domingo, 6 de septiembre de 2015

El discipulado de la cruz como identidad cristiana





 


Lectura del Profeta Isaías 50, 5-10

En aquellos días dijo Isaías:
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado, ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Tengo cerca a mi abogado, ¿quién pleiteará contra mí? Vamos a enfrentarnos: ¿quién es mi rival? Que se acerque.
Mirad, mi Señor me ayuda; ¿quién probará que soy culpable?


Sal. 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9 R: Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida

Amo al Señor,
porque escucha mi voz suplicante;
porque inclina su oído hacia mí,
el día que lo invoco.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor salva mi vida.»

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas me salvó.

Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor,
en el país de la vida.


Lectura de la carta del Apóstol Santiago 2, 14-18

Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: «Dios os ampare: abrigaos y llenaos el estómago», y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?
Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
Alguno dirá:
–Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras y yo, por las obras, te probaré mi fe.


Lectura del santo Evangelio según San Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos:
–¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
–Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas. Él les preguntó:
–Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro le contesto:
–Tú eres el Mesías.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos:
–El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad.
 
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro:
–¡Quítate de mi vista, Satanás ! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
–El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará.









El discipulado de la cruz como identidad cristiana

    Iª Lectura: Isaías (50,5-9): Entrega y decisión a Dios y a los suyos

Estamos ante es uno de los famosos cantos del Siervo de Yahvé (cf Is 42; 49; 52-53), una de las cumbres teológicas del Antiguo Testamento desde todos los puntos de vista.

Pertenecen a la segunda parte del libro de Isaías, al llamado Deutero-Isaías (40-55), en que aparece este misterioso personaje que encuentra el sentido a su misión apoyándose en la palabra de Dios.

Si en la primera parte del libro de la consolación se pensaba que el emperador Ciro (emperador persa) sería el elegido de Dios para liberar a su pueblo (pues él dio el decreto del retorno desde Babilonia), a partir del momento en que aparece la figura del Siervo, ya no será necesario apoyarse en un rey o emperador humano para la libertad que Dios ofrece a su pueblo.

Las resonancias de estos famosos “cantos del Siervo” son evidentes en pasajes del NT

Por eso mismo la fidelidad a Dios, a la escucha atenta de su palabra, por encima de las afrentas que debe sufrir, ponen de manifiesto el misterio del dolor como la capacidad que se debe tener frente a toda violencia.

Los perfiles de este personaje no están definidos, ni está claro si se habla de un individuo o del pueblo mismo que debe mantenerse atento a la palabra de Dios.

Pero los cristianos supieron aplicarlo a Cristo, porque encontraron en esta descripción del Siervo una semejanza inigualable con la vida de Jesús.

Lo que para el judaísmo oficial y su teología no podía ser mesiánico, para los cristianos, después de la pasión y la resurrección, preanuncia al Mesías que pude llevar sobre sus hombres los sufrimientos del pueblo y del mundo entero.

 
IIª Lectura: Santiago (2,14-18): Fe verdadera y compromiso cristiano

La segunda lectura (Santiago 2,14-18) nos enfrenta de nuevo con la parenesis, o la praxis de la vida cristiana.

Nos encontramos con uno de los pasajes más determinantes de este escrito en el que se ha visto una polémica con la teología de la fe de Pablo.

Se ha dicho que es la parte más importante de la carta, porque se quiere poner de manifiesto que la fe sin obras no lleva a ninguna parte en la vida cristiana.

Esto es absolutamente irrenunciable, y a nadie, y menos a Pablo se le podría pasar por la mente algo así como “cree y peca mucho”. Esa falacia no es de Lutero, sino la leyenda de los malpensantes.

Creer es confiar verdaderamente en el Dios de la gracia. Pero es posible que algunos quisieran poner a Pablo a prueba en alguna comunidad cristiana y este escrito posterior quiere poner las cosas en su sitio.

IEl enfrentamiento no es entre Santiago y Pablo, sino entre interpretaciones que provocan equívocos.

Pablo, es verdad, ha puesto la fe en Jesucristo como principio de salvación, y eso es axiomático (elemental y decisivo) en el cristianismo frente a la Ley judía; porque la salvación no puede venir sino de Jesucristo, en ningún caso de la Ley y sus preceptos (esto también es elementalmente cristiano).

