecumenismo servirá más bien para aumentar nuestro anhelo por la unidad eclesial de todos los cristianos en una fe, a fin de que "el mundo se convierta al Evangelio y de esta manera se salve para la gloria de Dios" (UR. 1). Tengamos la seguridad de que si nos entregamos a la obra de una verdadera renovación en el Espíritu, este mismo Espíritu Santo nos dará la estrategia a favor del ecumenismo que convertirá en realidad nuestra esperanza de "sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef. 4,5-6).

 

En la dimensión del poder

 

Después de hacer este largo recorrido por esta bella historia no nos cabe duda de que el Espíritu ha suscitado la Renovación en los tiempos presentes para reeditar de alguna manera los signos que fueron al principio sello y característica de una auténtica evangelización. "Mi palabra y predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría humana, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder..." (I Co. 2,4).

 

Juan Pablo II nos urge a una reevangelización del mundo: "con un nuevo ardor, nuevos métodos, nueva expresión" ¿No es ésa la vocación de la Renovación? Ella está capacitada para ofrecer a nuestro mundo descreído y materialista los signos que le despierten de su letargo. La Renovación cree en los carismas extraordinarios y cree, sobre todo, en su necesidad para los tiempos presentes. Se ha desembarazado de un complejo histórico y emerge como una oferta limpia y joven para un mundo anciano y decrépito. No intenta un simple cambio teológico, bíblico, litúrgico o moral; su vocación está en reactualizar en la Iglesia la dimensión del poder con manifestaciones carismáticas de todo tipo que avalen una predicación ungida y una presencia amorosa de Dios también para nuestros tiempos. No es en la línea intelectual, suficientemente atendida en estos momentos, donde quiere moverse; no intenta ilustrar ni profundizar teóricamente en determinadas doctrinas; quiere llegar a los corazones con los signos de la ternura y la cercanía de Dios.

 

¿Cuáles son estos signos? Una palabra nueva y poderosa que rompa los corazones. Una teología nueva hecha desde el pueblo y para el pueblo. Sanaciones interiores de tanto complejo, depresión y desconcierto. Palabras de conocimiento que iluminen las oscuridades de los corazones. Sanaciones físicas de ciegos, cojos, paralíticos y de todas las lacras modernas como la droga y el sida, "para que toda la ciudad se llene de alegría" (Hch. 8,8). Es importante que como signos de fe broten en el pueblo los frutos del Espíritu, en especial el gozo de la fe y de la oración, la alegría de lo sobrenatural, el orgullo de ser hijos de Dios, para que puedan ser superados los complejos vergonzantes que generan tanta inhibición religiosa en muchas personas. En fin, es importante que surjan comunidades nuevas, que vivan su fe con las mismas expectativas que aquella comunidad primitiva que oraba: "Ahora, Señor, concede a tus siervos que puedan predicar tu palabra con toda valentía, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús" (Hch. 4,29).

 

Carisma y santidad

 

Dicen que ejercer un carisma no es signo de santidad. San Juan Crisóstomo señala que en los tiempos primitivos se concedían estos dones incluso a personas indignas (P.G. 51,81). El mismo Jesús nos dice: "Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Jamás os conocí, apartaos de mí, agentes de iniquidad" (Mt. 7,22). Es cierto que la santidad viene marcada por el grado de caridad que es la expresión más genuina y esencial de la gracia santificante.

 

Sin embargo, yo no me quedo tranquilo cuando, por esta razón, algunos intentan banalizar el ejercicio de los carismas. No, no son dos cosas opuestas sino más bien complementarias. Teóricamente se puede entender la santidad sin los carismas pero, en la práctica, Dios no actúa así. Los grandes santos siempre han sido sujetos dotados de los más grandes carismas. ¿No es la santidad la plenitud del Espíritu? Donde está el Espíritu están sus manifestaciones. A veces tenemos un concepto de santidad demasiado determinista y ascético.

 

Pero aún hay más. Me atrevo a decir que de ordinario Dios no concede estos grandes dones a sujetos impreparados. Les haría mucho daño y Dios es bueno. ¿Imagináis a un soberbio haciendo milagros en nombre de Dios? Esos milagros serían su condenación pues multiplicarían al infinito su soberbia. El problema puede estar en los carismas falsos pero ésa es otra cuestión. Lo que nos llega de Dios siempre viene envuelto en amor. Por eso, aquéllos que ejercitan algún carisma en nombre de Dios han sido preparados y sometidos a un duro entrenamiento por el Espíritu, han sido despojados de su yo y han sido colmados de caridad hacia el pueblo. Para ejercitar un carisma con verdadera unción y fruto Dios exige la misma fe que tuvo Abrahán.

 

La Renovación carismática sabe mucho de estas cosas. Se parece a un iceberg del que sólo queda al descubierto un veinte por ciento de su realidad. Allá en lo profundo, sumergido en el silencio de las aguas, existe un ejercicio oculto de santidad que el Espíritu va realizando. La Renovación es Jesucristo vivo y resucitado, el que quiere hacer efectiva en el mundo aquella frase: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt. 28,18). Id, llevad mi mensaje y comunicádselo a toda la creación.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario