lunes, 7 de septiembre de 2015

La política no debe someterse a la econo­mía


La política no debe someterse a la econo­mía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia.
 


 
Hoy, pensando en el bien común, necesitamos impe­riosamente que la política y la economía, en diá­logo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana.
La salva­ción de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene fu­turo y que sólo podrá generar nuevas crisis des­pués de una larga, costosa y aparente curación.
La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia.
Pero no hubo una reac­ción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo.
La producción no es siempre racional, y suele estar atada a varia­bles económicas que fijan a los productos un va­lor que no coincide con su valor real.
Eso lleva muchas veces a una sobreproducción de algunas mercancías, con un impacto ambiental innece­sario, que al mismo tiempo perjudica a muchas economías regionales.
La burbuja financiera también suele ser una burbuja productiva. En definitiva, lo que no se afronta con energía es el problema de la economía real, la que hace posi­ble que se diversifique y mejore la producción, que las empresas funcionen adecuadamente, que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y creen empleo.
En este contexto, siempre hay que recor­dar que « la protección ambiental no puede asegu­rarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios.

El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente ».

Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los indivi­duos. ¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones?

Dentro del esquema del rédito no hay lugar para pensar en los ritmos de la natura­leza, en sus tiempos de degradación y de regene­ración, y en la complejidad de los ecosistemas, que pueden ser gravemente alterados por la in­tervención humana. Además, cuando se habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un depósito de recursos económicos que podría ser explotado, pero no se considera seriamente el valor real de las cosas, su significado para las per­sonas y las culturas, los intereses y necesidades de los pobres.

Cuando se plantean estas cuestiones, al­gunos reaccionan acusando a los demás de pre­tender detener irracionalmente el progreso y el desarrollo humano.
Pero tenemos que conven­cernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo.
Los esfuer­zos para un uso sostenible de los recursos natu­rales no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo.
Si no tenemos estrechez de mi­ras, podemos descubrir que la diversificación de una producción más innovativa y con menor im­pacto ambiental, puede ser muy rentable.
Se trata de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos.

Por ejemplo, un camino de desarrollo productivo más creativo y mejor orientado po­dría corregir el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca para resolver problemas pendientes de la humanidad; podría generar formas inteligentes y rentables de reutilización, refuncionalización y reciclado; po­dría mejorar la eficiencia energética de las ciuda­des.
La diversificación productiva da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo.
Esta sería una creativi­dad capaz de hacer florecer nuevamente la no­bleza del ser humano, porque es más digno usar la inteligencia, con audacia y responsabilidad, para encontrar formas de desarrollo sostenible y equitativo, en el marco de una noción más amplia de lo que es la calidad de vida.
En cambio, es más indigno, superficial y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito inmediato.
De todos modos, si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará nuevas formas de crecer, en otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable que se produjo durante muchas décadas, hay que pensar también en detener un poco la marcha, en poner algunos límites racio­nales e incluso en volver atrás antes que sea tarde.

Sabemos que es insostenible el comportamien­to de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana.

Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras par­tes.

Decía Benedicto XVI que « es necesario que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracte­rizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso ».
Para que surjan nuevos modelos de pro­greso, necesitamos « cambiar el modelo de desa­rrollo global »,lo cual implica reflexionar res­ponsablemente « sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones ».
No basta conciliar, en un térmi­no medio, el cuidado de la naturaleza con la ren­ta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso.
En este tema los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integral­mente superior no puede considerarse progreso.
Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida de las personas disminuye –por el deterioro

 

1 comentario:

  1. En este tema los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integral­mente superior no puede considerarse progreso.

    Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida de las personas disminuye –por el deterioro

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