Pero la fe lleva a los compromisos más radicales, en razón de la gracia de la salvación.

De lo contrario el cristianismo sería absurdo, porque el cristianismo no es una ideología, sino una praxis verdadera para cambiar los corazones de los hombres.

 
Evangelio: Marcos (8,27-35): Seguir a Jesús desde nuestra cruz

El evangelio nos presenta un momento determinante de la vida de Jesús en que debe plantear a los suyos, a los que le han quedado, las razones de su identidad para el seguimiento: ¿a dónde van? ¿a quién siguen?

El texto, pues, del evangelio, tiene cuatro momentos muy precisos: la intención de Jesús y la confesión mesiánica de Pedro en nombre de los discípulos (vv.27-30); el primer anuncio de la pasión (v. 31); el reproche de Jesús a Pedro y a los discípulos por pretender un mesianismo que no entran en el proyecto de Dios (vv.32-33), que Jesús asume hasta las últimas consecuencias, como el mismo Siervo de Yahvé.

Y, finalmente, los dichos sobre el seguimiento (vv.34-37). Este es uno de los momentos estelares de la narración del evangelio de Marcos.

La crisis en Galilea se ha consumado y el seguimiento de Jesús se revela abiertamente en sus radicalidades. Galilea ha sido un crisol… ahora están a prueba los que le han quedado, cuyas carencias son manifiestas en este confesión mesiánica.

Por eso las palabras sobre el seguimiento de Jesús son para toda la gente, no solamente para sus discípulos.

Es el momento de comenzar al camino a Jerusalén, con todo lo que ello significa para Jesús en su proyecto del anuncio del Reino.

Pedro considera que confesarlo como Mesías sería lo más acertado, pero el Jesús de Marcos no acepta un título que puede prestarse a equívocos.

El Mesías era esperado por todos los grupos, y todos creían que sería el liberador político del pueblo. Jesús sabe que ni su camino ni sus opciones son políticas, porque no es ahí donde están los fundamentos del Reino de Dios que ha predicado.

Por eso, para aclarar el asunto viene el primer anuncio de la pasión; de esa manera dejaría claro que su mesianismo, al menos, no sería como lo esperaban los judíos y, a la vez, sus discípulos debían aprender a esperar otra cosa.

Ya Jesús veía claro que su vida en Dios debía pasar por la muerte. No porque Dios quisiera o deseara esa muerte.

El Dios Abbá no podía querer eso. Pero los hombres no dejarían otra alternativa a Jesús, en nombre de su Dios.

El reproche de Jesús a Pedro, uno de los más duros del evangelio, porque su mentalidad es como la de todos los hombres y no como la voluntad de Dios, es bastante significativo. Jesús les enseña que su papel mesiánico es dar la vida por los otros; perderla en la cruz.

Eso es lo que pide a los que le siguen, porque en este mundo, triunfar es una obsesión; pero perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende de Dios que se entrega sin medida.

El triunfo cristiano es saber entregarse a los demás. No sabemos si Jesús pudo hablar directamente de cruz o estos dichos están un poco retocados en razón de lo que ocurrió en Jerusalén con la muerte histórica de Jesús siendo crucificado bajo Poncio Pilato, quien decidió esa clase de muerte. Pero Jesús sí que contaba ya con la muerte, no veía otra salida.

Por eso, la cruz, en los dichos, es la misma vida. Nuestra propia vida, nuestra manera de sentir el amor y la gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y en Dios como Padre.

Eso es “una cruz” en este mundo de poder y de ignominia.

La cruz no es un madero, aunque para los cristianos sea un signo muy sagrado.

La cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la venganza.

Esa es una cruz porque el mundo quiere que sea una cruz; no simplemente un madero.

La cruz de nuestra vida, nuestra cruz (“tome su cruz”, dice el dicho de Jesús), sin pretender ser lo que no debemos; sin vanagloriarnos en nosotros mismos.

La cruz es la vida para los que saben perder, para los que saben apostar.

