sábado, 5 de septiembre de 2015

No añadáis nada a lo que os mando. . ., así cumpliréis los preceptos del Señor.




Deuteronomio 4, 1-2. 6-8
No añadáis nada a lo que os mando. . ., así cumpliréis los preceptos del Señor.Moisés habló al pueblo, diciendo: - "Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir.

Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.

No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy.

Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán:"Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.

"Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos?

Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?"
Salmo responsorial: 14
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente / y practica la justicia, / el que tiene intenciones leales / y no calumnia con su lengua. R. El que no hace mal a su prójimo / ni difama al vecino, / el que considera despreciable al impío / y honra a los que temen al Señor. R. El que no presta dinero a usura / ni acepta soborno contra el inocente / El que así obra nunca fallará. R
Santiago 1, 17-18. 21b-22.27
Llevad a la práctica la palabraMis queridos hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra.

Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas.

Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros.

Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo.
Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. ( Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes la manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas. )

Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús "¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores"?

Él contesto: / "Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: / "Este pueblo me honra con los labios, / pero su corazón está lejos de mí. / El culto que me dan está vacío, / porque la doctrina que enseñan / son preceptos humanos." /

Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres." Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: "Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer la hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.

Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.

Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro."

Es antigua la tentación de considerar que lo esencial de una religión está en el cumplimiento de formalidades rituales, y no en la asunción de sus principios vitales.
 
También esta tentación acompañó al «pueblo de Dios» de Israel -como a muchos otros «Pueblos de Dios»-, desde tiempos inmemoriales.
 
Hoy, si alguna persona se atreve a cuestionar, aunque sea indirectamente, ciertos lastres históricos y a proponer alternativas coherentes con el evangelio, en poco tiempo es tachada de «desviarse de la auténtica doctrina».
 
Sin embargo, como nos recuerda el Salmo, no son los muchos ornamentos ni el boato de las celebraciones lo que nos eleva a Dios, sino la justicia, la honestidad, la recta intención y el respeto.
 
Anunciar la justicia y vivirla en el día a día constituye la exigencia fundamental de las Escrituras judeocristianas –y en esto coinciden con tantas otras Escrituras-.
 
Los rituales, las prescripciones, las ceremonias... nos pueden ayudar a continuar por el camino de Dios, pero no pueden sustituirlo.
 
Por esta razón, la exhortación que Moisés dirige a su pueblo se centra en la necesidad que tiene el pueblo de Dios de hacer una clara opción por el Dios de la libertad y de la justicia que los ha sacado de Egipto.
 
De lo contrario, el sueño de la «tierra prometida» se puede convertir en una cruel pesadilla.
 
Los primeros cristianos experimentaron en carne propia la amenaza del formalismo y el ritualismo.
 
Después de un tiempo de dedicación y fervor por la misión, los ánimos comenzaron a ceder y la comunidad se vio rápidamente atraída por las relaciones puramente funcionales y formales.
 
De este modo se perdía la fraternidad que les daba identidad y coherencia.
 
La carta de Santiago nos pone en guardia contra una religión que no encarne los valores del Evangelio.
 
La palabra escuchada en la Sagrada Escritura debe ser discernida según el Espíritu para vivirla dócilmente en la vida cotidiana.
 
El cristianismo no es una formalidad social que cumplir, ni un ritual más en las prácticas piadosas de una cultura.
 
El cristianismo se manifiesta como una opción vital que requiere del compromiso íntegro de la persona.
 
La comunidad de creyentes es el espacio ideal para que la persona realice su opción y viva, en compañía de otros hermanos y hermanas, el llamado de Jesús.
 
Aunque el libro del Deuteronomio -que Jesús sigue muy de cerca- propone como religión una serie de principios éticos orientados a crear lazos de solidaridad, equidad y justicia; sin embargo, el judaísmo del primer siglo estaba más inclinado a valorar las formalidades.
 
Lavarse o no lavarse la manos antes de ingerir alimentos había pasado de ser una norma elemental de higiene a convertirse en una norma que decidía quién era religioso y quién era un pecador.
 
La tentación de canonizar los objetos, los rituales, los espacios y el tiempo le pueden hacer olvidar a la persona piadosa que la esencia de su relación con Dios no está en los protocolos culturales, sino en el respeto, la compasión y la misericordia.
Jesús nos invita a redescubrir la esencia del cristianismo en nuestra opción por construir la Utopía de Dios -lo que él llamaba en arameo «Malkuta Yavé», Reino de Dios- y por vivir de acuerdo con los principios del evangelio.
 