Por eso se puede hablar con sentido cristiano de “llevar nuestra cruz” y no debemos avergonzarnos de ello. No porque nuestro Dios quiera el sufrimiento… pero el sufrimiento de los que dan sentido a su vida frente al mundo, viene a ser el signo de identidad del verdadero seguimiento de Jesús.




 



 







 
Cesarea de Filipo está íntimamente ligada al poder imperial de Roma

La localización de la escena en la región de Cesarea de Filipo no es un dato intrascendente para lo que se nos narra en el texto evangélico.

Todo en Cesarea, empezando por el nombre, hablaba del poderío militar, económico, político e ideológico de Roma y de su emperador.

El César de Roma ostentaba los títulos de Divino, Hijo de Dios, Dios, Dios de Dios, Señor, Redentor, Liberador y Salvador del mundo.

De ahí que, cuando Pedro confiesa y aplica el calificativo de Mesías a Jesús, está cometiendo una alta traición al emperador; para el evangelista, es claramente una sustitución del reino de Roma por el reino de Dios.

    ¿Quién dice la gente y quién decís vosotros que soy yo?

Los discípulos enumeran los personajes que la gente identifica con Jesús: Juan el Bautista, Elías u otros profetas.

La gente situaba a Jesús en la tradición profética, que se caracterizó por el rechazo al sufrimiento del pueblo y a los poderes que lo originaban.

Los profetas, al hablar de un mundo alternativo al que su pueblo vivía, siempre resultaban incómodos para las elites. Jesús era visto por la gente en esa línea profética de rechazo al poder, que en aquellos momentos venía de Roma.
La imagen del tipo de Mesías que confiesa Pedro no representa a Jesús, por eso el maestro reacciona tan fuertemente contra la interpretación equivocada de sus discípulos

Y, además, no quiere que se propague una imagen totalmente deformada de él: ser un Mesías político, poderoso, triunfal. Jesús quiere evitarla en sus oyentes y corregirla en sus discípulos. Éste es el motivo de los «mandatos de no se lo digáis a nadie» que aparecen en Marcos (el secreto mesiánico). Jesús quiere impedir el equívoco sobre su persona.

    Jesús condena como tentación satánica los intentos de Pedro por apartarle del camino de la muerte

La dureza de esta reprimenda de Jesús salta a la vista. Es significativo que la frase «Quítate de mi presencia, Satán» se encuentre también al final del relato de las tentaciones en Mt 4,10.

Posiblemente el evangelista tomó la frase para ambos casos de este episodio con Pedro, porque vio una gran semejanza entre la tentación del desierto y la de Pedro a Jesús.

El poder es la tentación más peligrosa que asalta una y otra vez a los hombres (cf. Mc 14,37.42) y que contradice los planes del Dios de Jesús.

    Tampoco la comunidad de Marcos parece haberse habituado todavía a la idea de un Mesías que padece y muere, sino que sigue alimentando sueños de un reinado terreno

Por eso narra Marcos este hecho de la escena de Pedro y Jesús. El evangelista debe insistir en que la Iglesia no está llamada a un dominio político; su acción en el mundo es el testimonio del amor y del servicio (cf. 9,50).

Y ello le llevará necesariamente a practicar el seguimiento del Señor crucificado. Jesús le dice a Pedro –y en general a las comunidades cristianas de entonces y de ahora– de un modo tajante: «No piensas al modo divino, sino al humano».

    ¿Por qué tuvo que padecer Jesús la pasión y la muerte?

Se ha incorporado a nuestra teología, a nuestras catequesis y a nuestras predicaciones como lugar común e incuestionable la idea de que Jesús necesariamente tuvo que padecer, porque ésa era la voluntad de su Padre Dios.

Según esto, forzosamente el sufrimiento es un componente de la vida del seguidor de Jesús.

Pero no hay nada más desacertado que seguir considerando los padecimientos como un fin o como un medio inherente a ser discípulo cristiano.

Los padecimientos son únicamente una consecuencia de servir, de vivir, de comer, de curar y de acoger como lo hizo Jesús.

Esta actitud del Señor representaba un continuo reproche, crítica, censura, acusación y protesta contra los poderosos y sus servidores.

Y está claro que, si uno vive para la justicia divina como hizo Jesús, lo más seguro es que termine padeciendo y muriendo de muerte violenta a manos de la injusticia humana.

Casi con toda seguridad, Jesús les había explicado a sus discípulos que su vida y la de ellos estaba en franca contradicción con los sistemas de dominación imperantes en su sociedad; que tendrían que cambiar de una vida de dominación, normalizada socialmente, a una vida de servicio a los más necesitados, como hizo él.

Y esto tiene el precio de la persecución y del rechazo. Hasta de la muerte.

    Cargar con la cruz por el evangelio

Marcos ya sabía que Jesús había sido crucificado y que sus discípulos iban corriendo la misma suerte.

Por eso pone en boca de Jesús la sentencia de que quien quiera ser su discípulo ha de cargar con la cruz. Pero este dicho evangélico no se refiere a la «cruz diaria» que todo el mundo sufre.

Ha sido siempre muy aconsejado por los predicadores tener conformidad con la propia suerte como signo de estar acatando la voluntad de Dios.

Esto es un error referir tal sentido a este texto evangélico. Buenos y malos, creyentes y ateos, ricos y pobres, dominadores y dominados, asesinos y asesinados, todos tienen su propia cruz, sus amenazas personales, su estar expuesto y abocado a la propia muerte; nadie está exento de “su” cruz.

Es más: hay gente no creyente, que es rico y dominador y que a lo mejor soporta su propia situación dolorosa con más entereza que un cristiano. Repetimos: a esa “cruz diaria” no se refiere Jesús, sino únicamente a la que proviene o se deriva de practicar y proclamar el evangelio.

Que cada uno de los que estamos aquí intente actuar y hablar como Jesús, y a ver cuánto tiempo va a pasar sin que lo calumnien, lo difamen y hasta lo persigan. Ésa es la cruz con la que Jesús manda cargar: la cruz por el evangelio.

    Marcos presenta con claridad cómo no sólo en la muerte sino también en la resurrección encuentra su explicación auténtica el mesianismo de Jesús

Si padecer el asesinato era la suerte aplicada a los profetas, la resurrección que atribuye Marcos a Jesús después de su pasión introduce una idea nueva que no está recogida en el destino de los profetas justos del antiguo testamento.

La resurrección de Jesús es una palabra de victoria a favor de los perseguidos y derrotados. Por eso también es una protesta contra los que se apropian de la vida de esos perseguidos y fracasados.

    ¿Qué indica el hecho de que a uno o a una comunidad cristiana la vida les sonría y no tengan sufrimientos?

Pues que a lo mejor uno no está metido en el ajo de lo que realmente es el evangelio de Jesús. Vivir una vida de misericordia, pero también de protesta y de censura como la que vivió Jesús, tarde o temprano acarrea sufrimientos.

Si no hay estos padecimientos, posiblemente estemos viviendo una iglesia acomodada, contemporizadora, de privilegios y de seguridad.

Todos nos inclinamos con más gusto a estar del lado del vencedor que del vencido y fracasado. Jesús, no.

    La verdadera religión

En la carta de Santiago parece que la fe no importa y que lo único que cuenta son las obras.

Pero no es así. Lo que realmente sucedía en aquel tiempo es que muchos cristianos estaban influidos por la orientación puramente “espiritualista” de las religiones orientales, y habían caído en la tentación de vivir la fe como un mero escuchar la palabra de Dios.

El autor de la carta recurre a la tradición judía y cristiana para apoyar su principal preocupación: la de evitar que las palabras bonitas sustituyan a los actos de solidaridad (2, 14-15).

1 comentario:

  1. En la carta de Santiago parece que la fe no importa y que lo único que cuenta son las obras.

    Pero no es así. Lo que realmente sucedía en aquel tiempo es que muchos cristianos estaban influidos por la orientación puramente “espiritualista” de las religiones orientales, y habían caído en la tentación de vivir la fe como un mero escuchar la palabra de Dios.

    El autor de la carta recurre a la tradición judía y cristiana para apoyar su principal preocupación: la de evitar que las palabras bonitas sustituyan a los actos de solidaridad (2, 14-15).

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