Todas nuestras normas y protocolos están al servicio de una auténtica vivencia de sus enseñanzas.
 
Nosotros no debemos renunciar a una vida auténtica y creativa para seguirlo a él.
 
Todo lo contrario. Debemos recrear aquí ya ahora toda la novedad de su profecía y toda la radicalidad de su amor incondicional por los excluidos.
 
Conectado con todo este tema está aquel otro de «la letra y el espíritu»: la letra es el detalle de lo mandado, la prescripción, el rito, la acción concreta, la «verdad superficial» (Niels Bohr)...
 
El espíritu es el sentido con el que ha sido concebida aquella práctica concreta, y la vivencia con la que debe ser vivida, la «verdad profunda» (Bohr).
 
Por eso se dice que la letra (se entiende: la sola letra, o la letra sin espíritu, la verdad superficial) mata, mientras que el espíritu vivifica.
 
La letra es medio, mientras que el espíritu es un fin. Éste puede darse aun sin aquélla, al margen o incluso «en contra» de ella: en efecto hay veces que, en circunstancias muy especiales, el espíritu de una ley o de una práctica ritual puede exigir hacer en aquella situación, «precisamente lo contrario» de lo que la letra prescribe. 
 
 Esa flexibilidad, esa «libertad de espíritu» se exige a los cristianos, como a todo ser humano adulto y maduro.
Otro problema distinto –que no podemos abordar aquí, pero que sería bueno no dejar de mantenerlo dentro del horizonte- es que la religiosidad actual se está transformando.
 
Por su propia naturaleza, las «religiones» (llamamos así aquí, técnicamente, a «la forma que ha revestido la espiritualidad del ser humano a partir de su sedentarización neolítica», a partir de la revolución agraria, hace sólo unos pocos miles de años -porque antes había espiritualidad, pero no «religiones»), han tenido en los ritos, en las prácticas rituales, minuciosamente prescritas, un medio importantísimo de expresión, y un modo a la vez de control social.
 
La religión, en las sociedades agrarias, ha sido el mejor y más potente vehículo de identidad de la sociedad, y de control por parte del poder, y han sido los ritos su expresión más visible.
 
Hoy estamos llegando precisamente al fin de la edad agraria (el neolítico), después de la revolución industrial y tecnológica, la mundialización plural, y el progresivo advenimiento de la sociedad del conocimiento.
 
Las «religiones agrarias» -en aquel sentido técnico preciso- ya no tienen cabida. (Sí lo tiene, insuperablemente, la espiritualidad, la religiosidad profunda, más allá de sus concreción en las diferentes «religiones»).
 
El ser humano post-agrario ya no puede aceptar su identidad ni puede aceptar un control por los vehículos «religionales» basados en «creencias» (en sentido también técnico).
 
Obviamente, la espiritualidad del ser humano va a continuar, es inamisible.
 
Pero lo que han sido técnicamente «las religiones agrarias», está muriendo, va a desaparecer, y es bueno que desaparezca, porque la humanidad está en otra etapa de su historia.
 
Los ritos, las prácticas religiosas prescritas... son, por eso, en alguna sociedades actuales avanzadas, realidades «residuales», que desaparecen vertiginosamente.
 
Si la Iglesia no acepta afrontar sin miedo estos planteamientos, lo único que hace es retrasar el reconocimiento de una enfermedad que no deja de socavarle sus entrañas en los millones de fieles que silenciosamente se van autoexiliando cada año, no sólo en las sociedades llamadas «avanzadas», sino también ya en América Latina.
 
Fue en el año 2008 que comenzamos a conocer «apostasías» voluntarias de cristianos en algunos países de América Latina, un fenómeno absolutamente nuevo en su historia, pero un fenómeno significativo -y creciente- en el momento actual de la historia globalizada del mundo.
 

1 comentario:

  1. La tentación de canonizar los objetos, los rituales, los espacios y el tiempo le pueden hacer olvidar a la persona piadosa que la esencia de su relación con Dios no está en los protocolos culturales, sino en el respeto, la compasión y la misericordia.

    Jesús nos invita a redescubrir la esencia del cristianismo en nuestra opción por construir la Utopía de Dios -lo que él llamaba en arameo «Malkuta Yavé», Reino de Dios- y por vivir de acuerdo con los principios del evangelio

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